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Sordofranquismo

MANUEL PERIS La carta pastoral de nuestro señor arzobispo me ha iluminado y ahora empiezo a ver entre las espesas tinieblas de ignorancia. El olor a naftalina que desprende la carta pastoral de monseñor Agustín García Gasco, sobre el papel del ama de casa en la sociedad actual, ha disparado los mecanismos de mi memoria en busca de un tiempo, al parecer, no tan perdido. Y así uno se percata de que estos tiempos de hoy, años necios como pocos, empiezan ya a perfilarse, a formar un contorno a la vez definido y oscuro como un viernes santo. Son tiempos de sordofranquismo. Gracias a la perspectiva que otorga la lectura de la carta arzobispal, se aclara así el misterioso asunto del franquismo presuntamente desaparecido. Pasamos un tiempo que pudo dar la falsa impresión no sólo de que se hubieran extinguido los dinosaurios del régimen, sino que incluso parecía que el poso gris de aquellos desalmados años se hubiera volatilizado. El enigma se resuelve ahora. El franquismo estaba silente, que es como gustan llamar en el lenguaje detectivesco al sospechoso, en general un reincidente controlado, que deja pasar un tiempo antes de volver a su habitual modus operandi, otra expresión muy al uso en el argot policial. Un modus operandi mediante el cual se entrega el urbanismo a los especuladores, se otorgan los fondos mineros a empresarios afines, se dan compensaciones billonarias a las eléctricas, se confían hospitales a los agiotistas, se conceden las emisoras de radio y televisión a los aduladores y lo que queda del sector público se pone en manos de apellidos del viejo régimen. En semejante panorama sordofranquista no puede extrañar que un señor arzobispo bendiga la discriminación de la mujer y pretenda que se quede en casa al cuidado de hijos y ancianos, contribuyendo de paso a solucionar el problema del paro. Entiéndase, esto que vivimos ahora no es postfranquismo, que esa fue la época de la UCD, partido del que se reclaman herederos los nuevos centrofranquistas. Esto del sordofranquismo puede parecer una reiteración, pues ya de por sí sordo, insensible al dolor ajeno, fue el franquismo genuino, que además fue también sórdido como una úlcera y mezquino como la fea burguesía que lo sostuvo. Al mismo tiempo hay que tener cuidado para no confundir el sordofranquismo con otros franquismos de manual. Como el tardofranquismo que representa en toda su pureza esa especie de agente inmobiliario camuflada de alcaldesa, que responde al nombre de Rita Barberá; ni tampoco con el protofranquismo de Manuel Fraga Iribarne o del candidato del PP a la Diputación de Valencia, Fernando Giner, tránsfuga de Unión Valenciana que vistió la camisa azul de la Falange. No, el sordofranquismo es simplemente el franquismo con sordina: la misma música cargante, aunque menos ruidosa. Con sordina y también, con tupé. Así, del ministro José Solís Ruiz, la sonrisa del régimen, hemos pasado a Javier Arenas, la alegría del PP. Y si el franquismo encontró el remedio al paro en la emigración de los trabajadores a Alemania y a Suiza, el sordofranquismo ha encontrado la solución en los contratos basura y en la pastoral del arzobispo de Valencia. Tiempos enemigos del entusiasmo.

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