Aprender a domar a la bestia
No va a ser fácil gobernar al monstruo. El jueves, en el nuevo Auditori de Barcelona, se vivieron escenas impropias de un público capaz de pagar por un concierto entre las 23.000 pesetas de platea y las 6.700 del segundo piso. Forcejeos ante las taquillas hasta el punto de hacer llorar a las empleadas, empujones, inicios de desmayo, entradas de prensa sin asignar... y ácido cruce de acusaciones consiguientes. A Ibercàmera le faltó tiempo para sacarse por megafonía las pulgas de encima, atribuyendo las culpas de que el recital de Jessye Norman comenzara con media hora de retraso al personal del Auditori. No tardó en reaccionar el patronato del Auditori, devolviendo la patata caliente a los promotores del evento y situando el fallo en su sistema de venta de entradas anticipadas. Qué rápidos van. En realidad lo que manda es la chapuza, tan nuestra y que tan por igual suele afectar a unos y a otros. Es evidente que la distribución de las entradas falló, y así acabó por reconocerlo ayer Ibercàmera, a casi un día de distancia del fiasco. Pero los responsables del Auditori no deberían quedarse muy satisfechos con ello. Distribuir a los organizadores de los conciertos unos planos de las localidades virtuales (confeccionados por ordenador), que no se corresponden con la realidad, siempre tan tozuda ella en imponer sus leyes, no invita precisamente al orgullo de la obra ben feta. Lo que está claro es que unos y otros no están dando los servicios que deberían dar con el precio de la entrada. Los bares están a medio acabar y van cortísimos de recursos: el jueves, uno de ellos se quedó sin leche para los cortados. Algunos de los baños están clausurados, no se sabe si porque todavía no han sido inaugurados o porque ya han dejado de funcionar. Las escaleras de subida al primer y segundo piso tienen unos escalones tan claros que no se distinguen: algún día va a haber un disgusto ahí. Y finalmente, los accesos conservan buena parte del polvo de la obra: el jueves, los elegantes trajes oscuros fueron auténticas víctimas propiciatorias. Es decir, que queda aún mucho trabajo por hacer para poder hablar de una inauguración en un sentido europeo. Pero, sobre todo, queda mucho que aprender por parte de todos. Hay que aprender a programar el nuevo Auditori. La actuación de Jessye Norman demostró que la sala posee una acústica de primer nivel para la voz (llegaba limpia a todos los puntos de la sala), pero que en ella de ningún modo deben celebrarse recitales de lied, género que, como es sabido, requiere una determinada intimidad entre el público y los intérpretes. Poca intimidad puede conseguirse con 2.300 personas. Resultaba imposible, la otra noche, concentrarse en las canciones de Strauss de la primera parte: provenían de unas figurillas perdidas en la inmensidad de un escenario sin una mala planta que disimulara el desierto. Hay que aprender a iluminar silenciosamente el escenario del Auditori. Los focos de escena producían un zumbido mantenido durante toda la velada como un bajo continuo que nadie había contratado. Hay que aprender a caminar por el escenario del nuevo Auditori (el cual, por cierto, no ha sido pensado para caminar). Ciertos taconazos de Jessye Norman, cuando abordaba en la segunda parte unas discretamente aburridas piezas de Duke Ellington, vibraron más que sus admirables cuerdas vocales. Y finalmente hay que aprender a toser en el nuevo Auditori. Los carraspeos, especialmente agudos en esta fría primavera, resonaban durante las pausas con tal intensidad que rompían por completo el clima de las obras. Una sola voz acompañada por un piano no puede de ningún modo medirse con tanta potencia pulmonar colectiva. Si esto ya sucedía en cierto modo en el Palau de la Música, cómo no va a ocurrir en las entrañas de un monstruo semejante. Es decir, que, en lugar de tirarnos los trastos a la cabeza, más nos convendría asumir humildemente que tenemos que aprender a domar a la bestia, en vista de que no hemos sido capaces de rodarla convenientemente sin cobrarle por ello al público. ¿El recital de Jessye? Pues extraordinarias las piezas fuera de programa, los espirituales negros y otras tonadas populares, que es lo que ese público espera de ella. Tanto lo espera que incluso las toses callaron misteriosamente en ese tramo del concierto. Hasta siete bises dio la gran dama. Claro que lo programado en la segunda parte debía durar media horita escasa. El inconfundible estilo de Jessye.
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