_
_
_
_

La nueva onda musical viene de Dakar

Los mejores artistas de Senegal se dan cita en la quinta edición del festival "La mar de músicas" de Cartagena

Las noches y las madrugadas de Dakar están llenas de música. Suenan grupos como Super Cayor y su mezcla de salsa-mbalax: percusiones wolof para unas adaptaciones arrebatadoras de El carretero, El manisero o Guantanamera, en las que, más que entenderse, se adivinan palabras en español. Desde finales de los años cuarenta y hasta los setenta, antes del auge del autóctono mbalax (pronunciar mbalaj), un baile no era bueno sin música latina. Había que moverse al son de los Matamoros, la Orquesta Aragón o Johnny Pacheco. La conexión cubana se ha prolongado en esta década con el proyecto Africando, que reunió en un estudio de Nueva York a cantantes senegaleses con instrumentistas latinos. El wolof y otras lenguas africanas se mezclan en sus discos con frases en un divertido castellano aprendido de escuchar una y otra vez las viejas canciones en vinilos picados. Yay boy -su adaptación de un tema de Ismael Rivera- llegó a encaramarse a lo más alto de las listas latinas de la Gran Manzana durante varias semanas.

En un club de la capital senegalesa se oye una kora eléctrica con la que guitarristas de flamenco podrían compartir más de una sesión. Y un cantante ciego, que se parece a Ray Charles, interpreta clásicos de jazz (Les feuilles mortes) y la música latina (Bésame mucho). Algunos fines de semana, el Thiossane, propiedad de Youssou N'Dour en el Boulevard Dial Diop, se llena para ver al astro. Antes del verano se publicará su esperado disco con Peter Gabriel, Sting y Wyclef Jean, de Fugees.

Los músicos senegaleses gozan de prestigio entre sus colegas europeos y norteamericanos. El último disco de Baaba Maal, Nomad soul, ha inaugurado la nueva discográfica de Chris Blackwell, fundador de Island (King Crimson, Traffic, U2...) y principal impulsor de la carrera de Bob Marley. Se trata de un fascinante equilibrio entre lo acústico y la electrónica, que cuenta en tareas de producción con Brian Eno y Howie B.

La nueva grabación de N'Dour sale de su estudio digital de un millón de dólares. Le preguntaron una vez cómo era posible que viviera en Dakar. Su respuesta: "Hay aeropuerto internacional". El príncipe de la Medina no quiso escuchar los cantos de sirena que le llegaban del Primer Mundo y se quedó. Además del estudio de grabación, ha montado una productora y un sello discográfico, en el que disfrutan de su oportunidad artistas como Cheikh Lô o Mbaye Dieye Faye. Un primer paso para evitar la diáspora hacia Londres o París. "Cuando yo empecé, no había nada", explica N'Dour, "no quiero que los jóvenes de ahora se encuentren con la misma situación".

También el rap se oye insistentemente en Dakar. Hay cientos de bandas: Positive Black Soul, Daara J, Rap"Adio, Pee Froiss... Y en la urbe más occidental de África, algunos adolescentes sortean a los ambulantes para ir a conectarse a Internet desde la oficina del pintoresco bar Le Ponty. O desde el Métissacana -en bambara, "el mestizaje que viene"-, un cibercafé regentado por la estilista Oumou Sy, empeñada en convertir a Dakar en un centro de la moda con eventos como la Semana Internacional de la Moda (Simod), que cumple su tercera edición estos días con desfiles de diseñadores de Benin, Níger, Costa de Marfil y Madagascar.

Aunque el cine africano se ha citado hace unas semanas en el Festival Panafricain du Cinéma (Fespaco) de Uagadugu, y la música, danza y teatro del continente han estado presentes en el reciente Mercado de las Artes del Espectáculo Africano (MASA) de Abiyán, Dakar continúa ejerciendo como centro cultural más importante del África francófona. Desde su independencia en 1960, la cultura ha sido un pilar del desarrollo de Senegal.

Según el nonagenario ex presidente Sédar Senghor, uno de los padres de la negritud, la cultura es la inversión más importante que pueden efectuar los Gobiernos. Ya en 1966 se celebró en Dakar el Primer Festival des Arts Nègres, y en los noventa está Dak"Art, la Bienal de Arte Africano Contemporáneo. Hace un año, financiado por el Estado, se inauguró en la ciudad el Village des Arts.

No obstante, si Steven Spielberg tuviera que trabajar en las precarias condiciones en que realiza sus películas Ousmane Sembène, probablemente se habría dedicado a otra cosa. El mundo del cine lo descubría en 1962, cuando el entonces escritor rodó el cortometraje Borom Sarret. Hoy, a sus 76 años, recibe a sus visitas en un despacho de cuyas paredes cuelgan diplomas de festivales de todo el mundo. Con su legendaria pipa en los labios, Sembène pregunta si en España se permite fumar, porque de lo contrario no piensa viajar. Sus siete largometrajes -incluido Camp de Thiaroye, con el que ganó el gran premio del jurado en la Mostra de Venecia de 1988- podrán verse este verano en Cartagena y en la Filmoteca de Madrid.

Ousmane Sow Huchard -no confundirle con el escultor que expone en París- es presidente del Consejo de la Biennale, y se ha encargado de seleccionar obras de siete artistas plásticos, un fotógrafo y un souweriste (técnica que consiste en pintar por debajo del cristal) para la exposición de Cartagena, que quedará reflejada en un lujoso catálogo titulado Arte senegalés contemporáneo. Huchard, autor de una tesis doctoral para la Universidad Laval de Quebec -La kora: objet témoin de la civilisation mandingue (Presses Universitaires de Dakar)-, habla con entusiasmo del proyecto de Museo de la Música Africana: un terreno de 7.000 metros cuadrados frente al mar espera su construcción.

A 50 kilómetros al sur de Dakar, junto a la playa de Toubab Dialaw, la coreógrafa Germaine Acogny está dando un curso de tres meses para 25 bailarines de 14 países africanos e invierte todos sus ahorros en la construcción de un centro para la formación en danza africana. Acogny, que trabajó con Maurice Béjart, organizará unos talleres en Cartagena. Mientras, Convergences, revista trimestral de arte y cultura, dedica su portada al Festival International de Jazz de Saint-Louis, que se va a celebrar al norte del país del 12 al 15 de mayo, y que tuvo a Johnny Griffin y a Gilberto Gil como figuras de su anterior edición.

El senegalés de Almodóvar

Su actuación el pasado lunes en el programa de Miguel Bosé Séptimo de Caballería no pasó inadvertida. Y una de sus baladas más hermosas, Tajabone, suena en Todo sobre mi madre, la película de Pedro Almodóvar: a Ismael Lô le ha tocado la lotería. Hace unas semanas, en la azotea de su casa en Dakar, junto a las pistas del aeropuerto, el senegalés estaba intentando grabar en el estudio casero Angelitos negros, la canción que popularizó Antonio Machín. Se le atragantaba la letra. Con ayuda de unos amigos españoles logró memorizarla sin errores y puede que incluya la impagable versión en su próximo disco. La primera gira por España la realizó en 1995. Veinte años antes, y durante meses, había cantado a diario para los turistas en una sala de la playa del Inglés, en Gran Canaria. Allí aprendió los rudimentos de castellano que aún recuerda. Le han llamado el Dylan africano porque en sus inicios actuaba con una guitarra acústica y una armónica: "Mi primer público fue una pared. Colgaba mi armónica con dos clavos para poder tocar la guitarra al mismo tiempo". Ismael Lô, que canta Without blame a dúo con Marianne Faithfull en un recopilatorio publicado en Europa, es de los que piensa que los europeos en general tienen una visión muy negativa de África. Por eso cree necesario mostrar también una imagen positiva. Y qué mejor para hacerlo que su música apasionada.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_