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¿Otro túnel en la Gran Via? ORIOL BOHIGAS

En los últimos meses he oído rumores -y algunas ambiguas afirmaciones oficiales- sobre un proyecto para cubrir el tramo de la Gran Via barcelonesa al este de la plaza de las Glòries Catalanes y convertir en túnel uno de los pocos trazados confortables de nuestras vías rápidas urbanas: una calle en zanja, bordeada por dos taludes ajardinados, una avenida que entra dignamente en la ciudad cambiando su inicial carácter de autopista hasta penetrar en el tejido de las construcciones densas. No acabo de entender las razones que puedan justificar ese proyecto tan radical y tan costoso. Quizá la única razón comprensible sea la que argumentan los vecinos que habitan el entorno: el ruido al parecer insoportable de la constante circulación de coches y camiones. Me parece bien que los ciudadanos no cejen en exigir sucesivas mejoras urbanas para conseguir una vida más confortable. Y es evidente que uno de los problemas graves de Barcelona son las molestias acústicas, tanto por su intensidad como por su generalización extemporánea. La Gran Via no es un caso aislado. Muchas calles del Ensanche -Aragón, Aribau, etcétera- o de los barrios de la primera periferia están en parecidas condiciones. Y no siempre el ruido hay que atribuirlo al tráfico: en Ciutat Vella lo que incomoda son los gritos de los turistas after-hours, la músicas ambulantes, las peleas callejeras. Este es un problema que nuestro Ayuntamiento hasta ahora no ha sabido resolver. Pero no estoy tan de acuerdo en que la lucha contra el ruido deba llegar a decisiones tan radicales, tan antiurbanas y, además, tan caras. Muchas ciudades europeas han experimentado soluciones más modestas con resultados plausibles: la construcción de potentes barreras sónicas, un aislamiento supletorio de los propios edificios o alguna reducción puntual de la reverberación, un nuevo pavimento insonorizado, una limitación de la velocidad, etcétera. La demanda exigente de un túnel no creo que obedezca a un análisis lógico ponderado, sino a una peligrosa intoxicación demagógica producida por los virus de la propia Administración: el reciente túnel junto a donde se hallaba el campo del Español, por ejemplo, no parece explicarse por intereses generales demasiado evidentes y hace sospechar ciertas debilidades en la decisión. Si el ejemplo cunde, habrá que atender las futuras demandas de los vecinos de la calle de Aribau y convertirla en túnel subterráneo o la de los habitantes de la plaza Reial obligando a que los bares y los músicos ambulantes se recluyan en los restos de los antiguos refugios antiaéreos. Lograremos anular la urbanidad. ¿Podemos aceptar el desastre funcional y simbólico de una Gran Via convertida en túnel? Entrar solemnemente en una ciudad a través de un túnel es un desastre que hasta ahora sólo han ensayado algunas ciudades suramericanas de la peor especie. En vez de exigir la deshumanización radical de los túneles largos, insalubres y por ende peligrosos, habría que proyectar diversos sistemas de aislamiento acústico puntual, con lo cual se lograría, además, una mejora estética de todo el tramo, ampliando la vegetación de los bordes y reordenando los límites. Y quizá este proyecto se podría ampliar hasta alcanzar el derribo urgente y total del mamotreto de la plaza de las Glòries Catalanes, uno de los pocos errores graves del Ayuntamiento olímpico. Con una pequeña parte del coste de la construcción del túnel se arreglaría ese desgarro urbano en un punto que Ildefons Cerdà había proyectado como el centro urbano de la Barcelona moderna y que ahora es un inmenso orinal inútil e incluso injustificable desde el punto de vista de la circulación. Hace un año el Ayuntamiento abrió un concurso internacional para la reordenación de la plaza y su entorno, en el cual ya se han ubicado -adictos al desorden impuesto- dos grandes equipamientos: el Teatre Nacional de Catalunya y el Auditori. El concurso fue tan mal convocado que a él se presentaron solamente tres equipos de arquitectos, cuando en unas circunstancias normales eran de esperar más de un centenar. Para completar el desaguisado, el concurso fue declarado desierto y el guiñapo urbano va persistiendo sin perspectivas de rejuvenecimiento. Los ciudadanos nos sentiríamos insultados si se empezara la deshumanización subterránea de la Gran Via y no se atendiera con prioridad a la deshumanización elevada de la plaza tortell. Un ruego, por tanto, al Ayuntamiento: anulen la perspectiva del túnel, impulsen un proyecto eficaz de insonorización de la Gran Via y reconvoquen a bombo y platillos un nuevo concurso internacional para derribar el tortell y recomponer urbanamente el entorno de la plaza de las Glòries Catalanes.

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