Un tifón llamado Rita
La aspirante a la reelección como alcaldesa de Valencia, la popular Barberá, arrastra más votos por su personalidad que por su gestión
,En las procesiones de la Virgen de los Desamparados, que nacieron como reacción a una intervención anticlerical en el Congreso de los Diputados de Félix Azzati, el brazo derecho de Vicente Blasco Ibáñez, Rita Barberá (Valencia, 1948) concita más aplausos que la imagen de la Madre de Dios. Lejos de ser un sacrilegio, se trata de un verdadero milagro de derechas. El que invirtió la tendencia socialista en Valencia después de 12 años. Rita es el verbo hecho voto y, sin embargo, en su discurso hay más ruido que nueces.Existe la creencia bastante extendida de que la clave de su éxito radica en el modo de colgarse el bolso. De llevarlo. Y, sobre todo, de representarlo en procesiones y en mercados, que son los escenarios donde saca más partido de sí misma. Ése es su territorio: el del cuarto y mitad. La alcaldesa de Valencia prefiere la calle al despacho. La risotada, a la retórica. Y, en base a esta convicción tan profunda, ha desarrollado una coreografía de incontrovertible atractivo electoral que resulta de envolver su brava figura con un vestido rojo y de conjugarlo con el bolso y una carcajada. Lo demás es casi lo de menos.
Esta locomotora electoral, contundente y populista, con nombre de tifón, se fraguó en los hangares de la derecha de siempre. Su padre, José Barberá Armelles, presidió la Asociación de la Prensa en Valencia durante los mejores años de la dictadura y dirigió uno de los periódicos locales del Movimiento. Ella presume de poseer el carné número tres en la Comunidad Valenciana de la antigua Alianza Popular (AP), a la que se afilió en 1976 sin conceder el beneficio de la duda al centrismo. Apenas unos años antes de militar en este partido, que votó en contra de la Constitución, había capitaneado el equipo de balonmamo del colegio Domus, había sido investida Musa del Humor y había sido una de las pocas alumnas del profesor Ernest Lluch en la Facultad de Económicas.
Pero la tradición familiar del periodismo la desvió de todas estas disciplinas. Lo ejerció de manera breve, como cronista municipal, en medios sobre los que su padre ejerció notoriedad. Luego, trabajó en el gabinete de prensa del Gobierno Civil y en el de la Confederación Empresarial Valenciana hasta que en 1983 se metió de lleno en la política en las Cortes valencianas como presidenta del Grupo Popular. En estos años desempeñó diversos cargos en la estructura del partido y se convirtió en el máximo cartel de AP para la Generalitat, pero en 1989 le pasó otro candidato por encima, el ahora senador Pedro Agramunt, y presentó la dimisión.
Aunque recuperó la confianza del partido y la presidencia del Grupo Popular, Rita tuvo que tragarse un suculento sapo: encabezar la candidatura a la alcaldía de Valencia en 1991, cuando nadie daba un duro por ese reto porque las encuestas lo hacían poco recomendable. Tras rechazar la oferta el difunto Manuel Broseta y el ahora senador Leopoldo Ortiz, entre otros, ella se arremangó y con nueve concejales y un pacto con mucho ruido de notaría con Unión Valenciana, que había logrado ocho, le arrebató la vara a la socialista Clementina Ródenas, que contaba con 13 y no podía alcanzar la mayoría con los tres de Esquerra Unida del País Valencià. Durante ese mandato, la alcaldesa sólo tuvo que vivir de la renta de una ciudad que le habían dejado trazada los socialistas y evitar que su socio, el regidor paralelo, Vicente González Lizondo, que se le pegó como una lapa en todos los actos públicos, la eclipsara.
Pese a desarrollar una gestión casi imperceptible, y con los despropósitos propios del pacto con un partido surgido de la víscera que la puso en el despeñadero casi todos los días, Rita logró en 1995 la mayoría absoluta con 17 concejales y un programa certificado ante notario. Por suerte para ella, nadie le ha presentado reclamaciones todavía. Pero, con su enérgico tirón electoral, había elevado a un desconocido Eduardo Zaplana, que no terminaba de creérselo, hasta la misma presidencia de la Generalitat. En su segundo mandato Rita subió al pedestal de la presidencia de la Federación Española de Municipios y Provincias y amplificó su imagen en España. Esto le permitió intensificar las relaciones públicas, que constituyen el grueso de su agenda, y camuflar mejor la gestión de mínimos, chirimbolos, farolas con dorados y motocacas. No consiguió para Valencia la capitalidad cultural del 2001, pero disimuló la frustración con el proyecto Tercer Milenio, que ha perseguido la conversión de Valencia en la capital del pensamiento mundial con el auspicio de la Unesco, aunque con unas cuentas que están por aclarar y con una oficina sobre la que recae la sospecha de la oposición de que se trata sólo de una plataforma electoral. Asimismo, Rita inauguró el Palacio de Congresos de Norman Foster y, cómo no, agitó de nuevo proyectos recurrentes y vaporosos como el del Parque Central, cuyo objetivo es ganar los terrenos ocupados por las vías del tren y convertirlo en el pulmón de la ciudad, y el del Balcón al Mar, consistente en dedicar la dársena interior del puerto de Valencia a una zona de ocio. Y el más polémico y contestado por los vecinos: la prolongación de la avenida de Blasco Ibáñez hasta el mar, con un notable impacto sobre los barrios de El Cabanyal y El Canyamelar, anunciada para los próximos años.
A la sombra del esplendor de su vestido rojo, también se ha prohibido una exposición de ingenuos desnudos, se ha gestionado mal el impuesto sobre el incremento del valor de terrenos, lo que ha hecho perder al Ayuntamiento unos ingresos de cerca de 1.000 millones de pesetas, y se ha impedido de forma sistemática que la Sindicatura de Cuentas fiscalizase la gestión de los años 1994 y 1995, que la oposición define como "plagada de irregularidades". Tampoco lo ha hecho el Tribunal de Cuentas, pese a anunciar que iba a proceder a la investigación inmediata de esta época salpicada con el sinsentido de González Lizondo. Y otro dato infausto reciente: el Ayuntamiento pagó el doble de su valor por dos solares destinados a ecoparques para la recogida selectiva, una operación cuyo presunto fraude todavía está pendiente de los tribunales.
Pese a ello, Rita es más aplaudida en Valencia todos los meses de mayo que la Virgen de los Desamparados. Permanece soltera y sin compromiso y está diseñada para el éxito electoral. Ahora muchas voces de su propio partido auguran que el próximo mandato, que tiene de sobra asegurado, puede ser su mausoleo político, aunque, si puede llevar el bolso, no estará tan claro.
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