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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Kosovo desde Madrid

LO OCURRIDO en las cuatro semanas transcurridas desde el inicio de la intervención aliada confirma que Milosevic no es simplemente un déspota, sino alguien capaz de desestabilizar todo el continente si cree que ello le permitirá continuar en el poder. La brutalidad de su respuesta, acelerando aquello que se pretendía evitar, y el riesgo de generalización del conflicto que esa respuesta entraña obligan a modificar los objetivos y prioridades de la intervención. De eso se discute ahora en todos los países de la Alianza por iniciativa de sus Gobiernos respectivos. Menos en España. Blair reconoció ayer ante el Parlamento que una intervención terrestre puede ser inevitable si Milosevic no cede, y lo mismo sostuvo el secretario de Defensa de Estados Unidos. Chirac hizo una defensa solemne de la posición de Francia ante el conflicto. Aquí, la principal conclusión del pleno celebrado ayer es que Aznar prefiere no mojarse en aquello que pueda resultar polémico. Y la guerra lo es por definición.

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La paradoja de la situación consiste en que, por una parte, esa especial peligrosidad de Milosevic es el mejor argumento para justificar la intervención; pero, por otra, de haberse sabido que su respuesta iba a ser la que ha sido -la deportación de tal vez 800.000 seres humanos-, la operación no tendría que haberse iniciado; así se admite implícitamente cuando se reconoce que no se previeron medidas para contrarrestar o dificultar la depuración étnica en curso. Sin embargo, una vez la intervención en marcha, y pagado el precio dramático de esa deportación masiva, la interrupción de la iniciativa de la OTAN significaría convalidar un crimen mayor que el que provocó la decisión de intervenir. Los objetivos y prioridades deberán adaptarse a la situación creada por Milosevic. Habrá que intentar ampliar en la ONU el consenso sobre la intervención y asociar a Rusia a la solución. Pero no se puede dar marcha atrás dejando las cosas como están: peor que el 24 de marzo.

Aznar debió estar ayer en el Parlamento explicando esto. Envió a dos de sus ministros, los de Exteriores y Defensa, pero de lo que dijeron se deduce que no era una comparecencia que el presidente pudiera delegar. No deja de ser otra paradoja del momento que hayan sido un ex presidente, Felipe González, y un presidente autonómico, Jordi Pujol, quienes cargaran en los primeros días con la responsabilidad de defender la intervención aliada ante una opinión pública dubitativa.

Del discurso de Matutes parece concluirse una preferencia por la salida diplomática, adaptando las condiciones planteadas a Milosevic para hacer posible el compromiso de Rusia en el proceso. Pero, como le recordó Borrell, la guerra existe, hay un millar de aviones bombardeando el territorio serbio, 600 más que hace un mes, y los ciudadanos tienen derecho a saber por qué: qué se pretende con esos bombardeos ahora que, obviamente, no van a evitar aquello que ya ha acontecido. Por supuesto que el responsable de la limpieza étnica es Milosevic, del mismo modo que de la solución final contra los judíos el responsable fue Hitler y no la entrada de Estados Unidos en la guerra. Por supuesto que el bombardeo ha sido el pretexto, y no la causa, de la aceleración de una política que ya estaba en marcha. Pero es necesario reconocer que el efecto no ha sido el esperado, por más que Aznar se empeñase ayer en ignorarlo en su respuesta a una pregunta parlamentaria -después del debate, algo insólito- del diputado Frutos. Tras el éxodo, los objetivos de los bombardeos no pueden ser los mismos que antes, y es lógico que los ciudadanos quieran saber en nombre de qué, para alcanzar qué fines, continúa la ofensiva.

De poco servirá al respecto el galimatías del ministro Serra sobre el arco voltaico y otras metáforas, cuando de lo que se trata es de la guerra, es decir, de la muerte de personas. José Borrell reafirmó su apoyo leal al Gobierno, pero le reprochó su desinterés por consensuar con la oposición la actitud ante el conflicto, su falta de iniciativa para convencer a la opinión pública de que no había alternativa a los bombardeos y la resistencia de Aznar a un debate específico en sede parlamentaria.

La preferencia del Gobierno español por una salida diplomática, ¿implica aceptar una solución que mantenga a Milosevic en el poder? Se sabe lo que al respecto piensa Felipe González, por ejemplo, pero no lo que opina Aznar. En Rambouillet se decidió defender la opción autonomista para Kosovo, pero tras el inicio de los bombardeos se dijo que ya sólo la independencia era realista, y surgen voces, sobre todo en Estados Unidos, a favor de apoyar al Ejército de Liberación de Kosovo. ¿Cuál es la posición española sobre ése y los demás dilemas planteados por la guerra? No sabe, no contesta.

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