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22.000 "votantes" de la "Mare de Déu"

Un aluvión de fervor popular anegó ayer, como cada segundo domingo de mayo, la plaza de la Mare de Déu de Valencia. Sobre ese océano de adrenalina, tapizado por miles de cabezas y brazos que se agitaban muy excitados, volvió a navegar tambaleándose la talla de madera sueca de 1,33 metros de altura que representa a la Virgen de los Desamparados. Una primavera más, la imagen despertó las pasiones más exacerbadas de los valencianos y volvió a protagonizar el milagro de completar indemne su recorrido. Más de 22.000 personas, según fuentes municipales, se agolparon a las diez y media de la mañana en la plaza y en las calles contiguas para aclamar y vitorear a la Geperudeta. "¡Visca la Mare de Déu, visca la Mare de Déu!", coreaba el gentío a pleno pulmón cuando por fin divisó la imagen en el umbral de la Basílica. Algunos habían peregrinado a pie hasta la plaza desde un pueblo de L"Horta, como hacían sus antepasados. Muchos llevaban bastantes horas de plantón y habían asistido de madrugada a la Misa de Descoberta y, después, a la de Infants. Se trataba de ocupar un puñado de centímetros cuadrados en un lugar privilegiado de la plaza que diera opción a ver pasar de cerca a la Geperudeta. Centímetros que habrían de defender a codazos cuando el sol ya estaba bastante alto y la plaza era una sudorosa aglomeración. Ante tanto apasionamiento y desmesura nadie diría que ya han transcurrido 88 años desde aquel incidente que motivó el primer traslado multitudinario de la Virgen. Los seguidores más veteranos que presenciaron el acto de ayer debían llevar pañales por aquel tiempo ¿Pero cómo empezó todo? Aunque el traslado de la Virgen se celebraba desde hace siglos, apenas se diferenciaba del resto de procesiones. Por un guiño del destino, sólo adquirió las cotas de fervor que la han hecho célebre gracias, muy a su pesar, al anticlerical diputado blasquista Félix Azzati. Como recoge Vicente Alós en la biografía de Azzati, publicada por la Diputación de Valencia, el diputado carlista Díaz Aguado y Salaberry afirmó en el Congreso de los Diputados en marzo de 1911 que había visto "sacar a la imagen de la Virgen de los Desamparados, la santa patrona de Valencia, la devoción, el amor más grande y tierno de los valencianos, [...] tomando las calles la Guardia Civil porque no se fiaban de la intención de los amigos de su señoría [Azzati]". Azzati le replicó que la Virgen no tiene "la devoción de la mayoría del pueblo valenciano". "Es una mayoría hipotética, porque cuando se traduce en las urnas es para nosotros [los republicanos]", insistió. En la siguiente sesión, el diputado por el distrito de Sueca Peris Mencheta dijo que en Valencia el sentimiento católico no ha desaparecido "como dice Azzati", sino que está "más vivo cada día". Azzati le respondió que "está en un error" si opina que "la Virgen de los Desamparados continúa siendo la patrona de la mayoría de los valencianos" y afirmó que la Virgen "no tiene votos". Alegó que la Liga Católica sumaba 5.000 sufragios frente a los 22.000 de los "librepensadores republicanos" (los votos de su partido y el de Rodrigo Soriano). Como respuesta, los católicos convocaron el 25 de marzo de 1911 un acto de afirmación popular que sirviese de desagravio a la Virgen. Cuando se enteró, Azzati ironizó: "No tendrá quejas el clero valenciano, yo les doy trabajo de firme". No sospechaba que acababa de provocar un alud de magnitudes insospechadas. Pelotón de braceros A la Mare de Déu la llevaba ayer en andas un pelotón de braceros aguerridos, con el ceño fruncido cuando alguien intentaba colarse en el círculo más codiciado de la plaza y un gesto reservado, como Induráin en sus mejores Tours, que no dejaba traslucir el agotamiento ni las insufribles apreturas. Las camisetas, cuanto más viejas mejor por los inevitables agarrones, eran el uniforme oficial del gentío. De vez en cuando emergían de la multitud, alzados a hombros, personajes conocidos de años anteriores. Un cuarentón con bigote, camisa vaquera azul y pañuelo colorado anudado al gaznate. El diputado autonómico de IPCV Rafael Ferraro. Un hombre mayor, chaparro y con la cabeza despejada. Apuraban el instante de celebridad al que, según Andy Warhol, tienen derecho todos los mortales lanzando vítores desgarrados a la Mare de Déu y desaparecían súbitamente engullidos por la multitud. Farolas, rejas de ventanas, árboles. Cualquier cosa servía a los apasionados fieles para encaramarse y contemplar cómo se inclinaba vacilante, ahora a babor, después a estribor, el casco de madera de la Virgen en medio de la tempestad de fervor, que arreciaba con ímpetu en cada rincón de la plaza que atravesaba. Los más atrevidos se arrastraron sobre el océano de cabezas en un intento desesperado de tocar su manto.

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