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Berlín resucita el misterio de Max Ernst

Una irrepetible retrospectiva muestra en casi 200 obras la inquietante vigencia del pintor

Hace veinte años, en 1979, Berlín ya fue la sede de la mayor exposición sobre la obra de Max Ernst, que había muerto tres años antes. Fue un acontecimiento memorable. Ahora, la Nueva Galería Nacional ofrece la oportunidad a las nuevas generaciones de admirar una inmensa exposición de casi 200 obras de este pintor alemán, líder del dadaísmo, uno de los precursores del surrealismo, y considerado como inspirador del vanguardismo norteamericano. En España, la primera retrospectiva del artista se pudo ver en 1986 en la Fundación Juan March, de Madrid.

Óleos, dibujos, algunas de sus más célebres esculturas y muchos de sus collages, una técnica a la que se dedicó con pasión desde muy pronto y que fue una de sus máximas aportaciones al arte de nuestro siglo, estarán expuestas en Berlín hasta finales de mayo para viajar después a Múnich, donde permanecerá hasta mediados de septiembre en la Casa del Arte (Haus der Kunst). Max Ernst, la retrospectiva es una espectacular exposición que recoge obras traídas de decenas de museos y colecciones privadas de todo el mundo, y por ello difícilmente repetible en generaciones.

Ernst, nacido en la localidad renana de Brühl en 1891, hijo de un profesor de sordomudos muy aficionado a la pintura, comienza a pintar muy pronto y participa, ya en 1913, con medios aún expresionistas, en el Salon de Otoño de Berlín. Sus estudios de Filosofía, Psicología e Historia del Arte se ven interrumpidos por su movilización en la Primera Guerra Mundial, pero durante toda su vida estará marcado por lo que uno de sus grandes amigos, Werner Spies, calificó como "la conquista de la incógnita". Su interés por el psicoanálisis, por la pintura brut de enfermos psíquicos, y por el ocultismo, las realidades paralelas y los misterios de la percepción, datan de aquella época.

Influencias

Muy influenciado después de la guerra por André Breton, entra en los círculos dadaístas. Después viviría un tiempo en casa de Paul Eluard y Gala en París. Pero son Paul Klee y Giorgio De Chirico quienes más influencia tienen sobre su futura creación, que se extiende a lo largo de casi siete décadas hasta poco antes de su muerte, en 1976. La exposición es un largo recorrido por el continuo sobresalto. El horror y el misterio de óleos como La pareja zoomórfica en gestación o las ciudades entera y petrificada, se alternan con escenas burlonas o hilarantes, como la ascensión a los cielos de Mickey Mouse. También puede admirarse un buen número de esculturas en madera de seres fantásticos, a las que se dedicó especialmente a partir de su emigración a Estados Unidos huyendo del nazismo alemán.

También está allí su célebre Virgen reprende al niño delante de André Breton, Paul Eluard y el pintor, obra inspirada en una serie fotográfica de José María Sert de 1905. Fue precisamente a través de España como Max Ernst logró huir, al igual que tantos otros creadores en fuga ante el nacionalsocialismo, de la Francia ocupada hacia Estados Unidos. Los nazis habían incluido su obra La bella jardinera en la exposición de arte degenerado que organizaron en Berlín en 1937, prueba suficiente de que no podía esperar ninguna complacencia por parte del régimen hitleriano.

La muestra quiere además poner un acento especial en el papel de Max Ernst como precursor del salto desde la realidad a la virtualidad. El visitante entra en la exposición a través de una gran sala de proyecciones de obras y fotografías que se suceden y solapan presentando al pintor surrealista como creador de mundos paralelos y realidades virtuales, como instigador de una percepción multiplicada de la vida, según el propio Max Ernst decía.

Pero su constante voluntad de incorporar nuevas sugerencias a su obra no oculta el profundo conocimiento que Max Ernst tenía de la Historia del Arte, pasión que se expresa en lo que calificaba como "blasfemia pictórica" o el recurso a motivos de los clásicos de la pintura. También es su obra profundamente literaria. Los románticos alemanes, Jean Paul o Novalis, el propio Nietzsche pero también sus contemporáneos franceses tienen su reflejo en esta exposición, pero es en Dostoievski en quien Max Ernst ve esa fuerza de la alucinación que buscaba producir en quienes vieran su obra.

El artista decía que una de sus experiencias existenciales más profundas, que le hizo percibir esa visión alucinada del mundo que se puede captar en su obra, la tuvo "un día lluvioso, en Colonia, junto al Rin".

Y lo cuenta así: "Llama mi atención un catálogo de material educativo. Veo anuncios de modelos de todo tipo, matemáticos, geométricos, antropológicos, zoológicos, botánicos, anatómicos, mineralógicos, paleontológicos y muchos más, elementos de tan diversa naturaleza que el absurdo de su acumulación confundía la vista y los sentidos, provocaba alucinaciones que les daban a los artículos nuevos significados que se transformaban a toda velocidad".

Un paseo apasionante

Esta búsqueda incesante de nuevos sentidos y misterios hacen de la exposición de Berlín un paseo tan apasionante como inquietante por la obra de este creador. Al final de su vida dijo que "un pintor tiene que saber que es lo que no quiere, pero ¡ay de aquel que quiera saber lo que quiere! No haber logrado saber qué quiere es el único logro que ha tenido Max Ernst". Parafraseaba a André Gide, que, en referencia a Dostoievski, había dicho que "el escritor que se busca corre el riesgo de encontrarse. El verdadero artista se mantiene siempre cuando trabaja en el desconocimiento de sí mismo". Dostoievski no se buscaba. Se entregaba por completo a sus libros. Se perdía en cada uno de los personajes de sus libros. Como Max Ernst en la obra que se puede admirar ahora en Berlín y que después viajará a Múnich.

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