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DÍAS EXTRAÑOS Hacia el museo RAMÓN DE ESPAÑA

El alcalde de Barcelona se presentó el jueves en la estación de Francia, donde se inauguraba la edición número 17 del Salón del Cómic, con los deberes hechos. Aunque no pudo evitar el inevitable tono paternalista que nuestros patricios reservan siempre para los tebeos, se esforzó por no decir ninguna tontería; y su tono triunfal, aunque no muy realista, siempre se agradece en un sector enfrentado a una crisis aparentemente perpetua. Entre otras cosas, Joan Clos dijo que el salón de Barcelona es, con el de Angulema, el más importante de Europa, lo cual es cierto; pero uno, fiel émulo del inolvidable Pepito Grillo, quiere aprovechar la ocasión para plantear algunas pequeñas diferencias entre el certamen francés y el español. Para empezar, en Angulema suelen contar con la presencia del ministro de Cultura de turno, mientras que yo, el jueves pasado, no vi por ninguna parte a don Mariano Rajoy. Comprendo que está muy ocupado encajando la última cacicada de Pujol, consistente, como ustedes ya saben, en conceder emisoras de radio a los que le caen bien y quitárselas a los que le caen mal, pero muchos hubiéramos agradecido la presencia del ministro de Educación y Cultura en la estación de Francia. Mas la principal diferencia entre Angulema y Barcelona radica en que la agradable capital de la Charente cuenta con un activo museo dedicado a la historieta (el Centre National de la Bande Dessinée que puso en marcha Jack Lang), mientras que en la capital de Cataluña lo de crear un centro de similares características sigue siendo una entelequia guadianesca que aparece y desaparece a lo largo de los lustros sin que fructifique nunca en nada concreto. Según Ferran Mascarell, al que aburrí cordialmente con el tema el otro día, la culpa es nuestra, de los aficionados a los cómics, que no nos organizamos, no ofrecemos a las administraciones propuestas concretas y enviamos a parlamentar con los políticos a sujetos de escasa confianza. ¿Tendrá razón el gerente del ICUB y aspirante a regidor de cultura del Ayuntamiento?... Hombre, la verdad es que el cómic, como industria precaria que es, no se distingue por producir los necesarios equivalentes de José Luis Borau, el hombre que dio vida a la academia del cine español, pero tampoco es cierto que todos nuestros editores, autores, críticos y lectores sean impresentables. A bote pronto, se me ocurren tres personas que podrían dirigir muy dignamente el hipotético centro nacional de la historieta barcelonés: Joan Navarro (actualmente al frente de la editorial Glenat y durante muchos años del Salón del Cómic), Antonio Martín (un sabio autodesaprovechado que necesita urgentemente redención después de tantos años editando tebeos de superhéroes birriosos para Planeta) y Salvador Vázquez de Parga (que está a punto de jubilarse como juez y es una enciclopedia andante del tebeo español). Con las colecciones privadas de estos tres caballeros se pueden llenar varios museos. Ahora hay que hacerse con un edificio en condiciones. Personalmente, me inclino por el Palau Robert, noble enclave sometido desde hace tiempo a una política cultural errática. Hace unos años, la Generalitat lo utilizaba para exponer a los artistas del régimen (los otros eran enviados, si tenían suerte, a Santa Mónica). Ahora ha sido reconvertido en una oficina turística gracias a la cual nuestros visitantes pueden averiguar cuál es el mejor lugar para la práctica del piragüismo o cuándo es la fiesta mayor de Gurb, datos útiles pero que, a mi modesto entender, podrían ser suministrados en cualquier otro lugar de la ciudad. Ahora que ya tenemos director y edificio, sólo falta poner de acuerdo a las instituciones. Ferran Mascarell es un hombre que escucha. Vicenç Villatoro es también alguien con quien se puede conversar. Ya sólo nos queda encontrar un interlocutor en el Ministerio de Cultura, al que habrá que quitar de la cabeza la idea de colocar el museo en Madrid. A ver si así, cuando Clos vuelva a decir que Barcelona es como Angulema, no hay manera de llevarle la contraria.

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