_
_
_
_

En el zoco del gesto

"Anoche estuvieron unos zancudos tuaregs con cosas de fuego en la plaza de la Merced y mañana vienen unos demonios". Habla un chaval rapado con mochila y una mosca de pelo bajo el labio. Jueves, 6 de mayo. Son las siete de la tarde en la Plaza de Félix Sáenz. Ángel Baena es director de una compañía, una academia, y organizador del festival de Teatro de Calle de Málaga. Ya van tres ediciones. Anoche se fueron los K de Calle, Animasur, Guirigai, Naphtaline, Sarruga, Kukubiltxo y Circus Ronaldo: anoche se disipó la magia imprevista de las calles, el zoco espontáneo del gesto. Han sido cuatro días donde, al volver una esquina, te asaltaba una araña gigante, una marioneta mínima, un tragafuegos enloquecido, una comitiva de meninas y conquistadores de las Indias. Plaza de Félix Sáenz de Málaga. Los transeúntes se arremolinan en torno a tres extraños cómicos ambulantes. Algunos no lo saben todavía. "Hay que ver la gente que viene por esta plaza", comenta una señora desde la puerta de los almacenes. Los almacenes Félix Sáenz se anuncian con un lema ya añejo: el almacén de los malagueños. La señora ha visto a tres tipos peculiares en la plaza de los tipos raros, tránsito comercial entre calles populares y distinguidas. Un zoco donde la vida se impone a la jerarquía. Arrastran los tres tipos un baúl tan astroso como sus ropas. Se paran entre dos jardineras secas. Uno calvo, toca un organillo; otro, flaco, con coleta y pinta de mosquetero segundón, redobla un tambor. El tercero es una patosa mezcla de arlequín y malabarista imposible. Sólo dicen una palabra: "¡artista!". El montaje es un pique cómico entre dos malabaristas de un circo de quinta categoría donde el más torpe acaba imponiéndose al achulado y donde el público termina participando y queriéndose subir al carro. Se llaman Circus Ronaldo. Sexta generación de grandes cómicos. En Bélgica son referencia. La prostituta de la calle se suma al corro alrededor de los payasos. El cliente abandona su urgencia. Ella también se abandona a ser veinte años menos: sin tatuaje en el brazo, sin tener que subir y bajar ocho veces al día al hostal de calle Camas. Ahora es una niña que sonríe y se come el bocadillo. Que ríe y airea las caries. A todos se les pone gesto de reparto de Fellini. Rostro por rostro, el cómico no resulta más expresivo que el transeúnte: sólo más preciso. Todos rivalizan en mueca. Llega Pepe Ponce y lanza la foto. Él es los ojos de la ciudad y fotografía -nadie sabe cómo llega a todos lados ni para qué lo hace- cada evento desde hace casi 20 años. Hoy se ha parado un poco: en la plaza ha pasado algo. No sabía a quién retratar, confiesa. Ahí estaban los estudiantes de arte dramático, el mimo que cada día hace el árbol en la plaza, la gitana del romero, la dueña de la floristería, el padre con los niños, las tres chavalas escuálidas con el pelo horquillado y caoba, el astrólogo feliz con página web y un crío con cara de selenita, cuatro muchachos morenos con nuca rapada, una joven mulata y su hijo que se ríen como la luz, varios hurgadores de narices, gente que repite lo que hace el cómico como un espejo, abuelas que tiran del crío, chavales que reparten propaganda o el chico al que cogen los cómicos - "tío, me creía que me iban a dejar ahí atado en la plaza"- y le hacen pasar un dulce calvario delante de sus colegas. Por una vez, todos la misma risa. Por una vez, sabía la plaza a teatro como la vida misma.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_