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Tribuna
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Lecciones

Rosa Montero

Esta guerra atroz, o más bien esta operación de exterminio kosovar que estamos viviendo, debería enseñarnos cuando menos unas cuantas lecciones. A mí me ha descubierto, por lo pronto, que los mandos militares occidentales son una auténtica catástrofe. Y no por el mero hecho de ser militares, como antes pensaba de manera simplista (vengo del antibelicismo de la izquierda y los especímenes marciales siempre me parecieron seres extraterrestres y temibles), sino porque su nivel profesional es lamentable. Y así, los hechos han demostrado que esos señores de la guerra tan envanecidos y entorchados, a los cuales pagamos sólo para que piensen batallitas, saben tanto de conflictos armados como yo. Resulta escandaloso que esos supuestos expertos no hubieran previsto los desplazamientos forzosos, la venganza serbia, las hambrunas. Dicen que han organizado el bombardeo para ayudar a los kosovares, y con ello han conseguido exterminarlos: además de inaudito, es indecente. A los malos profesionales los suelen despedir de manera fulminante de sus empresas, pero estos incapaces siguen ahí, con el pecho constelado de medallas y jugando con bombas. Merecerían ser procesados por su incompetencia, como el que se hace pasar por cirujano y mata al paciente en el quirófano. No sé a qué esperamos para echarlos.

Y, mientras tanto, los kosovares mueren, los kosovares sufren. Qué sensible se muestra Europa ante el lejano sufrimiento de los kosovares. Pero deberían traer a nuestros países a todos esos refugiados, con sus faldas extrañas, sus rostros campesinos, sus humildes pañuelos atados en la nuca. Muy parecidos a esos emigrantes rumanos a los que, sin embargo, despreciamos cuando nos abordan en los semáforos. Esa sí que sería una buena lección: que vengan aquí los kosovares y que se evidencien nuestras contradicciones. Tal vez así aprendamos a comprender al otro.

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