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Historia universal

JUSTO NAVARRO Es pesado el monolito a Clinton en un mirador de Granada, desde donde el más mundial de los presidentes vio el más bello crepúsculo del mundo, pero sospecho que la mayoría contempla estas cosas desde la lejanía de la razón indiferente: una piedra pobre, una insignificancia. O calcula con miope ojo comercial: propaganda momentánea para el turismo, más viajeros con Visa. Así veían algunos romanos razonables el culto a su emperador: ridiculeces que podían ser rentables o puramente ridículas. Estos cultos al poderoso son de siempre. Aquí el generalísimo Franco (hoy el grado de generalísimo no lo exalta sino que lo degrada: las palabras son admirables mutantes) entraba bajo palio en la Catedral. Habrá muchos que ni siquiera sepan quién era ese Franco ni qué es un palio, especie de alfombra colocada sobre cuatro o más varas largas, bajo la cual se lleva procesionalmente al Santísimo Sacramento. No hay que ser tan corto de vista. Más allá de Franco, enterrado en una basílica, la divinización del gobernante era un fenómeno muy corriente en los tiempos de Roma. Entonces los habitantes de remotísimas aldeas del Mediodía o el Oriente elevaban altares al emperador. El judío italiano Arnaldo Momigliano, que padeció al también divino Mussolini y enseñó durante muchos años en Inglaterra, dice que esos altares querían dar sentido a la desconcertante intrusión de una autoridad extraña. Y es verdad: ahora leemos el nombre de Clinton en su monolito granadino, y Clinton es más nuestro, y son más comprensibles sus mensajes en directo por Canal Sur, cuando nos habla de su vida privada y de sus misiones públicas y universales. Este hombre vio ponerse nuestro sol y ahora invoca a los peregrinos para que visiten el lugar que pisaron sus pies y miraron sus ojos. En honor de los emperadores de Roma las aldeas bárbaras construían altares y celebraban actos de culto: signos de lealtad, gratitud y adulación, una mezcla de emoción política y excitación religiosa ante la fuerza que venía de lejos. Dicen que hubo milagros cuando Vespasiano llegó a Egipto. ¿Se ha investigado si hubo milagros cuando Clinton visitó el Albaicín? Ya tiene Clinton su altar en Granada, caso interesante para historiadores y antropólogos, y hay algo conmovedor en ver cómo perduran las costumbres humanas: igual que cuando uno descubre sus mismos labios en el retrato de un difunto desconocido que fue primo de su bisabuelo. La Granada de hoy tiene el mismo monolito que la aldea romana del año 1. El afecto y la admiración hacia el poderoso Clinton de Estados Unidos ha mineralizado en el Albaicín sus palabras y las ha fijado devotamente en un monolito patético. Cuenta Momigliano que había en el antiguo Imperio personajes turbios, los judíos y los cristianos, forasteros por nacimiento o elección, que no adoraban a los emperadores. Este pecado se castigaba con la cruz. Luis García Montero recordaba ayer que el alcalde de Granada ha ido declarando indignos de ser granadinos a los ateos, a los indiferentes a la Virgen de las Angustias y, ahora, a los desafectos al monolito a Clinton. ¿Son, como diría Momigliano, forasteros por elección?

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