Hacia el final de esta guerra
La guerra de Kosovo entra en su recta final. El alto el fuego debería ser el paso inmediato tras el acuerdo alcanzado ayer en Belgrado entre Slobodan Milosevic y los mediadores de la UE, Martti Ahtisaari, y de Rusia, Víktor Chernomirdin. Aunque quedan por aclarar algunos términos del arreglo, no cabe duda de que Milosevic ha terminado por doblegarse a las exigencias básicas de la OTAN. Si el acuerdo se cumple a rajatabla, la salida total de Kosovo de las tropas serbias equivale a una capitulación de Milosevic, aunque, una vez más, consigue sobrevivir en su feudo de Belgrado a costa de perder territorio. Por lo que se sabe, el acuerdo no hace mención alguna al hecho de que sobre él y sus dirigentes más cercanos pese una orden de busca y captura dictada por el Tribunal Penal Internacional que creó Naciones Unidas para juzgar crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia. Pero quizá el precio de unas relaciones correctas de la OTAN con Rusia sea preservar al menos temporalmente a Milosevic, pese a que éste se haya convertido en un incordio también para los rusos.El acuerdo de Belgrado recoge la mayor parte de las exigencias del Grupo de los Ocho (G-8) y permite a la OTAN salvar su objetivo prioritario: despejar Kosovo para que puedan regresar bajo protección internacional los 800.000 albaneses expulsados. La capitulación de Milosevic llega cuando crecían las voces a favor de una intervención terrestre, después de 72 días de bombardeos aéreos. La estrategia aliada de destruir no sólo instalaciones específicamente militares, sino cualquier infraestructura civil de doble uso (puentes, centrales eléctricas, emisoras de televisión, aeropuertos, etcétera), ha hecho sentir con gran dureza a toda la población los efectos de la guerra. La OTAN buscaba con ello que la desolación de los ciudadanos fuera un factor de presión interna contra el régimen. Una estrategia moral y políticamente discutible, aunque sólo el tiempo dirá si eficaz. Milosevic respondió con el espantoso e inmediato vaciado étnico de Kosovo, cuyo auténtico horror conoceremos sólo cuando entren las tropas de paz. Pero de momento hay más de 800.000 refugiados a los que atender y repatriar en condiciones aceptables de subsistencia.
Ha sorprendido la rapidez con la que se ha alcanzado el acuerdo en este último tramo. Los aliados piden ahora pruebas de cumplimiento efectivo de sus dos principales previsiones: la retirada en 48 horas de las defensas antiaéreas de Kosovo y completar en siete días -no se indica a partir de cuándo- la salida total de las fuerzas militares, paramilitares y policiales serbias. Es comprensible la cautela de los aliados ante un manipulador nato como Milosevic, pero la OTAN debe interrumpir los bombardeos en cuanto verifique el cumplimiento de estas cláusulas. Entre otras cosas, la completa retirada militar sería inviable bajo fuego aéreo. Y si Milosevic no cumpliera lo acordado estaría expuesto a un castigo aún mayor. Los mandos militares de la OTAN y los yugoslavos tienen que encontrar ahora la fórmula para simultanear la retirada serbia y el inicio de un alto el fuego. Para no dejar lugar a dudas, es urgente que el acuerdo se plasme en una clara resolución del Consejo de Seguridad que permita recuperar la bandera de Naciones Unidas en el proceso de reconstrucción de Kosovo.
Difícil retorno de refugiados
El objetivo central que justificó la acción de la OTAN es el regreso de los cientos de miles de refugiados albanokosovares a sus tierras. La OTAN tendrá que convencerles de que el acuerdo conlleva un entorno de suficiente seguridad para su regreso. En principio, lo pactado conduce al despliegue de una fuerza internacional bajo mando y control unificados, y con un componente importante de la OTAN, al estilo de la que opera en Bosnia (aunque en este caso no ha querido regresar la mayor parte de los refugiados). Horas después del acuerdo, Rusia discutía esta interpretación y el propio Ahtisaari no fue muy claro al respecto. Quedan, pues, importantes cabos sueltos.De no lograrse una definición clara de esta fuerza se corre el riesgo de generar una desconfianza absoluta de los refugiados para regresar e incluso de favorecer una partición de hecho de Kosovo según las zonas que corresponda controlar a los países de la OTAN o a Rusia. Conviene, pues, mantener algunas cautelas ante los términos del acuerdo, y prepararse para un despliegue de larga duración y muy numeroso en efectivos -por encima de los 50.000 soldados- en Kosovo y en algunos países limítrofes. España tendrá que hacer también un esfuerzo adicional.
Estados Unidos ha cedido y ha aceptado para el territorio una administración internacional bajo mandato de la ONU. Pero el pacto, según Belgrado, incluye la apertura de un "proceso político que tienda a la conclusión de un acuerdo-marco provisional" sobre la autonomía de Kosovo dentro de la República Federal Yugoslava, lo que permite a Belgrado mantener el principio del respeto a la "integridad territorial" de Yugoslavia. También se ha acordado el desarme, que resultará difícil, de la guerrilla del Ejército de Liberación de Kosovo. En parte es una vuelta a los acuerdos de Rambouillet, sólo que en condiciones mucho más onerosas para Milosevic, que ha tratado de buscar una última coartada a su rendición exigiendo el respaldo de un Parlamento siempre obediente a sus órdenes.
La guerra que EE UU no sabía cómo acabar está a punto de hacerlo. Hay que asegurar ahora que no habrá otra, que pasado mañana Milosevic no se volverá a lanzar a nuevas aventuras, en Montenegro, por ejemplo, o contra la minoría húngara. La reconstrucción de los Balcanes -el Consejo Europeo de Colonia lanzó ayer la idea de una inminente conferencia para la estabilidad y el desarrollo del sureste europeo- será el mejor argumento para convencer a los serbios de que su futuro será mejor sin Milosevic que con él. Es hora también de tomar en serio y apoyar a los sectores de oposición que sin duda surgirán en lo que queda de Yugoslavia, en cuanto dejen de oírse las sirenas: las que anunciaban los bombardeos y ojalá que también las de ese nacionalismo panserbio que ha llevado al país a la ruina. El lógico resentimiento contra la OTAN no debería servir de bandera para la continuidad de quien es el primer responsable de la desgracia de sus conciudadanos.
Desde su puesto de secretario general, el español Javier Solana ha sabido mantener la cohesión de los aliados, pese a los errores de la OTAN y lo difícil de la situación. Quizá entre los líderes europeos se haya valorado más que en su propio país esta labor, que se ve recompensada ya con su condición de candidato de consenso para desempeñar la nueva función de "alto representante de la política exterior y de seguridad común" de la UE, más conocido como míster PESC.
Si la guerra de Kosovo ha producido un bien colateral, ha sido que Europa cobre conciencia de su extrema dependencia militar de EE UU. Ayer, en Colonia, el Consejo Europeo puso en marcha un ambicioso plan para que la Unión Europea colme este déficit y ponga en pie, en 18 meses, una estructura autónoma de seguridad para llevar a cabo misiones de mantenimiento o de imposición de la paz. Dotarla de los medios necesarios -militares, logísticos y de inteligencia- requerirá años y, desde luego, ese "esfuerzo sostenido" por el que se abogó en Colonia. La participación en esta política estaría abierta a los países neutrales de la UE, que también pueden resultar útiles, como ha demostrado la mediación en Belgrado del presidente finlandés junto a Chernomirdin. Ayer, por vez primera, salió de Colonia una respuesta política europea a esta crisis. Y con ella, una esperanza.
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