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TRAS EL ABERRI EGUNA La tensión nacional

Este pasado domingo por la mañana, en muchos ayuntamientos del País Vasco se desarrolló un acto unitario con ocasión del Aberri Eguna en el transcurso del cual se dio lectura a un documento consensuado por las ejecutivas de Partido Nacionalista Vasco, Herri Batasuna y Eusko Alkartasuna. El contenido de la declaración pone de manifiesto la contradicción que vive hoy el nacionalismo vasco.Por un lado se dice que Euskal Herria es una comunidad con conciencia nacional, una nación, y que como tal tiene el derecho de decidir libremente su futuro. Se trata de la tradicional reivindicación autodeterminista. Por otro lado se afirma que una nación sólo puede construirse desde la libre adhesión de sus ciudadanos, desde el compartir una identidad colectiva y, sobre todo, desde el abordar conjuntamente los retos básicos de su existencia. Ser y poder ser, esencia y potencia, se yuxtaponen en un mismo manifiesto. Pero yuxtaponer no es armonizar. Es muy distinta la adhesión de quien construye que la de quien se limita a asumir lo construido. Aunque ambos sean imprescindibles para levantar una casa, es radicalmente distinto ser albañil que ser ladrillo. Alguien podrá aducir que lo que el documento pretende expresar es, precisamente, la voluntad de construir la nación vasca con el concurso de todos. Pero, ¿se trata de construir algo que puede ser -por tanto, de una invitación a desarrollar una de las varias posibilidades de futuro de la sociedad vasca- o, por el contrario, se trata de construir algo que debe ser -por tanto, de re-construir una esencia desvaída por el transcurrir de la historia-? Si una comunidad humana es una nación, el compromiso de adhesión que se reserva a los ciudadanos no es sino inscripción en esa realidad nacional, asunción de la misma y contribución al desenvolvimiento de su ser nacional; en definitiva, ser ladrillos. El nacionalismo vasco continúa escindido en dos culturas irreconciliables: la de quienes mantienen la perspectiva esencialista de la reconstrucción nacional, de la recuperación de un ser amenazado, y la de quienes son conscientes de que nada humano puede desarrollarse en contra del principio de ciudadanía. Las naciones no pueden existir antes ni al margen de la voluntad de una comunidad humana. Las naciones son, en afortunada expresión de Benedict Anderson, "comunidades imaginadas". Como el propio Anderson se preocupa de aclarar en las primeras páginas de su trabajo, imaginación no es sinónimo de fabricación o de falsedad, sino de creación. Por su parte, con su característico lenguaje, a la vez preciso y evocador, José Antonio Marina ha descrito así la capacidad creadora característica de los seres humanos: "Lo real no nos basta. Nos sostiene, nos impulsa, nos limita, nos da alas, pero no nos basta. La inteligencia inventa sin parar posibilidades reales, que no son fantasías, sino ampliaciones que la realidad admite cuando la integramos en nuestros proyectos. Somos nuestras propiedades reales y el impredecible despliegue de nuestras posibilidades. Híbridos de realidad y de posibilidad, somos ciudadanos compartidos de la realidad y el deseo". La construcción nacional vasca no podrá ser el desenvolvimiento de un proyecto originario, el desarrollo de una naturaleza predefinida; la construcción nacional vasca no podrá ser jamás una construcción nacionalista. De ser algo, la construcción nacional vasca será un proceso de construcción social. En palabras de Gurutz Jáuregui, se trata de sustituir el proceso de aberrigintza, de hacer patria, por un proceso más amplio de herrigintza, de construir país. Pero, ¿quién liderará este cambio? Dos perspectivas se enfrentan hoy en el País Vasco: la una no es capaz de reconocer y orientar la imparable tensión que el deseo introduce en nuestra realidad; la otra parece abandonar cada día más el mundo real para extraviarse en la ensoñación. Las dos igualmente encastilladas: PP y PSE, levantando castillos de arena que la marea se encarga de derribar; PNV, EH y EA, construyendo castillos en el aire. Aquéllos quieren hacernos hijos de la realidad, éstos del deseo. Aunque para ello tengan que mutilarnos.

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