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Renacimiento del artista

Diego A. Manrique

En los comienzos de su vida pública, Elvis Costello era un tipo abrasivo, un listillo feroz. Conseguía en 1977 su primer contrato de multinacional al actuar frente al Hilton londinense, donde se celebraba una convención de CBS Records, dejándose arrestar y llamando así la atención de los ejecutivos yanquis. Pero no supo frenar su lengua afilada: dos años más tarde se veía envuelto en una alcohólica pelea con músicos estadounidenses tras referirse a James Brown y Ray Charles en términos racistas; durante largo tiempo, en aquel país, fue considerado un apestado.Una situación ingrata y paradójica. Entre los leones británicos de la new wave, Costello era el más americano de formación: se distinguía por su asimilación de las lecciones del country, los compositores del Brill Building y Tin Pan Alley, el soul, Bob Dylan y los cantautores de su generación. Devociones genuinas: llegaría a caer en el mayor error comercial posible en la carrera de un artista de rock al grabar un sentido disco vaquero en Nashville; con el tiempo, cantaría con George Jones, contrataría al guitarrista James Burton, homenajearía a Grateful Dead, compondría con Burt Bacharach y colaboraría con Roy Orbison, John Hiatt, Ricky Skaggs, Roger McGuinn o la Dirty Dozen Brass Band.

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Elvis Costello desnuda su memoria musical

En la práctica, Elvis Costello rompió enseguida con las convenciones del mundillo musical británico (no es casual que abandonara Londres para vivir en Dublín). Había surgido entre el estruendo del punk-rock, que pretendía hacer tabla rasa del pasado, pero su propio nombre artístico hacía referencia a figuras históricas. Reaccionaba con lucidez a la guerra de las Malvinas al componer Shipbuilding, lamento que colocaba en paralelo la muerte de los soldados con la reanimación económica de las ciudades con astilleros. Tampoco hacía gala del antiamericanismo habitual entre sus coetáneos. Despreciaba el mantener imagen cool y trabajaba con personajes desprestigiados como Paul McCartney o la juvenil Wendy James. Y dinamitaba las pretensiones de supremacía rockista al aproximarse humildemente a otras músicas: la de cámara (Brodsky Quartet), el jazz (Bill Frisell, Charles Mingus, Jazz Passengers), el folk irlandés (Chieftains, Christy Moore, The Pogues), los standards (Richard Rodgers, Lorenz Hart, Kurt Weill).

Eso se paga. La proliferación de grabaciones y proyectos heterogéneos dificulta tener una visión panorámica de su obra. Se cumplió la predicción de los pesimistas del marketing: en los años noventa, Costello prácticamente ha desaparecido de las listas de ventas. Para un sector considerable de sus seguidores, su creciente sofisticación no compensa su incapacidad de hacer canciones memorables. Por su parte, el artista ha renunciado a recrearse en sus momentos dorados (aunque sus discos clásicos se reeditan regularmente bajo sus indicaciones) y se permite libertades insospechadas.

Es capaz de realizar una gira donde el repertorio de cada noche lo decide una ruleta gigante o actuar tanto con sinfónicas como con su pianista Steve Nieve (hay testimonio grabado, aunque sólo se difundiera en Estados Unidos). Como demostró al dirigir el londinense Meltdown Festival en 1995, simplemente desecha la idea de que haya barreras infranqueables entre las diferentes músicas y sus creadores. Sus intuiciones y audacias hacen más respirable el ambiente del pop finisecular.

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