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Kosovo y la Europa de fin de siglo

No sé si la tragedia de Kosovo será la última de las tragedias que ha vivido Europa a lo largo de su historia y, sobre todo, a lo largo de este tremendo siglo XX. Las imágenes de los bombardeos y de los centenares de miles de refugiados expulsados de sus hogares y sus tierras son espantosas, pero no son muy diferentes de las imágenes que ha vivido el continente europeo durante las dos guerras mundiales del siglo. Tampoco son muy diferentes de las escenas de nuestra guerra civil, hace sesenta años, con los bombardeos y los centenares de miles de españoles que se agolpaban en la frontera francesa huyendo de Franco y eran internados en improvisados campamentos del sur de Francia.Hace diez años que cayó el muro de Berlín, pero Europa todavía tiene un pie en su propio pasado y vive inmersa en una lógica que ya no es la de la guerra fría pero que tampoco ha superado totalmente las consecuencias de ésta. Por primera vez en la historia de Europa hemos vivido cincuenta años de paz pero no por la iniciativa ni la cordura de los europeos sino porque tras la locura de la II Guerra Mundial Europa fue dividida en dos bloques político-militares capitaneados por Estados Unidos y la URSS, o sea dos potencias no europeas en sentido estricto y con dos organismos, la OTAN y el Pacto de Varsovia, dirigidos y financiados principalmente por ambas y que mantuvieron el equilibrio entre los dos bloques con la amenaza del terror militar. Fue, ciertamente, un equilibrio lleno de contradicciones y aquí mismo, en nuestro país, nos resultó muy difícil aceptar una OTAN que, en nombre de la lucha contra el comunismo, legitimaba de hecho dictaduras como la de Franco, la de Oliveira Salazar y la de la Grecia de los coroneles y una Turquía rígidamente controlada por los militares. Pero más allá de las contradicciones, lo fundamental es que Europa ha vivido cincuenta años de paz con una OTAN vista por unos como una protección y por otros como una amenaza, pero que nunca tuvo que utilizar las armas ni bombardear ningún país europeo.

Estos cincuenta años han creado, además, situaciones muy nuevas y han generado unos hábitos que no van a desaparecer fácilmente. Así, por ejemplo, los países miembros de ambos bloques se han encontrado, por primera vez en la historia de Europa, con una paz duradera y barata sin tener que dedicar una parte fundamental de sus presupuestos al gasto militar. Sólo Francia y Gran Bretaña han intentado mantener el rango de grandes potencias nucleares -y de ex potencias coloniales- con unas inversiones enormes y militarmente inútiles. Un corolario de todo ello fue que los países que prosperaron con más rapidez fueron los dos grandes perdedores de la IIGuerra Mundial, Alemania y Japón, ambos especialmente protegidos por los EEUU y dispensados de dedicar su dinero a crear una gran fuerza militar propia.

En una Europa occidental que va avanzando hacia su unidad económica y política y en una Europa oriental que ha salido abruptamente del bloque soviético y exige ser considerada occidental a todos los efectos económicos y militares porque no se fía de la vieja Rusia imperial asistimos, de golpe, a un dato totalmente inédito: por primera vez, la OTAN bombardea y esto ocurre en una parte de un país, la antigua Yugoslavia, que bajo el régimen de Tito -y salvando la peculiaridad de los países nórdicos neutrales- fue precisamente el único país europeo que se mantuvo al margen de los bloques. El propio Tito sabía muy bien que si Yugoslavia entraba en la lógica de los dos bloques se rompería en pedazos y por esto jugó tan a fondo la carta de los Países No Alineados. Y el país, efectivamente, no aguantó cuando la caída del muro de Berlín le hizo perder su propia situación de neutral entre un este y un oeste que dejaban de ser enemigos.

El resto es bien conocido, desgraciadamente. Pero ahora lo nuevo es que la OTAN bombardea un país europeo y esto nos inquieta. Por un lado, la OTAN nos libera de muchas responsabilidades porque asume toda la carga militar y una buena parte de la carga económica. Por otro lado, nos preocupa su fuerza no bien controlada y la eficacia o la ineficacia de su acción disuasoria y nos desagrada lo que parece una reafirmación de la prepotencia de Estados Unidos. Pero mucho me temo que los que, a partir de estas inquietudes, reclaman un cambio inmediato, un cese total de las acciones aéreas de la OTAN, nos llevan a una situación sin salida, cuando no se trata de simples reflejos anclados en la vieja confrontación entre los dos bloques.

A mi entender, el núcleo fundamental del drama de Kosovo es la expulsión violenta de centenares de miles de kosovares albaneses y la salida del drama sólo puede ser el regreso de estos expulsados a sus casas y sus tierras. Esto no se va a conseguir sólo con los bombardeos pero desde luego no se conseguirá suprimiéndolos sin más. Se quiera o no, la única posibilidad de asegurar el regreso de los kosovares expulsados es enviar a Kosovo una gran fuerza terrestre internacional que les pueda asegurar su protección. Esto es lo que se está gestando, lo que ya avanzó la reunión del G-8 y lo que seguramente consolidará la próxima gran reunión, a finales de mayo, de diversos organismos internacionales. Aquí es donde hay que situar los esfuerzos. Y para ello hay que situar las alternativas, hoy por hoy dejadas de lado por los que se limitan a pedir el cese de los bombardeos. Como antes decía, la mayoría de los países europeos se han acostumbrado a una defensa relativamente barata bajo el paraguas de la OTAN y de los Estados Unidos. Y una primera pregunta es si se puede prescindir de éstos y substituirlos por una Europa que tendría que aumentar muchísimo sus presupuestos militares y que, hoy por hoy, no tiene un liderazgo claro ni una visión global de la Europa futura. Sin duda alguna, la Unión Europea tendrá que avanzar hacia la creación de una defensa propia, común e integrada, pero en las actuales condiciones sería insensato que la desvinculase totalmente de la OTAN. Una segunda pregunta es si los europeos estamos o no dispuestos a asumir en solitario el coste de la repatriación y de la reconstrucción de Yugoslavia y que, sin duda, va a recortar muchísimo nuestros propios ingresos comunitarios. Y una tercera pregunta es si el papel actual de la OTAN puede ser controlado y substituido a corto plazo por una ONU que todavía mantiene la correlación de fuerzas del final de la II Guerra Mundial y que nadie ha sido capaz de reformar porque hay cinco países que monopolizan el derecho de veto.

La paz y estabilidad de Kosovo no se conseguirán en unos cuantos meses y exigirán muchos esfuerzos por parte de todos, nosotros incluidos. Pero si de verdad queremos que ésta sea la última guerra de la nueva Europa del siglo XXI tenemos que dar una respuesta seria a estas y otras preguntas, por mucho que nos angustien las bombas y los sufrimientos de tanta gente inocente.

Jordi Solé Tura es diputado por el PSC-PSOE.

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