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Reportaje:

Los conflictos diplomáticos de CiU

Francesc Valls

Toda nación que se precie debe tener una bandera y un himno. Pero no puede faltar la legitimadora mirada del otro. Y el cuerpo diplomático es elemento fundamental. Ésa es una de las ecuaciones mentales que hacen desde el Gobierno y el partido de Jordi Pujol. Y las relaciones entre el nacionalismo gobernante y esos diplomáticos de carrera han sido en los últimos años más bien agitadas, correctas en la superficie, pero movidas en el fondo. "Se empeñan en vernos como embajadores ante la Generalitat, cuando no tenemos autonomía: dependemos de nuestro Gobierno y de la embajada", asegura un cónsul. Con ese telón de fondo, no debe sorprender el último conflicto. Lo protagonizó el pasado lunes Pere Esteve, secretario general de CDC y cabeza de lista de CiU a las europeas, con los cónsules, y de manera más pública con los de Estados Unidos, Douglas Smith, y de Francia, Pierre Charasse. Esteve quiso explicar a los cónsules de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Portugal, Grecia y Hungría algunos aspectos del ideario nacionalista presente en la Declaración de Barcelona, tales como el de soberanía compartida. La reunión transcurrió en un ambiente distendido, pero la publicación en La Vanguardia de una nota sobre la sesión soliviantó los ánimos de los diplomáticos. Especialmente molesta resultó la siguiente referencia: "Se vio más el nacionalismo como una solución que como un problema, según un dirigente de CiU presente en el encuentro. En este sentido, Esteve se mostró gratamente sorprendido por la actitud que mantuvieron los cónsules de Francia y de Estados Unidos ante algunas de estas cuestiones". La alusión provocó una dura carta del cónsul americano en la que hablaba de "manipulación política" y añadía que lo pactado entre Esteve y los diplomáticos era que sólo trascendiese la reunión no su contenido. "No sólo muchos detalles han sido revelados, sino que muchos de ellos han sido sensiblemente distorsionados", agregaba Smith. A este carta se unió otra del cónsul de Francia en la que escribía: "Quiero solamente subrayar que mis colegas y yo, como diplomáticos profesionales que somos, no expresamos ninguna opinión en público sobre cuestiones tratadas en esta reunión. (...) No se puede interpretar la actitud cortés y atenta de los diplomáticos como una aprobación de las tesis que escuchan. Los cónsules de carrera no son hinchas de ningún partido político". Esteve dijo que todo estaba pactado, que no hubo manipulación y que la reunión había transcurrido en un ambiente relajado y distendido. ¿Por qué, pues, ese malestar? ¿Por qué para CiU el terreno diplomático es lo más parecido a un campo minado? El enfrentamiento de la semana pasada es el último de una lista de episodios que inauguró Pujol en 1997, durante una recepción ofrecida por el cónsul de Holanda, Maarten van der Gaag, a las autoridades catalanas y a los representantes de los países de la UE. El presidente recriminó entonces en voz alta que el tarjetón del menú estuviera redactado en castellano. Hace unas semanas, durante la inauguración de la Casa de Flandes en Barcelona, Pujol arrojó enojado sus auriculares de traducción simultánea cuando comprobó que sólo se realizaba al castellano. El lingüístico no es precisamente un asunto menor en ese mar de fondo. "A veces nos tratan como embajadores y a veces como funcionarios de su Administración", asegura una fuente consular, indignada por el hecho de que el Gobierno autónomo -también lo hace el Ayuntamiento de Barcelona- les envíe toda la documentación en catalán, pero además les ha organizado reuniones para explicarles la ley del catalán, lo que consideran un asunto de política interior en el que no deben inmiscuirse. Al Ejecutivo de CiU le gustaría que el cuerpo consular en Barcelona utilizara el catalán, lo que vendría a reafirmar el concepto de nación. Pero los cónsules no lo comparten. "En los países escandinavos la lengua que se emplea en las comunicaciones con los diplomáticos es el inglés; no entiendo porque aquí no lo hacen en castellano, que es lengua oficial", asegura un cónsul. Además las circunscripciones consulares que se atienden desde Barcelona son superiores a las de ámbito catalán, lo que refuerza a los cónsules a la hora de reiterar una idea de fondo: "No somos embajadores ante la Generalitat". Ese malestar se hizo evidente en marzo del año pasado, cuando el cónsul de México, Miguel Marín, envió una carta al Departamento de Presidencia en la que pedía que toda la información se le remitiera en castellano. "Cataluña no es una nación independiente y hay cuestiones de cortesía elementales", aseguraron entonces fuentes diplomáticas. Desde la Generalitat se afirma que las relaciones siempre han sido correctas y se han minimizado los conflictos. Al menos, los cónsules de la UE han mantenido reuniones en los últimos meses -éstas no han trascendido- con los consejeros de Presidencia y de Economía. En medios diplomáticos se asegura que hay voluntad de clarificar un escenario que tiene todavía un discutible y a veces confuso telón de fondo.

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