Un estuche de 24 discos celebra el legado de Duke Ellington en su centenario
Grabaciones inéditas y un libro sobre el pianista y director completan la edición especial
Duke Ellington habría cumplido 100 años en 1999. La edición de un estuche con 24discos (27 horas ininterrumpidas de su música) demuestra que el impresionante legado musical del director de orquesta y pianista ha recibido la bendición del tiempo y que su centenario llega lleno de vitalidad y vigencia. Su obra, a la vista de la influencia que sigue ejerciendo en músicos de distintas generaciones y muy diversa filiación estilística, puede considerarse ahora más crucial y valiosa que cuando empezó a gestarse en los años veinte.
A lo largo de este año, la figura del Duque está siendo glosada con generosidad en escenarios de todo el mundo, muy especialmente en el neoyorquino Lincoln Center, lugar de culto ellingtoniano desde que dirige su programa de jazz el polémico trompetista Wynton Marsalis, que es, como se sabe, seguidor incondicional de Ellington. Pero el homenaje más ingente y esmerado ha llegado de la mano de la industria discográfica, más concretamente a través de un suculento estuche de 24 compactos llamado a hacer historia con el título de The Duke Ellington centennial edition, the complete RCA Victor recordings (1927-1973). Los discos se acompañan de un espléndido libro y, como ya viene siendo norma en este tipo de ediciones, incorporan material inédito, de modo que aunque hay otros sellos que guardan en sus archivos otras maravillas del maestro, quizá sea ésta la mejor panorámica posible del conjunto de su carrera.El monumental documento arranca el 10 de enero de 1927, fecha en la que Ellington entraba en los estudios para acompañar con su pequeño grupo a la cantante Evelyn Preer. Puede que al pianista ya le rondase entonces la idea de convertirse en el rey musical de Harlem, barrio negro arquetípico y microcapital de la cultura afroamericana. Lo conseguiría antes de acabar ese mismo año. Su característico sonido jungle, con sus timbres punzantes, ásperos y refinadamente salvajes, no tardó en conquistar los pies y el corazón de los danzantes del Cotton Club, ese fotogénico local regentado en sus años más prósperos por un sindicato de contrabandistas de licor que sólo admitía selecta clientela blanca. Aquél sería el primer hecho importante de una trayectoria asombrosamente fecunda.
Resulta apasionante comprobar cómo a medida que pasan los años y va incrementando su temario (compuso casi 3.000 piezas), Ellington ensancha su rango expresivo hasta límites que desafían etiquetas tan flexibles como jazz o incluso música popular. Títulos surgidos del genio temprano, como Black and tan fantasy, Creole love call o East St. Louis toodle-o, prodigiosas miniaturas limitadas por imperativos técnicos y comerciales a los consabidos tres minutos, ceden el paso en los años cuarenta a formas más ambiciosas en las que la composición y la improvisación confluyen en alianza más compleja pero igualmente feliz. Ese cambio progresivo también afectó a los escenarios: Ellington fue olvidando la función estricta de entretenedor que le imponían los locales de baile en favor del trato respetuoso y atento que le brindaban las salas de concierto. Ambos puntos quedan reflejados a la perfección en Black, brown & beige, una suite de más de 50minutos estrenada en enero de 1943 en el neoyorquino Carnegie Hall.
Por supuesto, Ellington no se detuvo aquí. Viajó divulgando su música por todos los continentes y abordó proyectos soñados, como la composición de sus tres conciertos sacros. Con todo, quizá su mayor logro fue mantener unida su orquesta contra viento y marea. Rodeado de solistas de élite como Johnny Hodges, Paul Gonsalves, Ben Webster y Harry Carney, entre muchos otros, podía ver convertidos en sonidos reales lo que muy poco antes eran bosquejos mentales.
Pianista excepcional
Se ha insistido tanto en que el verdadero instrumento de Ellington era la orquesta que se corre el peligro de olvidar que también era un pianista excepcional admirado por Thelonious Monk, Randy Weston, Cecil Taylor y un largo etcétera de gigantes. De ello dan fe la serie de solos, dúos y tríos que grabó con su alma gemela, el también pianista y compositor Billy Strayhorn, y el contrabajista Jimmy Blanton, quizá el músico de talante más revolucionario que nunca pasó por su orquesta.
Todo este material, sensiblemente mejorado en sonido y de apabullante variedad, una gozosa explosión de ritmos, texturas, melodías y colores que abarca seis décadas prodigiosas, jalona esta magna edición que hace plena justicia a parte de la obra de uno de los grandes músicos del siglo XX.
Babelia
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