Feria del Libro
Aristóteles comienza diciendo que todos los hombres tienden a ver, que no a saber. Lo dijo Emilio Lledó el jueves pasado en el Teatro Central. "Y por eso, el placer que siente cuando mira se recrea en su mirada". Tal como Beethoven, tan sordo, oía la música viendo las notas que escribía, con una mezcla de sensación y memoria. Tal como nosotros hemos podido estos días recordar y soñar en la Feria del Libro al ver los lomos verticales en los estantes, las oportunidades en el mostrador, las novedades que leer, las cubiertas coloreadas. El libro es un placer para casi todos los sentidos: verlo, leerlo, tocarlo, olerlo a nuevo, como a los coches, y oírlo leído o incluso contado, algo parecido a cantarlo, un cuento de libros como el que una vez tuve ocasión de oír a un librero catalán que una noche de lluvia torrencial se levantó de madrugada y salió corriendo hacia su librería preocupado por lo que le pudiera pasar. Se la encontró inundada, con dos cuartas de agua y los libros empapados. Sacó algunos de las estanterías bajas y se sorprendió de que les faltaran algunas letras. En las estanterías altas ocurría igual. Miró instintivamente el agua a sus pies y observó que griseaba. Cogió libros de arriba y abajo, de izquierda y derecha, y a medida que los hojeaba comprobaba los huecos de palabras completas, las páginas vaciándose de líneas hasta quedar blancas. En el agua del suelo, ya negra, flotaban algunas letras. El librero se tomó el trabajo de recuperarlas todas e irlas poniendo y cambiando de lugar en las páginas hasta conseguir que tuvieran sentido. De vez en cuando recordaba párrafos enteros, y así, en pocos días tuvo los libros completos. Ningún cliente le protestó por el resultado, pero le sobraron un montón de letras que introdujo en el maletín que llevó al congreso de libreros para que los que allí estábamos le creyéramos. Pocas personas disfrutan con los libros tanto como los libreros, por eso nos los sacan a la calle y nos los meten por los ojos o por los oídos, para enseñarnos a disfrutarlos, y por eso me extraña que no haya libros de niños a la altura de sus ojos y sus manos, que ellos puedan ver y tocar a gusto.
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