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EL CONCURSO DE LAS LETRAS

Entre ganadores y jurados

La labor de los jurados, que tienen que leer cientos de historias diferentes y de poemas sobre las más variadas emociones, puede parecer ardua y pesada. Sin embargo, los jurados consultados por este periódico no se quejan, más bien al contrario. Ven muchas ventajas, aunque no se pague más que con una invitación a comer y a la entrega de premios.Álvaro Valverde, de 40 años, que en los setenta se llevó el primer premio de poesía del colegio mayor Isabel de España, participó el año pasado desde el otro lado de la barrera, como jurado. Desde Plasencia (Cáceres), donde vive y trabaja en un centro de profesores de la comarca de Las Hurdes, recuerda la sensación de recibir el premio. "Era un adolescente, entonces admitían textos de toda España. Fue mi primera experiencia gratificante en literatura", dice este autor, que después ha recibido uno de los Premios Loewe en 1991 y ha publicado con Tusquets. Ahora se ha aventurado con la novela y ha recibido una mención especial en la última edición del premio asturiano Café Gijón. "Pero es casi más gratificante ser jurado", asegura, "tienes la posibilidad de leer cosas sorprendentes, de gran calidad, entre gente muy joven; en narrativa, los nuevos están haciendo cosas de mucha mayor calidad de lo que había en mi época".

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De forma semejante se expresa otra colega suya en el jurado, Carmen Valcárcel, profesora de Literatura en la Universidad Complutense. "Es interesante y enriquecedor, no te cansas", afirma. A su vez, Carmen Ruiz-Bravo, que también ha participado como jurado en el concurso Cantoblanco, convocado por la Universidad Autónoma, asegura: "Los relatos me ayudaron a comprender cómo ven las cosas muchachos y muchachas como mis propios alumnos, que de otra forma no habría llegado a vislumbrar". "Me asombró la diversidad de temas y de estilos", asegura esta profesora de Literatura Contemporánea en Filología Árabe.

Lorenzo Silva tiene mucha experiencia en concursos. Este abogado getafense de 32 años ganó en 1993 la versión anterior a los Premios Ciudad de Getafe. "Entonces éramos los concursantes el propio jurado, te enviaban copias de los otros textos, votabas y el más votado, vaya, pues ganaba", recuerda. Antes se había presentado a los concursos de colegios e institutos. "Eso me dio mucho ánimo, porque gané bastantes". Entonces se dedicaba a los cuentos y relatos cortos, pero cuando se embarcó en la novela de gran formato no dejó de presentarse, y así quedó finalista en el Premio Nadal de 1997. "Yo aconsejaría a los que empiezan que no se presenten a los grandes premios comerciales", opina, "porque mi sensación es que muchos están están más o menos apalabrados, las editoriales hacen una inversión muy fuerte que tienen que asegurar y amortizar. Aunque a veces se lo dan a cualquiera: cuando yo quedé finalista en el Nadal, de verdad, yo era cualquiera".

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