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LAS VENTAS

Cogida grave del peón Rafael Sandoval

El segundo toro le pegó una cornada al peón Rafael Sandoval cuando capoteaba en la antirreglamentaria rueda de peones. Herido por la estocada el toro, la cuadrilla le daba vueltas, algo apurada pues el animal tenía resabios, que se acentuaban en la agonía. Y en una de esas se arrancó derecho al más distante, que era Rafael Sandoval, tiró certero el derrote y, llevándole boca abajo prendido en el garfio de la cornamenta, aún recorrió unos metros hasta abandonar su presa frente a la puerta de arrastre. Sandoval se incorporó de inmediato, pero iba seriamente herido y las asistencias se lo llevaron corriendo a la enfermería.El toro, manso de natural y de embestida no muy católico, había aprendido durante la desordenada lidia las normas de procedimiento para impedir que lo torearan impunemente. Los toros mansos mal lidiados se las gastan así.

Carriquiri / Rodríguez, Vázquez, Ferrera

Toros de Carriquiri, terciados, flojos excepto 2º, mansos y de feo estilo; 4º pastueño.Miguel Rodríguez: dos pinchazos, media atravesada muy trasera, rueda de peones en la que resulta corneado Rafael Sandoval, y tres descabellos (silencio); estocada corta baja (mínima petición y vuelta con protestas). Javier Vázquez: bajonazo descarado (silencio); pinchazo y estocada corta ladeada (silencio). Antonio Ferrera, que confirmó la alternativa: pinchazo, estocada y rueda de peones (algunas palmas); estocada baja y rueda de peones (insignificante petición y división cuando saluda). Enfermería: El peón Rafael Sandoval sufrió una cornada grave con trayectorias de 30 y 20 centímetros, que alcanza el fémur y afecta a vasos femorales. Plaza de las Ventas, 28 de marzo. Dos tercios de entrada.

Nada más empezar el primer tercio, Miguel Rodríguez, a quien correspondía el toro, ordenó al picador que se fuera a terrenos del 7 para ejecutar allí la suerte. Sin embargo, el toro tenía distintos proyectos y no quiso acercarse a terrenos del 7 ni conducido por la Guardia Civil. Antes muerto que ir al 7. Recibió cuatro varas en cualquier terreno menos el 7, las más duras por los ámbitos de su querencia a toriles, y escapó de todas volviendo grupas y huyendo al galope. Mas con la afanosa brega que le dieron aprendió lo que no sabía.

Y lo que aprendió quiso que lo pagara Miguel Rodríguez. No es que se amilanara el matador. Desbordado en los muletazos inciales, de repente se echó la muleta a la izquierda e intentó vanamente embarcar al bronco toro por naturales.

El desquite le vino a Miguel Rodríguez con el cuarto toro, que resultó boyante y acabó pastueño. A ese toro le dio buena ración de derechazos, de naturales sólo una tanda, y al menudo y en conjunto puede asegurarse que toreó a placer.

Con cuánto placer toreó Miguel Rodrígez sería difícil de precisar, porque la interpretación no resultaba especialmente gustosa; no sentida, y tampoco aderezada de esa vibración artística que arrebata los corazones. Un toreo seco, a veces envarado, no siempre hondo ni mecido en la gracia del temple. Estas razones, por supuesto subjetivas, unidas a la objetiva realidad de que mató de un bajonazo, ocasionaron las protestas que oyó Miguel Rodríguez en la vuelta al ruedo.

La verdad es que a la altura de ese cuarto toro la afición no estaba para ruidos: la corrida salía mala, los toreros se ponían pesadísimos. Javier Vázquez se tomaba su tiempo para citar, renunciaba a ligar y hacía las faenas interminables. Mediada la segunda, el público pedía que acabara de una vez, por favor.

A Antonio Ferrera se lo pedía asimismo, con mayor insistencia en la faena al sexto toro, que, por cierto, dentro de su invalidez, mostró una clara manejabilidad embestidora.

Ferrera había estado valiente con el toro de su confirmación de alternativa, un terciadillo ejemplar de blandas manos y corto recorrido, al que llegó a dibujar con arte la media verónica y logró sacarle algunos derechazos de buen corte, todo lo cual hacía presagiar que podría sacar partido de mejores toros.

Banderilleó fácil y seguro Ferrera al toro de la alternativa y en cambio al sexto no le encontraba el sitio. Paseaba el albero contoneando el cuerpo, demoraba la suerte dando giros de bailarín, sonaron palmas de tango y se llegó a temer que llegaría el tercer milenio sin que hubiera concluido el tercio.

Concluyó al fin, pero Ferrera empezó la sesión muletera con las mismas intenciones; se puso a pegar pases, la mayoría fuera-cacho con la suerte descargada, y de nuevo sonaron las palmas de tango. A esas alturas la corrida parecía de pesadilla. Ni el salto ancestral que dio ese sexto toro al callejón, provocando allí un sobresalto mayúsculo, consiguió amenizar la tarde. Tarde lenta, tarde hosca, con el drama de una cornada como único suceso destacado. Entraba la tarde en el ocaso y aún estábamos allí, encima tiritando de frío...

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