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DIMISIÓN DE JOSÉ BORRELL

El suelo se abrió bajo sus pies

Borrell maduró la decisión en la madrugada del viernes tras charlar con varios amigos.

José Borrell supo el 9 de abril que ese día había estallado a su lado una bomba que le dejaba paralizado, aunque en ese momento no imaginó que podía llegar a abatirle. A la vista de la información que publicaba este diario sobre el fraude fiscal de sus amigos y antiguos colaboradores, llamó por teléfono a Ernesto De Aguiar y éste le confirmó que no había declarado a Hacienda sus beneficios en Bolsa. Se quedó atónito. Tras un mes de tensión y cavilaciones, en la noche del pasado jueves Borrell tomó la decisión de renunciar. Apenas durmió. Durante gran parte de la noche del jueves y de la madrugada del viernes estuvo hablando por teléfono con amigos y personas de su absoluta confianza. Cerca de las tres de la madrugada del viernes, mientras paseaba en compañía de un dirigente nacional del PSOE y de un grupo de amigos, sus reflexiones le fueron llevando a la conclusión definitiva de que la mejor salida era renunciar a la candidatura para la Presidencia del Gobierno.Unas horas antes, en torno a las seis de la tarde del jueves, había acudido al despacho del secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, para trasladarle sus más que serias reflexiones sobre la necesidad de dimitir como candidato a la Presidencia del Ejecutivo. En algunos medios había trascendido que él y su ex esposa, Carolina Mayeur, habían puesto en manos de De Aguiar y José María Huguet unos ahorros para que ellos los invirtieran en Bolsa. Esa acción absolutamente legal adquiría tintes explosivos en el terreno político al ser contemplada ahora con la perspectiva que da el saber que De Aguiar y Huguet fueron altos cargos de Hacienda que practicaron el fraude fiscal y tal vez el cohecho. Aunque De Aguiar sigue negando que haya incurrido en éste último delito, como lo negó cuando su amigo José Borrell le pidió explicaciones al ser descubiertas esas irregularidades a comienzos de abril.

A las diez de la noche del jueves, cuando Joaquín Almunia abandonaba discretamente el acto de presentación de Rosa Díez como cabeza de lista para las elecciones europeas, en el Palacio de Cristal de Arganzuela (Madrid), todavía confiaba en que Borrell pudiera aguantar, al menos hasta el día después de las elecciones del 13 de junio. Esa misma mañana, varios dirigentes del PSOE creían haber convencido a Borrell de que para salir del atolladero bastaba con que diera al día siguiente -por ayer- una explicación pública y detallada que aclarase y matizase cuáles habían sido sus relaciones económicas privadas con De Aguiar y Huguet. Pensaban que Borrell podía sobrevivir a la tormenta, aunque algunos ya presagiaban que el resultado de las elecciones de junio servirían para cuestionar la solvencia del aspirante socialista a La Moncloa.

Veinticuatro horas antes, el pasado miércoles, Almunia y Alfredo Pérez Rubalcaba acababan de enterarse por Borrell, en una reunión en la que también estuvo Luis Yáñez, de que él y su mujer habían invertido en Bolsa a través de De Aguiar y Huguet. En esa reunión, el máximo representante del PSOE había mostrado a los principales dirigentes de su partido toda la documentación que había recopilado en su casa de La Pobla de Segur, a donde había viajado el anterior fin de semana, sobre la compra del apartamento de Taüll y las otras vinculaciones con De Aguiar y Huguet. En la reunión de la ejecutiva federal del partido, el lunes anterior, las explicaciones del candidato no habían incluido la mención a esas inversiones bursátiles. Si bien es verdad que Almunia ya exhibió una premonitora precaución al expresar el respaldo del partido al candidato: precisó que seguiría siéndolo salvo "fuerza mayor".

Para Borrell, un político sin la coraza de otros profesionales de la política, cosa que además tenía a gala, el progresivo descubrimiento de las irregularidades de sus excolaboradores en la Secretaría de Estado de Hacienda se había ido convirtiendo en un problema obsesivo. Su sorpresa cuando recibió las primeras noticias fue descomunal. De hecho, casi no se lo podía creer. En la reacción que fue gestando en los primeros días había una mezcla de indignación y de frustración. Se sentía como si se abriera el suelo bajo sus pies. Una corrupción que él no había cometido le salpicaba de lleno, sin apenas margen para defenderse puesto que el acusado no era él. Las denuncias que estaba realizando, con cierto éxito, sobre la falta de ética fiscal de Josep Piqué quedaban totalmente neutralizadas. Y con el paso de los días fue constatando que no podía librarse de que la atención de los medios de comunicación se centrase en pedirle opiniones y explicaciones sobre la evolución del caso De Aguiar-Huguet. Y el goteo permanente de la investigación judicial amenazaba con cruzarse incluso en su propia campaña electoral para la Presidencia del Gobierno.

Ese análisis, unido a su propio deseo de mantener su trayectoria de integridad y honestidad, fue conduciéndole progresiva y amargamente hacia la conclusión de que no podía continuar una carrera para la que había quedado tocado, aunque fuese por la traición de unos amigos. Una conclusión que no tenía ese carácter, ni siquiera de lejos, cuando acudió a almorzar a casa de Felipe González el pasado 30 de abril. En la conversación habían prevalecido los problemas relacionados con la salvaje limpieza étnica del ejército serbio y los ataques de la OTAN. Borrell no volvió a hablar con González hasta ayer por la mañana, cuando le llamó por teléfono a Dublín para comunicarle su decisión.

Con quienes sí había abordado el asunto de forma recurrente había sido con Almunia, Pérez Rubalcaba, Yáñez, Juan Manuel Eguiagaray, Ciprià Ciscar y Luis Martínez Noval, los asistentes habituales a las reuniones diarias de maitines en la sede federal del PSOE. Y en las últimas horas con Manuel Chaves, José Bono y Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Y, al final, ha prevalecido el gesto realista, no carente de mérito, de afrontar la responsabilidad política de los daños colaterales.

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