Pirotecnia con champaña
Edita Gruberova"Deslumbrar y ser alegre es el papel que interpreto". Son las dos primeras frases del fragmento de Cándido, de Bernstein, con el que Edita Gruberova puso el colofón al programa oficial de su recital ayer en el Real. Definen su actuación. La soprano coloratura eslovaca, por encima de todo, deslumbra. Deslumbra por su portentosa técnica, por su exhibición de adornos, por sus filados, por sus saltos a la zona sobreaguda. En Rossini, en Donizetti encuentra el campo natural para unos fuegos de artificio que ella riega con el mejor champaña. Pero Edita Gruberova también saca de cuando en cuando a la luz una alegría contagiosa y divierte por su talento de gran actriz. El aria de El murciélago, de Strauss, ofrecida como segunda propina, fue en ese sentido sorprendente en su faceta interpretativa, frívola, burbujeante, llena de recursos teatrales. Gruberova representa la exaltación del canto por el canto, del arte por el arte. Es la apoteosis de la abstracción. Importan los sonidos por sí mismos, independizados de un contexto preciso. En la escena de la locura de Lucía de Lamermoor cautiva más el virtuosismo del diálogo de la voz -utilizada en sentido instrumental, claro- con la flauta que el conflicto interior del personaje. La comunicación llega más por la admiración que por la capacidad emotiva. Es el más difícil todavía de los efectos circenses. El aria de Rosina de El barbero de Sevilla fue, por ejemplo, pura pirotecnia. Asombrosa en sus variaciones, en sus piruetas, en su fantasía de adornos. Tal vez algo amanerada, o excesiva, pero en cualquier caso apabullante.
Edita Gruberova
Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Friedrich Haider. Obras de Rossini, Donizetti, Berstein. Teatro Real. Madrid, 28 de abril.
Comenzó Gruberova con Linda de Chamounix, su ópera fetiche en los últimos años: en Zúrich, en Viena, en Bilbao, en Barcelona. Cantó también un aria de Rosamunda de Inglaterra y otra de Semiramide. Le pedían desde la sala algún Mozart, tal vez por ser una de las chicas Harnoncourt en este repertorio. Ella estaba centrada ayer en el arco que va del bel canto puro a la opereta y la comedia musical.
Friedrich Haider, buen concertador, dirigió a la Sinfónica de Madrid desplegando el sonido en función de la voz y consiguiendo los momentos orquestales más felices en la obertura de Guillermo Tell, donde se lució especialmente el viento.
Deslumbrar y ser alegre. Lo dice Bernstein, lo hace suyo Gruberova. Y el público tan feliz. Nadie abandonó el patio de butacas cuando finalizó el programa; solamente una persona después de la primera propina. Gruberova rompió con la frialdad del público de Madrid. La ovacionaron a rabiar y el Real obtuvo una de las noches más rotundas de éxito en su nueva etapa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.