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Pujol en el barrio de Martínez

Francesc Valls

"Ya que está aquí, honorable presidente de la Generalitat, aprovecho la ocasión para pedirle que nos arregle este teatro y nos cubra la Gran Via", se despachaba anteayer Manuel Martínez, presidente de la Asociación de Vecinos de Sant Martí de Provençals. Y Jordi Pujol le respondía: "Lo que Martínez pide no se hace con aire del cielo, sino con un buen modelo de financiación". Todo esto sucedía el pasado miércoles, al anochecer. El cielo amenazaba tormenta, cayeron cuatro gotas, pero nada impidió que más de 600 personas llenaran a rebosar el salón de actos del Instituto Infanta Isabel, en el corazón de La Verneda. Allí el presidente Pujol explicó, en la primera conferencia de una serie de 100 que ha preparado el Departamento de Bienestar Social, por qué Cataluña necesita el pacto fiscal. Pedagogía nacionalista en un barrio metido de lleno en las luchas vecinales: primero el metro, luego la pavimentación de la calle de Guipúscoa y ahora la cobertura de la Gran Via. Todo bajo la batuta del dirigente vecinal Manuel Martínez. Tanto pragmatismo reivindicativo obligaba a afinar. Y así lo hizo el presidente de la Generalitat desde el principio. Pujol habló en catalán en un salón de actos donde lo que claramente predominaba en la intimidad de las conversaciones era el castellano. Esa fue una de las pocas licencias catalanistas que se tomó Pujol. Pero no hubo en su conferencia una sola alusión al hecho diferencial, a las esencias nacionalistas. Pujol parecía querer poner a prueba la existencia de una dimensión social del nacionalismo. Algo capaz de atraer a quienes ponen más fe en los hechos que en la doctrina. Pero el experimento no se hacía en tierra de misión, sino en terreno abonado: el día anterior, la Generalitat había entregado un anteproyecto del cubrimiento de la Gran Via a los vecinos que "nos ha gustado mucho", en palabras del presidente Martínez. Así que en este clima de cordialidad, Pujol se metió en harina. Lo primero, la historia: recordó los burots que había en Sant Adrià, cuando él viajaba a Barcelona desde Premià. "Todo esto eran campos; luego llegó la época del urbanismo caótico y de la falta de servicios y a partir de 1975 comenzó la transición", subrayó el presidente de la Generalitat. "Los partidos hicimos el esfuerzo de que Cataluña no se partiese. Y, fuera de algunos diarios y de emisoras de radio, hoy nadie dice que haya problemas", siguió Pujol. "Cataluña ha progresado mucho; hemos hecho muchas cosas todos, la Generalitat, ayuntamientos, diputaciones... pero no hemos acabado lo que teníamos que hacer", dijo. Por eso Cataluña necesita otro modelo de financiación, "no para el Gobierno de la Generalitat, sino para los ciudadanos. Si los ciudadanos de las comunidades autonómas españolas pagan 100, nosotros pagamos 120. Está bien, sabemos que Cataluña tiene que pagar más que Andalucía; lo que pasa es que recibimos menos del Estado que ellos: si ellos reciben 100, nosotros 83". Ese déficit fiscal, que Pujol situó entre 800.000 millones y 1,2 billones de pesetas tiene que reducirse, según el presidente de la Generalitat, en 400.000 millones . ¿Y para qué se necesita ese dinero? "Pues, entre otras cosas, para que los chicos de los barrios, quienes por ejemplo estudien en este instituto puedan tener las mismas facilidades que los que estudian en el Menéndez y Pelayo de la Via Augusta", ilustró Pujol. En clave de cohesión social y Estado de bienestar transcurrió buena parte de la intervención del presidente de la Generalitat, ante un auditorio mayoritariamente vecino a la edad de jubilación. "En el Parlament hay un debate sobre la política de bienestar social, porque aquí tenemos un punto débil", reconoció Pujol. "Necesitamos más guarderías para que las mujeres puedan trabajar, buenas escuelas para que los jóvenes se inserten en una economía competetiva", continuó el presidente. "Necesitamos reducir el déficit fiscal para atender a la población que ya no puede valerse. Necesitamos más dinero, quizá, para extender la asistencia domiciliaria a las personas de edad que para la construcción de geriátricos", apuntó. "Yo mismo tengo 68 años y un día me tocará esto". Y Pujol sonrió: "Esperemos que ese día tarde en llegar".

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