Depardieu interpreta en el teatro a un Carlos V con rasgos de Mitterrand
La obra de Jacques Attali se presenta en París
"Dejadme abrir las puertas del cielo y yo os dejaré cerrar las del mundo". Así acaba Les portes du ciel, la obra de teatro de Jacques Attali, consejero especial de François Mitterrand entre 1981 y 1991, en que Gérard Depardieu interpreta a Carlos V enclaustrado en Yuste. El diálogo ocurre entre un emperador con rasgos de Mitterrand y Fernando, inquisidor y monje a partes iguales, en una obra calificada por un crítico como "quintaesencia del aburrimiento".
Ha habido un crimen, el antiguo superior -como en El nombre de la rosa- ha sido asesinado y Fernando sospecha del ya viejo emperador. Éste, ni niega ni afirma, porque su cabeza ya está en otra parte, reflexionando "sobre las mil trampas que los hombres utilizamos para seducir a Dios".Attali se ha permitido establecer una serie de paralelismos, no en vano el emperador tiene una hija -Juana-, pero también un hijo ilegítimo -Jerónim- que ocupa el lugar de Mazarine. Guillermo, el pepito grillo de Carlos, es algo así como el propio Attali y todo transcurre como si estuviésemos en el Elíseo durante las últimas semanas o meses de un mandato. "El poder sólo es una pequeña comedia en el interior de una gran tragedia", dice el sentencioso emperador.
La obra seguirá en cartel hasta el 10 de abril a pesar de que ha merecido críticas feroces. Para Libération, estamos ante la "Quinta esencia del aburrimiento" porque la pieza es calificada de "polvorienta", y la puesta en escena, fruto "de una incapacidad manifiesta de resolver el abc del oficio". En Le Monde no son más cariñosos, aunque sí más sutiles: "Con un pie en el XVI (la historia) y el otro en el XX (el idioma), Les portes du ciel se inscribe sin dificultades en el capítulo del teatro del XIX". Otro ha recordado que Attali decía haberse inspirado en Voltaire, pero lo pone en duda: "Se diría que Attali ha sacado todas sus ideas de Bouvard et Pécuchet", es decir, de la interminable retahíla de tópicos de los dos imbéciles inventados por Flaubert.
Frases lapidarias
El día del estreno se esperaba -dicen que estaban invitados, en tanto que amigos de Attali- a Margaret Thatcher, Mijaíl Gorbachov, Lionel Jospin, Catherine Deneuve, Sophie Marceau o Isabelle Adjani, pero la platea tuvo que conformarse con Jacques Delors, Jack Lang o Michel Rocard. Aplaudieron mucho, Depardieu se ganó los mayores bravos y luego los espectadores intercambiaron las máximas de la obra que quisieran poner en la lápida de su tumba. Los freudianos se apuntaron a "los niños sueñan con matar al padre y luego mueren por haberlo hecho", mientras que los cínicos preferían "un político incorruptible es sólo un político un poco más caro que los otros", y los escépticos escogían "los dos sabemos que el mundo está podrido, que el recuerdo que dejamos es tan insignificante como un grano de arena". Si Carlos V es como Mitterrand, aunque el corpachón de Depardieu no nos permite evocar ni al reconcomido emperador de Tiziano ni al macilento canceroso liquidador de utopías socialistas, los puentes que la obra tiende son varios. Los hijos se prestan a ello, como también el personaje del consejero, y ése es el principal atractivo de Les portes du ciel.
Fotocopiadora
Attali ha sido definido por sus enemigos como "el escritor que mejor hace funcionar la fotocopiadora". Hace pocos días uno de sus libros ha sido motivo de un proceso por plagio y Attali lo ha perdido. Mitterrand, con su proverbial y maligno sentido del detalle, hablaba de él como del autor "rey de las comillas". La obra, con sus frases rimbombantes, se presta a la antología de citas o de tópicos reciclados por la literatura. Es un buen ejemplo de eso que antes etiquetaban como "teatro de ideas" y que, a menudo, pero no siempre, era un muestrario de grandilocuencias.Al final, Mitterrand-Carlos V se va a la tumba con un secreto, con el del sentido de su vida. Antes le ha propuesto al inquisidor que le mate: "Saldría bien librado, con sólo dos o tres siglos de purgatorio". El humor sabe a falso. No basta con inteligencia y cultura para escribir buen teatro. Depardieu, que llevaba más de doce años sin subirse a un escenario, es el que primero parece haberse apercibido de ello, y más que actor es espectador privilegiado, con derecho a frase, de un drama en el que nunca se implica.
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