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Terremoto Borrell

Emilio Lamo de Espinosa

Entró como un terremoto y como un terremoto ha salido. En ambos casos contra las expectativas y obteniendo no poco de la sorpresa. Pues por sorpresa ganó José Borrell las primarias en lo que todo el mundo leyó era una censura al aparato del partido. Los electores quisieron lanzar un mensaje claro: era necesario sacar al partido socialista de la ley de hierro de la oligarquía en la que el poderoso liderazgo carismático de Felipe González le había encerrado. La sombra del aparato pesó como una losa sobre la candidatura de Joaquín Almunia y la esperanza se volcó del lado del perdedor. Pues si se trataba de renovar el partido lo mejor era renovar la renovación y apostar por el candidato externo. Fue un claro efecto underdog, efecto rechazo del ganador, que ilusionó al PSOE y a sus electores.Pero la sombra de aquel triunfo contra el aparato iba a pesar como una losa sobre el "candidato". ¿Cómo podía aquél apostar ilusionadamente por quien les había vencido? No ocurren cosas contra natura y pedir que se echaran en brazos de su enemigo era demasiado. El cainismo hizo mella en Borrell desde el primer momento y la bicefalia entre su oficina y la del secretario general, redoblada por una siempre incierta tricefalia, le segó la hierba bajo los pies. Nunca se ha sabido bien quién hablaba en nombre del PSOE; si el candidato, el secretario general o la sombra. Además, cuando no hay unidad de propósito y de ilusión, es decir, cuando emerge el fraccionalismo, la derrota del representante de todos es el triunfo de una de las facciones. Borrell reaccionó más como hombre de partido (y como hombre de bien) que como político; de haber sido lo segundo hubiera solicitado inmediatamente todo el poder en el PSOE, cuando no se le podía negar. Pero confió en sus compañeros olvidando que hay enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido.

Es cierto que Borrell tampoco ha sabido sacar partido de su voz y ésta no ha conseguido abrirse paso. Y es también cierto que el caso Aguiar-Huguet iba a aparecer una y otra vez hasta las elecciones, como una tortura china. Pero de lo segundo no es, obviamente, responsable, y de lo primero sólo lo es a medias. ¿Era mejor aguantar hasta obtener un resultado quizás malo pero no desastroso (el voto del socialismo es muy firme) o tirar la toalla? ¿No supone esta renuncia, velozmente aceptada por el partido, un debilitamiento del potencial socialista en las próximas elecciones municipales, europeas, autonómicas, catalanas e incluso generales? Por decirlo más claramente, ¿quién ha ganado con esta renuncia? Creo que las razones personales, el cansancio, el desánimo, han pesado más que los argumentos políticos. De nuestros enemigos nos cuidamos solos pero para cuidarse de los amigos necesitamos a Dios y a José Borrell le ha matado la amistad, la de unos y la de otros.

Él asegura que es corredor de fondo y no tenemos razones para dudarlo. De hecho su mejor hora, la más serena y firme, la tuvo al anunciar públicamente su retirada, que le deja colocado, si lo desea, para el futuro. Y no sólo por lo que allí dijo sino porque, al hacerlo, puso doblemente en entredicho a quienes no entendieron su triunfo. Porque explícitamente hizo gala de una honestidad política que es, ella misma, la esencia de la renovación del PSOE y de la política española; pocos dan la talla de la medida que José Borrell se ha autoaplicado. Pero además porque, sin decirlo, dijo y dejó claro que estaba solo.

De modo que si hace un año el perdedor acabó de ganador, la historia se repite al revés. Una victoria que ojalá no sea pírrica pues de hecho estamos en el punto de partida, de regreso a la renovación frustrada, sólo que lo que entonces era ilusión hoy es desesperanza. Hace cosa de un mes, hablando de los enredos de la política española, señalaba cómo el PP estaba sólidamente aliado con sus principales contrincantes, de modo que él mismo era su principal enemigo. Pues bien, hoy podemos añadir que también el socialismo español está firmemente aliado contra sí mismo.

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