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Fabricantes de odio

Si las negociaciones en curso para hacer efectiva la inmediata retirada de las tropas serbias de Kosovo e ir preparando el regreso de los cientos de miles de refugiados llegan a buen puerto, el acuerdo de paz elaborado por los países del G-7 y Rusia será ratificado por el Consejo de Seguridad y la OTAN suspenderá los bombardeos sobre Yugoslavia. La vuelta de los deportados a sus hogares y la anunciada protección de las tropas internacionales de ocupación a los albanokosovares que no abandonaron sus hogares o que ahora regresen a ellos, por un lado, y el fin de un castigo aéreo que ha causado miles de muertos y grandes daños materiales a Serbia, por otro, constituyen noticias lo suficientemente alentadoras como para aplazar cualquier análisis crítico de la decisión tomada por el Consejo Atlántico.Cabe desear que los participantes en la discusión en torno al conflicto de los Balcanes renuncien a partir de ahora a los insultos contra el adversario y a la indulgencia con el propio ego desplegados por los monopolizadores de los buenos sentimientos (encubridores muchas veces de la mala conciencia) para aprobar o para condenar los bombardeos de la OTAN en nombre de los derechos humanos de los albanokosovares o de los serbios.

Una recopilación de artículos de Hans Magnus Enzensberger recientemente traducida al castellano (Zigzag, Anagrama, 1999) contiene inquietantes reflexiones sobre el papel desempeñado por los escritores y los periodistas en tanto que productores de odio y beneficiarios de ese siniestro negocio; si bien esos hacendosos fabricantes intelectuales de pasiones homicidas suelen crear su propia demanda preferentemente en los países desgarrados por los conflictos nacionalistas, la violencia verbal de los energúmenos disfrazados de pacifistas tampoco ha faltado en el debate sobre Kosovo dentro de nuestras fronteras.

La participación de España en la guerra de los Balcanes ha sido limitada en términos militares y marginal en términos políticos: en cualquier caso, su condición de miembro de pleno derecho del Consejo Atlántico le corresponsabiliza de todas las decisiones adoptadas. El Gobierno del PP optó desde el principio por mantener un bajo perfil y por rehuir los controles parlamentarios, a fin de conservar abiertas todas las puertas en espera de que el desarrollo de los acontecimientos le mostrase la salida; aunque Pedro J. Ramírez trató de presentar la visita de Aznar a Clinton como el encuentro en la cumbre de dos grandes estadistas mundiales reunidos para trazar la estrategia de la guerra ("Aznar juega sus bazas", El Mundo, 25-4-1999), el humillante plantón dado por Yeltsin a nuestro presidente del Gobierno sirve para recordar el modesto lugar que ocupan las potencias medias en el ámbito internacional. Los socialistas han utilizado el chusco incidente diplomático de Moscú para ridiculizar a Aznar y compararlo desfavorablemente con el prestigio europeo de Felipe González; sin embargo, el problema de fondo es que España no pertenece ni al Grupo de Contacto ni al selecto club del G-8.

El oportunista escaqueo del Gobierno en el conflicto de los Balcanes convirtió a Javier Solana en el chivo expiatorio de los críticos de la OTAN. Fingiendo olvidar que las decisiones básicas fueron adoptadas por los gobiernos de los 19 países integrantes del Consejo Atlántico y que la dirección de las operaciones bélicas correspondió al mando militar estadounidense, los adversarios -a derecha e izquierda- de los socialistas saltaron sobre la ocasión para linchar a Solana a fin de abrasarle como posible candidato del PSOE en futuras elecciones presisdenciales: mientras Anguita exigía su procesamiento como criminal de guerra, los publicistas cercanos al PP y a IU descargaban contra su figura todos los males del conflicto.

La virulenta campaña lanzada por medios de comunicación cercanos al Gobierno contra el nombramiento de Javier Solana como Míster Pesc ha sido una nueva manifestación de ese canibalismo antisocialista alimentado por el odio que está encanallando la vida púlica española desde hace años: la designación del todavía secretario general de la OTAN como alto representante de la Unión Europea para política exterior y de seguridad y como secretario general de su Consejo de Ministros ha sumido en el ridículo a los provincianos libelistas que llevaron su megalomanía hasta el extremo de creerse capaces de imponer vetos internacionales.

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