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El mítico Kurt Sanderling considera que dirigir es casi siempre una insatisfacción

El director alemán, de 86 años, interpreta obras de Bruckner y Haydn en el Teatro Real

Lleva 70 años con la batuta en la mano, ha vivido 86 (muchos de exilio y ajetreo), grabó decenas de discos y ha hecho cientos de representaciones, pero sigue en la brecha. Kurt Sanderling, tal vez el último mito de la dirección de orquesta de este siglo, dirigirá a la Sinfónica de Madrid en el Real el domingo y el lunes (hay entradas a la venta y descuentos para jóvenes y niños). Con un aspecto estupendo, conciso pero agudo, Sanderling dijo ayer que interpretar es casi siempre una insatisfación: "Envidio a los escritores. Su obra queda. La mía muere en la última nota".

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Corpulento y atractivo, subido en su porte hierático y su mirada zorruna, tópicamente prusiano (nació en Arys, este de Prusia, en 1912), Sanderling compareció ante la prensa fresco como una lechuga después de dos horas y media de ensayo y de toma de contacto con la Sinfónica de Madrid. Y, a pesar del terrible lío que provocó la incompetencia del dúo de traductores del Teatro Real, Sanderling dejó en Madrid una estela de hombre sabio y de músico sensible. O viceversa.Sin querer dar nombres, sin entrar siquiera de refilón en las habituales envidias y rencillas que se suelen suscitar en el muy vanidoso y endogámico mundo de la música clásica, el director judío que escapó de la Alemania nazi en 1936 para dedicar su vida a un oficio "que se diluye en el aire en cuanto suena la última nota" explicó después su sencilla visión de la música ("oscila entre la felicidad total y la insatisfacción; pero, lamentablemente, esto último es mucho más frecuente") y mostró sin dramatismo alguno su afilada percepción del paso del tiempo.

"En estos 70 años ha cambiado todo: el público, la música, el mundo, la manera en que la gente ve las obras, la forma en que los músicos ven al público y leen las obras. Es así, y yo no puedo decir si ese cambio ha sido para bien o para mal. Yo también me he hecho mayor, y no puedo hacer nada contra eso. Pero no me paro a pensar mucho. Sólo trato de seguir gozando de la vida. Y estoy feliz como estoy".

Artista a la vieja usanza, Sanderling no quiere oír hablar de éxito o de dinero. Dice que lo único que sabe de los contratos millonarios es que a él nunca le han ofrecido uno. Seguramente es un síntoma más de su asumida condición de kapellmeister, de maestro de capilla a la antigua: detallista y transparente, profundo y analítico, sincero y bastante despreocupado del mundo exterior.

Pero no sólo eso, según demuestra su experiencia. Sanderling fue primero director estable de las orquestas de Moscú, Leningrado, Berlín Oriental y Dresde. Luego inició su triunfal carrera como director invitado en Boston, Nueva York y una docena más de ciudades célebres por sus agrupaciones musicales. En todas ellas pareció capaz de construir orquestas casi de la nada, sacó el máximo provecho de sus colaboradores y, tal vez lo más importante, nunca se le oyó culpar a sus compañeros de foso cuando las cosas no salen "perfectas". "Es que esa insatisfacción siempre es personal: la siento por mí mismo, no por los demás. Quien debe criticar a la orquesta es la prensa, no yo".

A pesar de todo, ha disfrutado mucho, dice, y sigue encontrando esa rara emoción "tanto con mis orquestas como con algunos solistas excepcionales: he tenido la suerte de trabajar con los más grandes".

"Es duro ser un intermediario de algo que la mayoría de las veces sólo deja un pequeño recuerdo en la gente que lo escucha", añade luego. ¿Y los discos, entonces? "No sé en qué medida reflejan la realidad, pero hay muchas cosas que ni siquiera reconozco dos años después de haberlas grabado".

Especialista en músicos tan dispares como Shostakóvich, Stravinsky, Bártok, Prokofiev, Bach, Brahms, Beethoven, Sibellius, Haydn o Bruckner, Sanderling se vio obligado a desmentir que su repertorio sea reducido: "Lo que pasa es que ya sólo toco lo que más me gusta".

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