_
_
_
_
Tribuna:EL TERRORISMO Y SUS VÍCTIMAS
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La verdad 'versus' estrategias semánticas

En estos últimos meses estamos viviendo una transformación un tanto silenciosa, suave, sinuosa y ascendente en las denominaciones de ciertos conceptos importantes, de fondo mucho más profundo de lo que aparentemente pudiera parecer.Se habla y se escribe sobre "Reconciliación". Continuamente. Machaconamente. Tal vez intencionadamente. De seguir así, acabaremos no sólo hablando y escribiendo, sino también pensando en "Reconciliación". Y esto puede llevar al convencimiento colectivo de un reencuentro de todos entre todos. Reencuentro tal que engendre la necesidad de un perdón de todos para todos y que para cubrir esta necesidad justifique la solución natural de la amnistía. Como en Chile. Como en Argentina. Como en El Salvador. Bofetada injusta para todas las víctimas del terrorismo.

Reconciliación significa mutuo perdón entre al menos dos partes contendientes. Pero aquí, en nuestro país, no hay, nunca ha habido en los últimos treinta años, partes contendientes, bandos enfrentados que hayan de reconciliarse. Las víctimas del terrorismo jamás se han enfrentado con nadie. Nunca han formado partido beligerante en nombre de nada ni de nadie. Han sido, y lo son ahora, ciudadanos que se dedican a vivir y trabajar, cumpliendo las leyes votadas libremente por la mayoría. Sibilinamente, se pretende que la sociedad coloque a las víctimas del terrorismo en un bando y a los victimarios en otro. Esto es, cuando menos, una injusticia estratégica. Y, por supuesto, absolutamente falso. Sólo ha habido una parte beligerante, los asesinos de cerca de mil personas, hombres, mujeres y niños, que nunca se metieron con nadie, si no era para defender a los ciudadanos de las agresiones a la libertad que una joven democracia nos ofrecía.

Las víctimas del terrorismo no se han enfrentado ni han agredido nunca a nadie. ¿Con quién se tienen que reconciliar? ¿Con quién se tiene que reconciliar la esposa de un guardia civil que no ha hecho otra cosa en su vida que cuidar de su familia? ¿Con quién se tienen que reconciliar los padres de un concejal que no han hecho más que trabajar para sacar adelante a sus hijos? ¿A quiénes agredieron, con quiénes se enfrentaron, para tener que reconciliarse con ellos?

Entonces, ¿con qué derecho antilógico alguien es capaz de pedirles, más aún exigirles, que se reconcilien? ¿Con quién?

Por el contrario, ¿quién ha tenido hasta hoy la valentía y la nobleza de pedir, exigir a los asesinos, a los componentes del único bando agresor, que se reconcilien con sus víctimas? Reconciliación. Palabra de siruposa estrategia semántica.

Otra palabra de la que hasta hace muy poco tiempo se estaba haciendo (ya hoy la verdadera Iglesia de Cristo la utiliza con precisión evangélica) un uso monosignificativo es la de "Perdón".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Se pide a las víctimas del terrorismo que perdonen a quienes destrozaron su vida. Sin condiciones. Sin nada a cambio. Gratuitamente. Heroicamente. Absurdamente. Inhumanamente. Incluso se comete la petulancia de argumentar el ejemplo de Cristo en su agonía crucificada. Cristo nos enseñó sobre todo a pedir perdón. Él se ofreció como precio que satisficiera las ofensas de la humanidad. Él se dio en cumplimiento de una justicia ante el Padre ofendido. Y Él pidió perdón al Padre víctima de los pecados de los hombres. Y el Padre, aceptando la reparación de las ofensas, perdonó a los hombres. Dios perdonó a los hombres después de que éstos le pidiesen perdón en la figura de Cristo.

Que nadie se atreva a pedir a las víctimas del terrorismo generosidad gratuita, y mucho menos recurriendo a una manipulación partidista y, por lo tanto, perversa del mensaje evangélico.

Dentro del camino hacia la paz hay una etapa que es necesario cubrir. La disposición sincera para recibir el perdón por parte del único bando agresor. Pero esta disposición entraña un reconocimiento de culpa, sin lo cual no es posible el perdón, ni humano, ni divino. Así lo expresa el Catecismo Católico para los creyentes. Y así lo dice la Razón Natural para los no creyentes.

¿Cuándo alguien con autoridad para ello va a solicitar a los asesinos que pidan perdón a sus víctimas? ¿Cuándo alguien con verdadera honestidad va a convencer a los autores de tanto horror cometido para que se pongan en disposición de aceptar el perdón? ¿Cuándo? ¿Quién?

Una tercera estrategia, y ésta puramente semántica, se está practicando con suavidad, casi con indolencia. Se trata del cambio de "Víctimas del Terrorismo" por "Víctimas de la Violencia". El término Terrorismo es concreto, brutal y con cierta connotación localista. El término "Violencia" es más general, menos agresivo y, sobre todo, universal. De este modo, las Víctimas de la Violencia se hacen más comunes, más normales, pierden su molesta proximidad y se diluyen entre las muchas dificultades que cargan la vida cotidiana de cualquier país. Es triste contemplar cómo se manipula a una sociedad y cómo esta sociedad se deja manipular. Y esto no es nuevo. Se ha repetido cíclicamente a lo largo de la historia. Lo malo es que cada repetición resulta nefasta para la sociedad manipulada. Los ejemplos del nazismo y el fascismo están muy cerca.

Por último, queda la palabra "Pueblo". Palabra sacralizada y peligrosamente emparentada dentro del subconsciente con la palabra Etnia y cuya utilización, iniciada en el Antiguo Testamento y culminada por los pensadores del romanticismo decimonónico, supuso el nacimiento de todos los nacionalismos, desde el judío hasta el vasco, pasando por el alemán y el italiano, además de los centroeuropeos y postsoviéticos. El Pueblo, el "Volk", superó al individuo, de manera que los derechos de aquél eclipsaron los del hombre como elemento componente del pueblo. Algo que se contradice con la Declaración de los Derechos Humanos, cuyo cincuentenario actualmente se está celebrando. No obstante esa contradicción, algunos arguyen los derechos de los pueblos y los sitúan en una posición divinizada por encima del individuo, con un inconsciente partidismo que les impide ver lo injusto de sus conclusiones. De hecho, la implantación de estas ideas ha destrozado el curso histórico de muchos países formados por individuos reales, cuyos derechos fueron ignorados primero y aplastados después por los de un hipotético Pueblo o "Volk" sacralizado.

Las víctimas del terrorismo no debían haber existido nunca como tales víctimas. Si lo fueron, si lo son ahora, es porque unos hombres y unas mujeres pusieron con una frialdad que puede justamente calificarse de bestial el crimen al servicio de un derecho pervertido atribuido a un "Volk" más imaginario que real. Un "Volk" que puede devorar a los individuos que componen la sociedad de la que surgió.

Las cuatro palabras aquí analizadas, Reconciliación, Perdón, Violencia y Pueblo, se están extendiendo entre nosotros. Suavemente, sin ruido, casi amablemente, pero con un zig-zag de víbora que inyectará su veneno por el colmillo que nos clave antes de despertarnos. Este veneno se traducirá en una falsa e impuesta paz.

Pero existe una esperanza. La proclamación de la Verdad. Hay que defender con valentía, hay que gritar la Verdad, como primera etapa en el camino hacia la verdadera Paz. Pero este testimonio no puede darlo ningún estamento de índole política. Hay muchos intereses cuya ponderación disfrazaría la Verdad. Sólo existe un estamento que no solamente puede, sino que tiene obligación de manifestar de manera clara, fuerte y pública esa Verdad. Ese estamento es la Iglesia de Cristo, la real, la del deber evangélico de la opción por los pobres y los más débiles, y que no tiene por qué coincidir con la Iglesia Oficial.

Esta Iglesia auténtica ha comenzado a manifestarse ya.

En ella confiamos nosotros, las víctimas del terrorismo.

Luis Díaz Arcocha es hermano del teniente coronel Carlos Díaz Arcocha, primer superintendente de la Ertzaintza, que murió el 7 de marzo de 1985 destrozado por una bomba que ETA había colocado debajo del asiento de su coche.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_