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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La prueba de las listas

LA BATALLA por las listas de los próximos comicios municipales y autonómicos del 13 de junio tiene ya en las filas socialistas una víctima de relieve: Joan Romero, secretario general del Partit Socialista del Pais Valencià (PSPV-PSOE) y candidato a batirse con Eduardo Zaplana por la presidencia de la Generalitat valenciana. A menos de tres meses de esa importante cita electoral, Romero ha tirado la toalla como candidato autonómico del PSPV-PSOE y ha dimitido como secretario general de los socialistas valencianos. Zaplana, el actual presidente de la Generalitat Valenciana, tiene ahora mucho más fácil conservar el Gobierno de la Comunidad Valenciana en manos del Partido Popular.Era previsible que la crisis apenas larvada que aqueja al socialismo valenciano desde el congreso de julio de 1997 no superara la prueba de las listas electorales y que estallara abiertamente. Las razones inmediatas que han provocado el abandono de Romero se encuentran en el rechazo a su propuesta de candidaturas por parte del comité nacional de los socialistas valencianos, máximo órgano del partido entre congresos. Pero la confección de las listas sólo ha sido el desencadenante de una crisis que viene de mucho más lejos y que ha alcanzado, en ocasiones, tonos virulentos.

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El socialismo valenciano ha vivido en un equilibrio inestable desde que Romero accediera a la secretaría general por una exigua mayoría de tres votos en el congreso del PSPV en 1997. Desde ese instante, el partido entró en una dinámica de guerra latente entre sus distintas familias, que Romero no fue capaz de sofocar. Sus intentos, escasamente afortunados, de configurar una mayoría estable tropezaron con la oposición berroqueña de los seguidores del secretario de organización del PSOE, Ciprià Ciscar, a los que se unieron el ex ministro del Interior Antoni Asunción e Izquierda Socialista, aliados iniciales de Romero, al que luego abandonaron. Tampoco la victoria de Romero en las primarias frente a Asunción, por un escaso margen, trajo la estabilidad al socialismo valenciano.

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La confección de las listas electorales ha puesto de manifiesto la debilidad política de Romero. Ha carecido de fuerza para aglutinar en torno suyo una lista de candidatos independientes, más próximos a la sociedad que al aparato del partido, que diera credibilidad a la bandera de renovación que enarbolaba desde el congreso de 1997. Pero también ha sacado a relucir la falta de flexibilidad de los dirigentes más representativos del socialismo valenciano, incapaces de convenir con el candidato a la Generalitat unas candidaturas que respetaran a la vez la correlación de fuerzas internas en el PSPV y el mensaje de apertura a la sociedad que pretendía trasmitir el hasta ahora candidato.

Los socialistas valencianos se enfrentan a una crisis de difícil solución a corto plazo. Pero lo primero que tienen que hacer es nombrar un candidato que sustituya al dimitido. En teoría, esa designación debería ser el resultado de unas nuevas elecciones primarias. Pero la falta de tiempo hará inevitable que lo nombre la dirección del partido, lo cual no dejará de ser un golpe muy serio a los esfuerzos de renovación. Un golpe que, como la imagen de debilidad y enfrentamiento que está dando la segunda agrupación socialista más importante de España, no dejará de repercutir en el PSOE en su conjunto y que pone de manifiesto las dificultades de poner al día un partido que no acaba de superar los espasmos de 13 años en el poder.

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