_
_
_
_
Reportaje:VA DE RETRO

Ni torres ni blancas

Juan Huarte, constructor y mecenas de artistas como Chillida, Palazuelo u Oteiza, encargó hace más de treinta años al arquitecto navarro Francisco Javier Sáenz de Oiza erigir un edificio singular y en hormigón. Tenía un solo fin, cuenta el arquitecto tres décadas después: "Hacer un objeto de arte más que de especulación". La pureza de intenciones que dio nombre al edificio, Torres Blancas, se ha convertido con el tiempo en una paradoja: el plural es singular y los malos humos de la avenida de América han ennegrecido su cáscara. Lo que no han podido los años ha sido arrebatarle su singularidad arquitectónica."La torre más baja del mundo", como en su día la calificó un crítico, nació vulnerando las reglas de la lógica. La búsqueda del arte alejó al mecenas de la realidad y obligó al arquitecto a quebrantar una de sus máximas: diseñar en función del entorno.

Su primera disertación fue concebir un edificio en dos fases. En la primera se construiría la estructura arbórea en la que se insertarían las viviendas, realizadas en un segundo momento para dar libertad a los ocupantes de adecuarlas a sus necesidades. La capacidad de comprensión del promotor tenía límites y Sáenz de Oiza recibió, según cuenta, un sonoro tortazo en forma de telegrama remitido por Huarte desde París. "Querido amigo", me decía, "la verdadera libertad es hacer un buen proyecto". La bofetada me hizo invertir los términos. Proyecté un edificio muy consolidado que diera satisfacción a las necesidades del cliente". Él, que se declara contradictorio por su búsqueda constante de la verdad, logró imprimir ese sello a la torre. Contemplarla desde fuera es llevar inexorablemente el ojo al engaño. Nadie puede imaginar que ese mastodonte, en palabras de su autor, renegrido, sin aristas ni ventanas, derroche en su interior pureza de líneas y luz. Ventanales, imperceptibles desde el exterior, circundan las habitaciones y vierten luz en las terrazas semicirculares que las camuflan a los ojos del transeúnte y aíslan del mundanal ruido. Es un islote entre tanto ladrillo y aluminio.

En su día fue una revolución y un lujo. Del lápiz del arquitecto salieron hasta los últimos detalles: persianillas de madera, barandillas, indicadores de los pisos... En el reinado del terrazo, Sáenz de Oiza soló con tarima el interior y pizarra las terrazas; en lugar del serigrafiado de moda, optó por teselas de dos por dos para alicatar los baños blancos "como deben ser, higiénicos". Sólo había un pero: las cocinas. "Salieron angostas. Toda máquina", se justifica, "tiene un punto débil". Para compensar la estrechez, las dotó con un montaplatos que supuestamente estaría conectado a la cafetería proyectada en el último piso. Así se podría evitar cocinar. "Me equivoqué al plantear una necesidad que no existía" dice ahora. Jamás se utilizaron, como tampoco la cafetería. No ocurrió así con la piscina o el restaurante, el Ruperto de Nola, que durante años presumió de ser el más alto de la capital.

El arquitecto fijó la altura, 24 plantas, pero no el número de viviendas. "Concebimos pisos grandes entre 240 y 300 metros que, en cualquier momento, pudieran dividirse en dos de mediano tamaño o en cuatro pequeños para ganar movilidad. Por eso, en la solicitud de licencia de construcción no especificamos número". La demanda puso los límites. En total, 102 viviendas -incluidas la del portero y la del encargado de mantenimiento- de 90, 120, 212, y 400 metros, estas últimas dúplex. Mientras que Huarte conseguía el solar, "el Ayuntamiento se negaba a dar la licencia", recuerda Sáenz de Oiza. Tanta singularidad les descolocaba y sugirieron que las excentricidades, a pares. "Nos propusieron hacer dos torres iguales a ambos lados de la avenida. Pero el terreno era el que era". Huarte decidió entonces ofrecer al consistorio realidad virtual. "Contrató a un dibujante que cubrió mi edificio con una cascada de plantas y flores y pintó muchos coches por debajo. Entonces dijeron: "Esto es otra cosa" y nos dieron la licencia".

El arquitecto, al aceptar como parte del pago un amplio dúplex, dejó su modesto piso del Hogar del Empleado en la Puerta del Ángel, donde se gestaron los planos de la torre. Sáenz de Oiza se había trasladado allí años antes por coherencia: si había de edificar para el suburbio quería vivir en el suburbio. Ahora, al cambiar el paseo de Extremadura por la avenida de América, vivía por primera y única vez la experiencia de residir en una de sus obras.

Cuando, años después, diversos problemas le obligaron de nuevo a la mudanza, "fue un desgarro", asegura. Cogió entonces una cámara de fotos y retrató cada rincón. Hoy, al ver aquellas fotos, no puede evitar exclamar: "Era preciosa".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

El 22 de abril de 1969, Fermín -el cauteloso portero que se niega a dar su apellido- aterrizaba a toda prisa con familia y enseres en la torre. Tenía 32 años y venía a tomar posesión de la portería porque el edificio tenía ya un vecino. "Era un belga y no se podía correr el riesgo de que se quedara encerrado en el ascensor sin que hubiera nadie para rescatarle". Fermín fue hace treinta años el segundo huésped. Hoy es el más antiguo. De memoria y de corrido enumera la galería de personajes que a lo largo de treinta años desfilaron frente a su portería: el mismo Oiza, Cela, Pajares, y el pintor Antonio López, que aunque nunca residió en la finca, tarde tras tarde se encaramaba a la azotea para plasmar las puestas de sol. No obstante, los vecinos, reconoce, no se conocen mucho entre sí. "Es una casa muy independiente, pero muy viva", dice dejando entrever la indignación que le produce escuchar que las oficinas han tomado el inmueble. "Mire los buzones y dígame cuántas ve. Con los dedos de una mano se pueden contar las empresas. Esto es un edificio de viviendas", insiste machaconamente. ¿Niños? "Claro que los hay. No es que sea como un barrio nuevo donde van los recién casados, pero viven niños".

En estas casas, cuyos precios hoy oscilan entre los 45 y los 78 millones de pesetas, "todo el que vive le gusta". Lo dice aportando cifras. "Más del 50% de los vecinos vinieron en aquella época. Les ha pasado lo que a mí, que vinieron jóvenes y ahora ya no lo son tanto".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_