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El ridículo MIQUEL CAMINAL BADIA

Tarradellas habría puesto un cero a todos los partidos catalanes sin excepción. La comisión de autogobierno del Parlamento de Cataluña ha hecho caso omiso de las tres pruebas del tarradellismo. Suspenso en sentido de Estado, suspenso en unidad catalanista, suspenso en las formas. Nota global: el ridículo. El artículo ya podría acabar aquí, porque no hay más que decir sobre esta comisión abortada.¿Qué sentido tiene hablar de posturas y propuestas de los distintos partidos sobre el autogobierno, cuando esto ha resultado ser lo menos importante? Ninguno. Toda la culpa de este guirigay no la tiene Jordi Pujol. Él hace su carrera, los demás le siguen con sus torpezas. El pujolismo ha contestado a las tres pruebas tarradellistas con tres yos absolutos: "El estado en Cataluña soy yo", "el catalanismo soy yo y mi circunstancia", "yo soy quien decide las formas y procedimientos". Camino de su sexto tour, Pujol está corriendo sin demostrar fatiga, mareando a sus rivales con sus amagos de escapada, imprimiendo un ritmo político que los pone a prueba continuamente. Si las cosas siguen así, ganará seguro y con diferencia. El punto débil de Pujol es su equipo. La entidad y calidad de los sucesivos gobiernos de la Generalitat han seguido una línea descendente hacia la mediocridad general. Más que consellers, tiene un gobierno de caps de servei, algunos de los cuales destrozan el catalán. Y no tiene respuestas sin riesgo a las preguntas sobre los ausentes: ¿Por qué se fue Prenafeta? ¿Hay alguna razón oscura para explicar que un político de cuerpo tan grande como Macià Alavedra se fuera por una puerta tan pequeña? ¿Cuántos Jaume Camps prestaron sus servicios, por supuesto profesionales, a clientes desconocidos que recibieron dinero de un tal Javier de la Rosa? Estas y otras preguntas en la misma dirección tienen respuestas difíciles. Aunque es mejor callar que contestar: "Hoy nuestro grupo se llama Jaume Camps". Esto sí que es hacer el ridículo. Habría que destituir a estos portavoces corporativos con maneras de capataz. Claro que, hablando de ridículo, buena la ha hecho Felipe González dándole órdenes en público a su capataz Almunia. Tenía entendido que éste era el secretario general del PSOE. Va bien Maragall con estos compañeros de viaje. Tiene suerte de que su primer secretario sea Narcís Serra, a quien no se le ocurre decir: "Será nuestro candidato... salvo causa de fuerza mayor". Quizá por esto su campaña no es ni larga ni corta, sino gallega. ¿Sube o baja? ¿Solana o Lafontaine? Alguien le debe de haber informado de que en las elecciones los votantes buscan identificarse con una imagen, aunque lo ignoren casi todo sobre el candidato y su programa de gobierno. Desgraciadamente para la democracia esto es en gran parte así, pero uno no puede acomodarse pasivamente con la falsa idea de que el brillo de la estrella nunca se apaga. El candidato de la oposición, que no cuenta con el protagonismo de estar en el Gobierno, tiene que arriesgar más. El catalanismo de Maragall es todavía confuso, aunque menos que su discurso social o que su actitud frente a esta (nuestra) guerra de Kosovo. Y sobre otras muchas cosas. La obsesión por el centro, que nada arriesga, puede resultar inútil electoralmente, y tiene la nefasta consecuencia política de arruinar aún más el discurso de una izquierda ya inexistente en lo ideológico. Ahora bien, una cosa son las ideas de la izquierda y otra muy distinta las palabras insensatas.

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