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Reportaje:

Gelida, a la sombra de la autopista

Cualquier habitante de Gelida proclamará a los cuatro vientos que el principio y fin de sus males es la autopista que la une al resto del mundo. A ella achacan los gelidenses desde la falta de una carretera que merezca ese nombre hasta, casi, que llueva o granice. Han vivido, durante más de dos décadas, como un agravio el tener que pagar un peaje astronómico. Tanto es así, que la población saltó a la fama por ser sede de la declaración que lleva su nombre y que engloba a más de un centenar de municipios y organizaciones ciudadanas que rechazan el sistema de peajes imperante en Cataluña. Lo que empezó como una queja concreta -la de Gelida, Sant Sadurní y poblaciones de su entorno- ha terminado por convertirse en uno de los movimientos que con mayor precisión pone al descubierto el desencuentro del Gobierno catalán con amplísimos sectores de la ciudadanía. Gelida se ha encontrado con un inesperado turismo como consecuencia del acuerdo alcanzado para rebajar ese peaje cuya carestía dio origen al movimiento ciudadano. Desde hace algunas semanas, conductores que utilizan con frecuencia la autopista A-7 pasan por Gelida, abren una cuenta corriente y piden el teletac al que ello les da derecho. Y pasan de pagar las 390 pesetas que cuesta el peaje de Martorell a sólo 170. Una picaresca que los gelidenses conocen y aprueban. Gelida tiene turismo desde mucho antes. La población fue, en otro tiempo, punto donde recalaban en verano las familias barcelonesas. Era cuando los veranos duraban tres meses, como ha evocado Jaime Camino en Las largas vacaciones del 36, película rodada, precisamente, en Gelida, donde él mismo pasó estíos de su infancia. Allí llegaban los barceloneses huyendo del calor, convencidos de que el nombre, Gelida, está asociado a "gelada" (helada). Es, sin embargo, una fama inmerecida, según explica su alcalde, Joan Rosselló. La villa tiene un clima suave, sin temperaturas extremas ni en invierno ni en verano. Crecimiento controlado Situada en un promontorio, con un funicular que une el núcleo urbano con la estación del tren y con decenas de fuentes en sus bosques, lo tenía todo para crecer y no lo ha hecho. Si se pregunta por qué, sus residentes responde al unísono: por la autopista. Quienes huían de Barcelona, buscando espacios más amplios o vivienda más barata, no podían ir a un lugar que les suponía tanto de peaje como de hipoteca. Pese a ello, parte del crecimiento de la población se debe a gente que la elige. Es el caso de Dolors Nadal, quien se afincó en Gelida hace tres años, al casarse. Ella es de la comarca, pero la elección la hizo su entonces novio, que es de Manresa. Era bombero voluntario y tuvo que ir por un incendio. Aquel mismo día le dijo a Dolors que había encontrado el lugar ideal. Buscaron una casa, la encontraron, y allí viven. El asunto de la vivienda no es fácil. Gelida tiene poco suelo (26 kilómetros cuadrados) y no quiere crecer desmesuradamente. Se siente relativamente a gusto en los 4.000 habitantes y, quizás, podría llegar a los 6.000, pero no muchos más. El crecimiento desordenado es un peligro real, ahora, cuando el peaje ya no es tan grave y cuando -todos confían en ello- el pueblo va a disponer de una carretera de verdad, que le permitirá conectar con Sant Sadurní y Martorell. Si a eso se añadiera la mejora en el servicio de funicular, opina Josep Muniente, director de la radio municipal, vivir en Gelida sería un placer casi incomparable. Josep Fernández y Pere Llopart son dos gelidenses de toda la vida. Les gusta la población, la disfrutan y, si se les pregunta por sus defectos, sufren. Pero no dudan en señalar que la carretera actual es mala; más que eso, muy mala. "Desde Gelida a Vilafranca hay tantas curvas como días tiene el año", afirma Llopart. Fernández remacha que entre Martorell y Sant Sadurní hay la mitad: 180 curvas. Ni una más ni una menos. A los dos les cuesta reconocer que en la localidad faltan cosas. Joan Rosselló, alcalde, tiene menos problemas. Cree que Gelida tiene, hoy por hoy, algunos servicios deficientes. Josep Fernández se anima a añadir que la población necesita también más industria. No hace falta que sea muy grande, sino mediana, de la que da empleo a 10 o 12 trabajadores. Su empresa más conocida es Papeles Guarro, que celebró hace poco sus 300 años de historia. Da trabajo a casi 300 trabajadores. La segunda gran firma es ACESA. Unas 50 personas viven de la mayor concesionaria catalana de peajes. El resto de la población activa trabaja en Martorell o, mayoritariamente, en Barcelona. Y es que Gelida, pese a pertenecer al Alt Penedès, bascula hacia el Baix Llobregat y, sobre todo, Barcelona. De hecho, su estructura es claramente anómala. Si se observa la ubicación y el número de habitantes, la conclusión que, a bote pronto se impone, es que se trata de una localidad semirrural. Sin embargo, su composición es claramente urbana. Esto, posiblemente, explica la densa actividad cultural que ofrece. Gelida dispone de radio y televisión locales, gestionadas por voluntarios, y de 26 entidades culturales y deportivas. Un sentido de la participación que ha terminado por cuajar en el movimiento de protesta más importante en Cataluña tras el del recibo del agua, convirtiendo a Gelida en una moderna Fuenteovejuna.

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