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Reflexión cuartelera JOAN B. CULLA I CLARÀ

Mientras durante las últimas semanas José Borrell, ocupado en contener los daños causados a su imagen por la poco edificante conducta fiscal de los señores Ernesto Aguiar y Josep Maria Huguet, ha tenido que descuidar disputarle al PP la primacía en el celo estatalista y en la beligerancia doctrinal contra los nacionalismos de la periferia, Felipe González ha acudido al relevo. Con pose de profeta desarmado que ya no gobierna pero nos advierte de gravísimos peligros, el ex presidente se instaló el pasado lunes en la tribuna de la Fundación Alternativas para lanzar un mensaje tremendista que desborda al Partido Popular, deja en fuera de juego las bienintencionadas tesis federalistas de algún sector del PSC-PSOE y parece sintonizar mayormente con las posturas clásicas de José Bono, Juan Carlos Rodríguez Ibarra y similares. A falta del texto completo y oficial de la charla de González, las frases recogidas por los distintos medios de comunicación son lo bastante significativas como para hacerse una idea de su contenido: el proyecto constitucional y democrático de España se halla "al borde del abismo"; "la desagregación de España", "la ruptura de España" acechan a la vuelta de la esquina; la secesión del País Vasco es un peligro inminente, y el Estado español es ya ahora "profundamente débil". Entre las causas de tan desolador panorama, el conferenciante señaló que el Gobierno de Aznar ha suprimido una serie de elementos cohesionadores que servían para unir a todas las comunidades y hacían que España fuera una nación. ¿Ejemplos? El servicio militar obligatorio, la fiscalidad centralizada, la caja única de la Seguridad Social o la gestión aeroportuaria unificada en manos de AENA. En su requisitoria contra el Ejecutivo popular, el ex presidente evocó la histórica Confederación Española de Derechas Autónomas y añadió que ahora siguen en lo mismo, "pero sin la E de Española". Ignoro si con esta última alusión Felipe González expresaba alguna clase de nostalgia respecto de la CEDA genuina, con E; aquella que tildaba el Estatuto catalán de 1932 de "antiespañol, anticatólico y laico" y se proponía "asegurar la unidad inquebrantable de España dentro de su tradicional variedad". Espero francamente que no. En cuanto a la quiebra de la homogeneidad fiscal, sé de alguna ilustre familia de la burguesía barcelonesa que lleva décadas domiciliada legalmente en Navarra y pagando menos impuestos gracias al régimen foral, sin que ello haya disminuido un ápice su acrisolado españolismo. Pero, más que a eso, quisiera referirme a otros dos factores de cohesión estatal cuya pérdida el ex líder del PSOE teme o lamenta: AENA y la mili. En ambos terrenos es preciso reconocer paladinamente que Felipe tiene razón. Cuando, atrapados en el caos aéreo que AENA organiza con tanta eficiencia, una pareja de recién casados espera su avión en Málaga, y un puñado de ejecutivos acumula retraso en Barajas, y un grupo de turistas ve consumirse su tiempo de vacaciones aguardando en El Prat, qué duda cabe que sus sentimientos de solidaridad -interpersonal, e incluso interterritorial- con las otras víctimas del desastre crecen de modo espectacular y se funden en un solo y afectuoso pensamiento alusivo al ministro Arias-Salgado, a la dirección de Iberia, a los pilotos del SEPLA y a las respectivas señoras madres. Es en la adversidad donde se fortalecen los pueblos. ¿Cómo se atreven, pues, esos empresarios separatistas de Baleares y Canarias a reclamar la gestión autonómica de sus aeropuertos? ¿Acaso quieren atentar contra España como unidad de destino en el desbarajuste aéreo? ¿Y qué decir del servicio militar obligatorio? Cuantos hemos tenido el honor de cumplirlo, y de cumplirlo bien lejos de casa, en fecunda mezcla con gentes de toda la piel de toro, podemos dar fe de su extraordinaria capacidad cohesionadora: la cohesión en el tedio y el tiempo perdido, en la obediencia a órdenes arbitrarias, en la práctica de una instrucción decimonónica que quería fabricar autómatas sin conseguirlo, en la picaresca del escaqueo...; y, por supuesto, la cohesión de temer que, en cualquier guarnición, el día menos pensado, un sargento Miravete pasado de copas pudiera descerrajarte un tiro de la manera más tonta. Sí, es cierto, la mili forzosa homogeneizaba a madrileños y vascos, catalanes y andaluces; jóvenes de todas las procedencias compartían idénticas sensaciones de secuestro legal, de suspensión de los derechos democráticos, de indefensión ante lo absurdo, de ser objeto de un intento despersonalizador y uniformizador... Claro que a algunos les iba la marcha y hasta se enrolaban en las Compañías de Operaciones Especiales o en la Legión. Cuando incluso sus inventores -los franceses- han renunciado ya al ejército de leva universal como elemento nacionalizador, tiene narices que un estadista de la talla histórica de Felipe González sostenga que la continuidad de España en el siglo XXI debería asegurarse a base de obligar a decenas de miles de jóvenes cada año a cultivar su ardor guerrero en recintos sobre cuya entrada campee el rótulo de Todo por la Patria.

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