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El último folletín ruso

"En Rusia no habrá democracia mientras los hombres en el poder no tengan que rendir cuentas de sus actos", exclamó Elena Mazoulina, diputada del grupo Iabloko, al final de su discurso a favor de la destitución de Borís Yeltsin. La responsabilidad del presidente en el desencadenamiento de la guerra de Chechenia en 1994 parecía evidente, pero ni siquiera sobre este punto hubo mayoría en la Duma para aprobar su destitución: 238 votos (contra 43), cuando se necesitaban 300 para que el procedimiento pudiera seguir su curso.Es un gran revés para los comunistas, que emprendieron hace un año esta batalla contra Yeltsin y que se negaron a escuchar a Evgueni Primakov cuando les aconsejaba que renunciaran. Su líder, Guennadi Ziugánov, intenta quitar importancia al fracaso. Como el voto fue nominal y público, considera que los diputados que se alinearon junto a Yeltsin lo pagarán en el mes de diciembre, con ocasión de las próximas elecciones legislativas. Teniendo en cuenta la impopularidad del presidente, esta apuesta puede parecer razonable, pero, sin duda, es prematura porque nada dice que el Kremlin vaya a prestarse al juego. Es más probable que intente cambiar el modo de escrutinio y controlar el desarrollo a su favor.

En realidad, la apasionada perorata de Elena Mazoulina contra la irresponsabilidad de los gobernantes va mucho más allá de la guerra de Chechenia. Desde el miércoles 12 de mayo, Rusia no tiene Gobierno. Borís Yeltsin destituyó a su primer ministro, Evgueni Primakov, sin aportar ningún motivo serio y en contra del parecer del conjunto de la clase política. En un discurso pronunciado con gran esfuerzo justificó su decisión reprochando al Gobierno las deficiencias de su estrategia económica. Después de lo cual nombró como sustituto de Primakov al antiguo ministro del Interior, Serguéi Stepashin, un modesto miembro del KGB, también muy comprometido en la guerra de Chechenia, que reconoce que no tiene ideas muy concretas sobre política económica.

Cuando los rusos escucharon a su presidente tuvieron la impresión de que se burlaba de ellos. Sobre todo porque una semana antes, el 7 de mayo, los servicios del presidente habían publicado un sondeo sobre la actitud de los rusos hacia el Gobierno de Primakov. Éste gozaba de un 71% de opiniones favorables y no suscitaba más que un 12,4% de respuestas hostiles. Es una popularidad sin precedentes en Rusia. Incluso puede parecer incomprensible, porque, si bien es verdad que Primakov ha logrado estabilizar la situación tras la terrible crisis financiera de agosto de 1998, también es evidente que el nivel de vida de la población apenas ha mejorado. El alcalde de Moscú, Yuri Lujkov, que considera "absurda" la destitución del primer ministro, explica la popularidad de éste por su carácter íntegro y su seriedad, y por el hecho de que "ha gobernado sin cometer errores". Sin embargo, ha cometido uno: el de creer que su batalla por "una economía más justa" podía ser compatible con el sistema de Yeltsin, basado en el poder total de los oligarcas y de los "nuevos rusos" que el régimen ha enriquecido. Y es que nada más instalarse en la Casa Blanca -sede del Gobierno-, Primakov lanzó una vasta campaña contra la corrupción, para obligar a los empresarios a abonar sus cotizaciones a la seguridad social y a pagar los impuestos, y para poner fin a la huida de capitales rusos hacia el extranjero. "Estamos ante el FMI como un perro sobre sus patas traseras, solicitando la renovación de los créditos, mientras nuestros especuladores exportan hacia Suiza miles de millones de dólares", explicó uno de sus viceprimeros ministros.

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Pero el nuevo Gobierno se enzarzó en una lucha desigual, y el viento cambió cuando el fiscal del Tribunal Supremo de la República, Yuri Skuratov, empezó a emprender investigaciones sobre las irregularidades de las cuentas del Banco Central y las de las grandes empresas que tienen sus fondos en el extranjero en vez de en Moscú. Su homóloga suiza, Carla del Ponte, muy conocida por sus batallas contra todas las mafias, le echó enseguida una mano. Indagó personalmente en los locales de la sociedad Mabetex, en Lugano, beneficiaria de jugosos contratos en Moscú gracias a las relaciones privilegiadas con el Kremlin. A partir de esta fecha, el 22 de enero, la suerte estaba echada. La fical suiza proporcionó a su colega ruso la lista de las personalidades de las altas esferas de Moscú que engordaban sus cuentas suizas con dinero sospechoso y le puso tras la pista de una sociedad seudosuiza, Andava, que, en su opinión, pertenecía a uno de los principales oligarcas rusos, Borís Berezovski. El fiscal Yuri Skuratov, antes de emprender las persecuciones, comunicó al Kremlin, el 1 de febrero, la lista de los posibles inculpados. Al día siguiente, Borís Yeltsin le relevó de sus funciones. A partir de este momento comienza un folletín por entregas que inevitablemente termina con la destitución de Evgueni Primakov.

Sin embargo, la Constitución rusa, hecha a medida de Borís Yeltsin, delega ciertos poderes en cada una de las dos Cámaras del Parlamento. Así, el nombramiento y la destitución del fiscal del Tribunal Supremo deben ser aprobados por el Consejo de la Federación -el Senado-, donde ocupan un escaño los gobernadores de todas las regiones. El 17 de marzo, el fiscal, muy en forma, se presentó ante los senadores y expuso la verdadera razón de la cólera del Kremlin contra él. "Sentí que a algunos se les atragantaba nuestra acción, sobre todo cuando empezamos a investigar sobre los delitos en el sector bancario y sobre la corrupción de funcionarios de muy alto rango", dijo sin citar nombres, pero con una fuerza que impresionó a la Cámara alta, que, por 142 votos contra 6, rechazó la ratificación del decreto del presidente que liberaba a Skuratov de sus funciones. Fue un fracaso estrepitoso para Borís Yeltsin. Inmediatamente, sus fieles, el jefe del FSB (ex KGB), Putin, y el ministro del Interior, Stepashin, desmintieron que existiera ninguna lista y lanzaron una campaña para desacreditar al incómodo fiscal. Yeltsin ordenó que se precintara su gabinete de tal forma que, aunque permanecía formalmente en el cargo, no podía ejercer sus funciones. Sin embargo, Carla del Ponte, llegada expresamente a Moscú, pudo reunirse con él y confirmó su visión del asunto. El 21 de abril, los senadores debían examinarlo por segunda vez, y el Kremlin, que les había hecho muchas promesas y concesiones, parecía convencido de que le darían la razón. Evgueni Primakov tomó parte en esta sesión, que se desarrolló a puerta cerrada. Parece que habría aconsejado a Skuratov que se retirara, porque, en su opinión, un fiscal en abierto conflicto con los órganos de seguridad no puede hacer su trabajo adecuadamente. Sorprendió que el Consejo de la Federación votara de nuevo, por 79 votos contra 61, a favor de mantener al fiscal en su puesto.

A la mañana siguiente, el jefe de la administración del presidente, Alexandr Volochin, acusó a Primakov de desidia e incluso de doble juego, y, aunque más tarde se retractara de estas afirmaciones, era evidente que Yeltsin no iba a tolerar por más tiempo la presencia en el poder de este primer ministro. Los senadores, que lo habían presentido en el transcurso de los debates, propusieron a Primakov que presentara una moción de confianza para protegerle. Pero él se negó. "Volveremos a hablar de ello en vuestra sesión del 19 de mayo", les dijo, sin sospechar que iba a ser destituido antes de esa fecha. En efecto, las cosas se precipitaron con el asunto Berezovski. De todos los oligarcas del régimen de Yeltsin, este magnate del petróleo y de los medios de comunicación, propietario de un gran número de empresas, es el más inquieto. No ha cesado de presumir de su papel en la elección de Borís Yeltsin en 1996, y ha dado a entender que no hay necesidad de tener un despacho en el Kremlin para "dominar" al presidente y a su familia. Creyéndose intocable, ni siquiera se tomó en serio las diligencias que el ministerio fiscal entabló contra él por la actividad de la sociedad suiza Andava, que blanquea los ingresos extranjeros de su Aeroflot. Así, el 26 de abril, después de algunas peripecias, un fiscal de Moscú le acusó de actividades ilegales, de blanqueo de dinero negro y de otros delitos para los que la ley prevé diez años de cárcel. Para Bab, que es como se llama a Berezovski para abreviar, todo eso era fruto de un complot de Primakov -"que es peor que los comunistas, un verdadero enemigo de la libertad"- y de su lucha contra la corrupción. Borís Yeltsin exigió a su primer ministro que recibiera a su ofendido amigo y que le diera una explicación. La entrevista duró dos horas, pero no dio ningún resultado. Para Yeltsin fue la gota que colmó el vaso. Decidió acabar con su primer ministro.

Lógicamente, la Duma, que acababa de condenar la guerra de Chechenia por 238 votos, no podía aceptar el nombramiento para el cargo de primer ministro de un hombre, Serguéi Stepashin, que había sido uno de los principales artífices de esta guerra. Para presionarla dejaron caer que el Kremlin podía proponer candidatos aún peores -como Axionienko- y que si se negaba sería disuelta. Fue ese temor el que explica la desbandada de los diputados en el momento de votar la destitución de Yeltsin. Por otra parte, para salvar la cara, se apeló al sentido de la responsabilidad de los diputados, recordándoles que Rusia está comprometida en una gran operación de mediación por la paz en los Balcanes, y que en esas condiciones no se puede dejar al país sin Gobierno.

Y así, en medio de la indiferencia general, el Kremlin ha votado la investidura de Stepashin, el último de los favoritos de la camarilla yeltsiana. Pero su gobierno es provisional y no está al abrigo de los caprichos del Kremlin. Alexandr Zhoukov, presidente de la comisión económica de la Duma y uno de los dirigentes de un partido tradicionalmente progubernamental, Nuestra Casa Rusia, es el que mejor ha resumido la situación al afirmar que sólo dentro de un año, cuando ya no esté Yeltsin, se podrá intentar la democratización del Estado y acabar con la arbitrariedad de los oligarcas.

K. S. Karol es periodista francés especialista en Europa del Este.

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