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LAS VENTAS

José Luis Bote, más torero que nunca

¿Podría uno decir que vio en Las Ventas una de las faenas más emotivas de la temporada? ¿Podría uno decir que presenció la actuación más torera de la temporada? Uno lo pregunta pues, por lo visto, la emotividad y la torería sólo tienen que venir de la mano de las figuras. Pero hay otros toreros que no son figuras y, en cambio, reunen mayores merecimientos. Hay otros toreros - entre ellos se destaca José Luis Bote-, que tienen una vocación desmedida, y una valentía a toda prueba, y saben de qué va esto del toreo, y poseen una técnica superlativa para conocer las características de los toros y la lidia conveniente a su condición.A Bote le dieron la oreja en el cuarto toro con absoluto merecimiento, pero su gran faena -entiende un servidor- fue al sobrero de Palomo Linares, primero de su lote. No se quiera sabér cómo era el torazo de Palomo Linares. Un colorao escurrido de carnes, musculoso, alto de agujas, más alto aún de cornamenta, con una arboladura impresionante y una mansedumbre traicionera que podía darle un disgusto a quien se pusiera delante.

Sánchez / Bote, Benítez, Iniesta

Toros de Ramón Sánchez-Ybargüen (uno rechazado en el reconocimiento, otro devuelto por inválido), tres primeros de escaso trapío, 4º y 6º bien presentados; inválidos, mansos, de feo estilo. 5º de Cortijoliva, con trapío, flojo, noble. 2º, sobrero de Palomo Linares, muy serio, con gran arboladura, manso, difícil. José Luis Bote: estocada trasera caída (ovación y salida a los medios); estocada corta ladeada, rueda de peones y descabello (oreja). Leonardo Benítez, que confirmó la alternativa: estocada caída perdiendo la muleta (insignificante petición, aplausos y saludos); pinchazo y estocada caída (silencio). José Antonio Iniesta: bajonazo (silencio); cuatro pinchazos, otro hondo, tres descabellos -aviso- y tres descabellos (silencio).Plaza de Las Ventas, 9 de mayo. Media entrada.

Los peones lo pasaron mal en la brega. Al toro no había forma de ponerlo en suerte cuando se hizo presente Bote, lo embebió en los vuelos del capote y corriéndole por delante mientras le alegraba a la voz, consiguió que tomara los puyazos. No es baladí la referencia a la manera aquella de llevarlo: por delante, sin capotazos inútiles, sin vueltas que lo pudieran resabiar más aún, procurando darle una fijeza que no tenía en absoluto.

Y, llegado el turno de muleta, lo mismo. A los topetazos y los derrotes con que el toro tomó los primeros pases, José Luis Bote respondió midiéndole los terrenos, jugando con las querencias para desengañarle la mansedumbre, poniéndole la pañosa a la distancia debida, manejándola con temple. Y llegó un momento en que el toro ya se fijaba en la muleta, ya iba a por ella, aunque fuese a duras penas. Y Bote, cruzado siempre, mandando en cualquier caso, ligando a toda costa, le sacó faena. Tres tandas de redondos emocionates, torerísimos, le sacó al manso, que incluso llegó a humillar.

Una ovación grande premió la actuación de Bote que -entiende un servidor- había merecido oreja; con mucho más motivo que el montón de orejas que les regalan a las figuras esas del unipase y el carrerón para no exponer un alamar.

Le dieron la oreja del cuarto toro, otro mulo; más mulo aún si cabe. Un mulo líder del muladar, que no llegaba al peligro del sobrero aunque le superaba en mansedumbre. Y Bote, empleando de nuevo una técnica torera que sólo es patrimonio de los maestros, derrochando valor, le buscó también los terrenos y las distancias, le sacó derechazos, y cuando parecía que había agotado cualquier posibilidad de que el toro pudiera embestir, se echó la muleta a la izquierda y lo embarcó por naturales, hondos todos ellos, algunos de una templanza y una largura excepcionales.

La emoción que sintió José Luis Bote al verse con una oreja ganada en Madrid trascendió al público. El torero, que viene luchando con una cierta incapacidad física producida por una tremenda cornada, y con la incomprensión de los taurinos -aún más dolorosa que las cornadas-, se echó a llorar y, terminada la vuelta al ruedo, cogió un puñado de arena y lo besó. Era todo un símbolo: su amor a esta plaza y a Madrid,que es su tierra; el respeto a la afición madrileña, tan dura si procede, pero tan entregada con los toreros auténticos.

Leonardo Benítez, que banderilleó fácil y seguro, hizo a su primer toro el toreo de las figuras -paso atrás, suerte descargada, esas cosas- con evidente buen ánimo y transmitiendo la simpatía de su temperamento extravertido. Brindó la estocada, que le salió un churro, mas no por eso perdió la sonrisa. Al quinto de la tarde, un cinqueño manejable, ya le hizo otro toreo, más ajustado a los cánones, aunque de escasa brillantez.

La lección que antes dictara José Luis Bote sirvió también para poner en evidencia la distancia que hay entre torear y pegar pases. Los pegapases triunfan con cierta facilidad pero si aparece un torero que interpreta el toreo verdadero se les acabó el cuento.

Torero de buenas formas es José Antonio Iniesta y planteó sus faenas sin eludir nunca la regla de parar, templar y mandar. Quiere decirse que se colocaba como es debido e intentaba el toreo bueno. No pudo lograrlo con aquellos mansos de feo estilo que le correspondieron, y en vez de disimular recurriendo a trucos para la galería, abrevió. La tarde, bien se ve, iba de toreros verdaderos.

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