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Tribuna
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Incógnitas a los 25 días de guerra

Las guerras se hacen para imponer unos derechos/intereses, comenzando por el primordial de existir -pueblos y países-; para defender unos valores/creencias y para acabar con el enemigo. Con frecuencia por los tres. Casi un mes de purificación aéreomilitar de Serbia por parte de la OTAN, y de intensificación de la purificación civil de los kosovares por parte de Milosevic, autoriza un balance prospectivo de hacia dónde nos conduce esta última abominación guerrera. Balance sometido a las reservas derivadas de la espectacularización mediática, ahora indisociable de todos los conflictos bélicos, y que después de Timisoara, Kuwait e Irak, ha inscrito la sospecha de lo virtual en la imagen más realista. (¿Quién ha sido el autor del inicuo bombardeo de los refugiados?) Lo que no impide afirmar que quienes desde hace 10 años aceptamos la intervención militar de las Naciones Unidas en los Balcanes como último recurso para impedir las matanzas en masa y preservar la multiplicidad étnica y cultural de la zona hemos ido de naufragio en naufragio. Por el contrario, Milosevic, que ha perdido todas las guerras, como prueba la existencia y el reconocimiento internacional de Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Macedonia, ha ganado todas las paces, pues, hoy, en el espacio balcánico, la lógica geopolítica dominante es la suya, la del ominpotente Estado-nación con un solo pueblo, una misma religión, una única cultura y un territorio soberano e impenetrable. Opción etnohomogénea y mononacional de la que Croacia, con la incorporación de las purificadas Krajina y Eslavonia, ha sido también beneficiaria y que, aunque incompatible con la constitución de macroáreas que reivindican los europeos, éstos han hecho suya. Fracasadas todas las negociaciones para poner fin al proceso democida y para atenuar las consecuencias del integrismo nacionalista, y puesto que habíamos renunciado a desmontar a Milosevic por las buenas -imaginemos la oposición que hubiera podido organizarse en Serbia o el soporte que hubiera podido aportarse en Kosovo a Rugova con el presupuesto de estas semanas de guerra-, sólo cabía descalificarle por la fuerza. Y ése era el primer objetivo de los bombardeos que comenzaron hace 25 días. Y con ellos nuestras interrogaciones. ¿Por qué esa intervención homeopática de los primeros días, desaprovechando el efecto sorpresa? ¿Por qué no haber destruido desde el primer momento las instalaciones de la TV yugoslava? ¿Por qué haber anunciado que no habría acciones terrestres, estimulando así la dramática aceleración de limpieza étnica? Ya que en las guerras actuales la población civil es el principal objetivo militar, para el dictador serbio, la eliminación en su territorio de los no serbios es también una contribución capital a su mesianismo, es decir, una raza política capital. Y por ello la hecatombe de los 800.000 desplazados, de los miles ¿cuántos? de asesinados, de los pueblos incendiados, de las violaciones, de tanto sufrimiento e infamia, era previsible. Por lo que es inexplicable que no se anticipase una estructura humanitaria para esa eventualidad. Como era también previsible que los bombardeos, en vez de doblegar la voluntad de Milosevic (con sus antecedentes familiares -padre y madre suicidados-, y su historia personal y política), iban a activar su barbarie y a potenciar su carisma colectivo. No cabe pensar que Felipe González, tan conocedor del personaje y de la región, no advirtiera a los responsables de la OTAN de lo que iba muy probablemente a suceder. Ahora nuestra contradicción está en la urgencia de poner fin al crimen étnico organizado, anunciando el castigo de los culpables, y la necesidad de negociar con su gran organizador. Pues la negociación, que debe ser inmediata y global, necesitará el acuerdo de Milosevic, si éste no desaparece, para que pueda durar Dayton, estabilizarse Montenegro y para que pueda iniciarse y consolidarse en la vuelta a Kosovo de sus habitantes.

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