Un festival y una plaza que languidecen

Algo está pasando en Bilbao, para que un festival benéfico como el que se viene celebrando durante 55 años, a favor de la Santa y Real Casa de Misericordia, esté perdiendo entidad. Languidece la plaza y con ella toda una tradición. Un festival en el que siempre se apuntaban las grandes figuras de cada momento, Manolete, Pepe Luis Vázquez, Domingo Ortega, Luis Miguel Dominguín, después Antonio Ordóñez, Paco Camino, El Viti y tantos otros, ahora los nombres de peso no lo son tanto.Los novillos eran demasiado chicos, y con platanitos por pitones. El segundo tenía una nobleza de recuerdo. Hacía "el avión", o sea: como para haberle cortado las orejas y parte del rabo.

Manzanares toreó con las dos manos y lo toreó con gusto. Tal vez la poca fuerza del novillo no le permitió conectar con el público como él hubiera querido.

El segundo novillo, reseñado como excelente, le tocó en suerte a Litri. Tardó bastante en darse cuenta de que por el pitón izquierdo embestía aún mejor que por el pitón derecho. De todos modos lo toreó bien. Debió matarlo de una estocada. Un bicho de esa nobleza merece una muerte más sublime (es un decir).

Finito de Córdoba no anda puesto. Esgrimió el toreo adocenado, buscando el récord del derechazo. Demasiados pases. Demasiados derechazos. El público le premió con aplausos poco entusiasmantes.

No fue lo mismo con Manuel Caballero, porque toreó como si estuviera acariciándolo. Asistimos a una de esas veces donde el torero se encuentra a gusto. Tiene tomado el son de toro de tal forma que parece adivinar lo que el animal hace en cada movimiento. Es un adelantarse en décimas de segundo a los movimientos del toro. Muy bien. Enormemente grato ver esa simbiosis entre toro y torero.

El Cordobés sigue en sus compulsivos gestos. En cada faena parece que está a punto de construir un salto de rana; sin embargo, se lo guarda. Pero lo cierto es que ese cacao que se adivina en su cabeza le impide centrarse y torear como mandan los cánones. Su labor se puede cifrar entre pases de poco fuste, el poco mando, los enganchones, los rodillazos sin pizca de mérito y mucha sonrisa simpaticona.

Gratamente, Miguel Abellán pudo resarcirse del evidente fracaso de días pasados en el festival de San Sebastián. Aquí sí pudo con su novillo, y lo que es más reseñable: enseñó a embestir a un novillo que se colaba desde el inicio por el pitón derecho. Lo toreó al natural, primero no tan bien, luego mejor, y la tercera serie francamente buena. Y luego llegó el toreo por ese pitón derecho y lo hizo muy requetebién. Se adornó con manoletinas.

Eso fue lo que dio de sí el festival en lo taurino. Queda en el recuerdo esa falta de público. ¿Qué está pasando? ¿Por qué no vienen las figuras, como desde siempre estuvieron presentes? ¿Ya no es Bilbao plaza apetecible para las figuras? ¿Se pretende, por parte de las figuras, castigar a esta plaza, por no se sabe qué motivos ocultos?...

Algo huele a chamusquina. Y no sabemos qué es en realidad; aunque puede que sea la evidencia del paso del tiempo o la inercia de los públicos a ir perdiendo afición, interés y otros desdenes. Creemos que lo acontecido en Bilbao es un signo que vale la pena analizar. En todo caso, si nos precipitamos en el pasotismo y hacemos oídos sordos de este controvertido aspecto, será difícil buscar soluciones.

Para que luego vengan los aduladores a decirles a la Junta Administrativa que Bilbao está como nunca de tono, de categoría y señorío. Mejor decir que Bilbao cae por un foso irremediable de esperpéntica nada.