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Maurizio Pollini defiende una "justicia social" para difundir la música clásica

El pianista milanés da dos recitales en Madrid con piezas románticas y contemporáneas

Jesús Ruiz Mantilla

Dicen que quien a los 20 años provoca incendios, a los 40 se hace bombero. No parece el caso del gran Maurizio Pollini, quizá el pianista más grande del mundo hoy, que está en España para dar dos recitales en Madrid -hoy y el martes- y uno en Barcelona, que se celebró anteayer. Pollini asegura que los artistas tienen "todo el derecho a emitir opiniones sobre lo que les rodea", y concibe la promoción de la música como algo activo y alejado de la marca tres tenores. "Es algo que debe llegar a todo el mundo, como un asunto de justicia social", señala.

Llega a España tranquilo, con ganas de pasear y visitar el Museo del Prado con calma, pese a las inclemencias meteorológicas en las salas. "¿Qué pasa? ¿Llueve dentro?", pregunta extrañado por las noticias de las goteras en el techo de la pinacoteca. Él se toma todo con calma. "No doy más de cuarenta recitales al año; me gusta pensar en la música, meditar, estudiar", cuenta. No se apresura, dice, tocando las teclas del brazo del sofá donde está sentado. Lo mismo pasa con los juicios que emite. Es excesivamente cauto, pero eso no quiere decir que no sea comprometido, que Pollini (Milán, 1942) no siga siendo un referente de la izquierda europea en un mundo tan conservador como el de la música, donde la exclusividad se ha sustituido por el dinero fácil. Dice no tener tentaciones pecuniarias. "Estoy bien así", cuenta, y tampoco parece haber perdido del todo ese espíritu que en los años setenta le llevaba a dar conciertos en los barrios marginales y las fábricas junto a su gran amigo Claudio Abbado, hoy director de la Filarmónica de Berlín. "No me importaría repetir la experiencia con una organización fuerte".Con traje azul oscuro, el pelo un tanto electrizado para no perder la compostura de los genios del piano, y esa dentadura tan especial, como la proa de un barco, se declara confuso por la guerra en Yugoslavia. "Éste es un mundo contradictorio, y yo no me escapo de la confusión que tiene la izquierda. Por una parte, creo que hay que acabar con dictadores como Milosevic, pero también que la OTAN no debe ser un gendarme internacional".

Para esta tarde, en el Auditorio Nacional de Madrid quedan entradas, por cierto, y va a tocar, nada más y nada menos, que la Sonata 960, de Schubert. "Esta obra llegó a comprenderse antes que todo lo que este compositor creó. La terminó dos meses antes de su muerte, y ha llegado a ser una de sus piezas más famosas", comenta. Pero Pollini no sólo es fuerte en Schubert; su Beethoven y su Chopin son ya legendarios, geniales, y es uno de los pocos que hacen justicia al repertorio contemporáneo. "La música de los años sesenta y setenta es excepcional; todo lo que hicieron Boulez, Stockhausen, Ligetti, es rompedor". Por eso, el martes, aparte de Beethoven, hará sonar a Schönberg y al citado Stockhausen, de quien dice que "echó por tierra el prejuicio de que no se podía ir más allá en la variedad tímbrica del piano".

Lo comenta alguien que, como Maurizio Pollini, opina que la música contemporánea debe llevarse a los auditorios, según él, "por dos razones: primero, para hacer justicia a los compositores, y segundo, para que los jóvenes creadores sigan teniendo fuerza para trabajar".

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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