El drama se hace cotidiano en Kukes
Miles de personas se hacinan en Albania mientras las organizaciones humanitarias luchan por poner orden
ENVIADO ESPECIALLas decenas de miles de refugiados hacinados en Kukes se han topado con un aliado inesperado: Slobodan Milosevic. El cierre del paso fronterizo de Morina, de donde se han evaporado columnas enteras de kosovares expulsados por Belgrado, ha permitido aliviar el tremendo caos que se vive en norte de Albania. En los últimos días, la OTAN ha levantado algunos de los campamentos más cercanos a la frontera yugoslava en previsión de incidentes bélicos en la zona. Otros campos, anegados por las lluvias, se han adecentado. También se ha organizado el deleznable espectáculo del lanzamiento de barras de pan desde los camiones de ayuda y evacuado miles de civiles en autobuses y helicópteros.
En la explanada de la plaza de Kukes se alinean algunos tractores llegados de Kosovo. Es uno de los puntos donde se arraciman máquinas oxidadas y familias. Una camioneta de la policía albanesa navega por el barro micrófono en mano: "Tienen la posibilidad de dejar sus vehículos en un aparcamiento vigilado y viajar hacia el sur en autobuses". Los kosovares, asomados a los carricoches techados con plásticos prestados, no se inmutan. "No me fío", exclama Hamz Balaj, "este tractor es lo único que tengo; es mi trabajo y mi casa".
La mayoría de esas personas son agricultores que temen perder el último fragmento de contacto con Kosovo; pese a ello, comienzan a ceder. La familia de Balaj lleva tres semanas anclada en Kukes bajo la lluvia y el frío, sin lavarse y dependiendo del reparto diario de barras del pan, su único alimento. "En cuanto aparece el camión, todos corremos hacia él. Ahora han organizado una cola, pero carecemos de una tarjeta que nos identifique o que determine los miembros de la familia", sostiene el joven Blerim Bechai, que vive junto a siete personas en una casa con albaneses.
En la plaza, los autobuses se extienden en una mancha azul mezclándose con los camiones militares. Están ahí desde primera hora para trasladar refugiados a Tirana, Durres, Fier, a cualquier lugar mejor organizado. El viejo Riza Selmani, tocado con su plis (un gorro tradicional kosovar), ocupa el primer asiento, junto al conductor. "He venido a decirle a mi familia que lo mejor es vender el coche y el tractor y marcharnos de aquí". Tras horas de discusión, les ha convencido. Son 24. El viaje a Durres les llevará 12 horas. Lo mismo que a la familia de Rotman Bajrami, la que perdió un hijo en el bombardeo de la OTAN contra un convoy civil. Ayer esperó tres horas a la interperie para ser evacuados.
Un poco más lejos, a la derecha de la plaza, junto al edificio de Radio Kukes, se levanta el antiguo cine de esta ciudad de 25.000 habitantes. Ya no ponen películas serie B. De él surge un hediondo olor a orines y sudor. Es el hogar de un centenar de familias que dormitan en el patio de butacas tumbados sobre colchones de un dedo de grosor. En el vestíbulo, con las puertas de par en par, un grupo de voluntarios locales de Unicef, han organizado un concurso de pintura entre los niños. Es parte de la terapia. Elvis, de nueve años, de padres amantes del rock and roll, ha dibujado a cuatro enmascarados con metralletas. "Son soldados del UÇK", dice con una sonrisa de pillo. Mimoza, de siete años, ha preferido pintar una casa rodeada de flores inundada de las letras A y B del abecedario, las únicas que ha aprendido por el momento. Los dos son de Mitrovica y llevan tres semanas viviendo como topos en una sala oscura y maloliente.
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) sostiene que Kukes es una zona de paso para decenas de miles de refugiados. "Los tenemos aquí un par de días, hasta que se recuperan del viaje y después los repartimos por Albania", asegura Jacques Fraquin, su responsable de comunicación. Pero la realidad le desmiente. La desorganización es tal que los Emiratos Árabes Unidos han optado por levantar un gran campo con capacidad para 10.000 personas. "Tendrá tiendas familiares, un hospital de 200 camas y escuelas", asegura Ibrahim Abderramán, el responsable de la Media Luna Roja en Kukes. La filosofía de este campamento contradice la propuesta de ACNUR. "Nosotros somos realistas", afirma Abderramán, "tenemos la idea de que estaremos al menos un año aquí y si la situación cambiara podemos reconvertir nuestro programa en el interior de Kosovo".
Ese campo de los Emiratos está cerca de otro levantado por ACNUR. Médicos Sin Fronteras, que ha heredado su gobierno, se afana en el combate al barro. En él existen listados por tienda y familia y el reparto de comida depende de la organización irlandesa Goal.
Bekri, con 18 miembros a su cargo, porta una bolsa con diez naranjas, ocho latas de conserva, cinco barras de pan y varias cajas de galletas hipernutritivas. Es la única comida del día. La doctora Laura Barroeta, de Médicos Sin Fronteras, es la encargada del hospital. A diario atiende a 80 pacientes. "La mayoría vienen con problemas estomacales, diarreas, cansancio, sobre todo los ancianos que han sido sometidos a largas caminatas".
Pisos gélidos y sucios
En el viejo almacén del pan, un vetusto edificio repleto de agujeros, viven decenas de miles de personas. Algunas en tractores, otras en pisos gélidos y sucios. Agim Hoxha lleva allí tres semanas. Tampoco desea abandonar su vehículo. La comida se la reparte una organización cristiana. Una iglesia, Jesús de Nazaret, situada en el centro de Kukes, reparte leche de bebé entre los kosovares. Al parecer no solicita fervor religioso a cambio. La primera vez es necesario presentarse con el chiquillo en brazos. La segunda basta con una tarjeta rosa en la que se recogen algunos datos del beneficiado. La comida junto a la vivienda (más de 48.000 están en casas particulares) es el problema. El Programa Alimentario Mundial (WFP) dispone de un viejo almacén abandonado en el que se amontona la comida. Hay raciones de un día para 5.000 familias y 50.000 dosis de potitos traído de Alemania. Su responsable, Artam Domi, asegura que cada día suben hasta Kukes 10 camiones. "Nosotros no hemos sufrido desvío de alimentos, pero sólo puedo hablar del caso de Kukes".
Como en Ruanda en la crisis 1996, en Kukes, el fracaso es palmario. Los refugiados, algo más que animales a los que se lanza el pan desde un camión, comienzan a exigir lo más sencillo: ser tratados como simples seres humanos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.