Científicos de Barcelona identifican un gusano como el primer animal complejo de la Tierra
La evolución ensayó con los acelos antes de "inventar" el resto de los seres vivos
Los evolucionistas llevan un siglo y medio desconcertados por lo que llaman la gran explosión cámbrica: la brusca aparición, hace 530 millones de años, de todos los tipos generales de animales que existen o han existido sobre la Tierra. ¿Surgió la vida animal sólo una vez en la historia, en un irrepetible y repentino arrebato de creatividad evolutiva? No. Científicos de la Universidad de Barcelona acaban de demostrar que la evolución hizo al menos un ensayo: sus frutos, los acelos, unos inconspicuos gusanos marinos con boca pero sin estómago, habitan aún entre nosotros.
Los paleontólogos han dedicado enormes e infructuosos esfuerzos a buscar rastros fósiles de animales anteriores a la gran explosión cámbrica, en un desesperado intento de rellenar con algún intermediario el estruendoso vacío que aparentemente precedió a la mayor manifestación creativa de la historia de la vida.Pero resulta ahora que el sitio correcto para buscar no eran los estratos geológicos, sino los manuales de zoología. El equipo de Jaume Baguñà, del departamento de Genética de la Universidad de Barcelona, en colaboración con el Museo de Historia Natural de Londres, ha demostrado con los métodos de la genética molecular que los gusanos marinos llamados acelos, un oscuro grupo clasificado hasta ahora entre los platelmintos o gusanos planos, son en realidad los rescoldos vivientes de aquellos intermediarios anteriores a la gran explosión cámbrica. El trabajo se presenta hoy en la revista Science.
La Tierra se formó hace 4.500 millones de años, y durante la mayor parte de su historia no albergó nada más que bacterias y otros organismos de una sola célula. Es cierto que, hacia el final de la era precámbrica, hace unos 600 millones de años, aparecieron en los litorales oceánicos algunos organismos simples del grupo de las medusas y las anémonas.
Pero con todo lo respetables y vistosas que puedan parecer las medusas, lo cierto es que, desde un punto de vista evolutivo, se las puede considerar un borrador descartado. Su diseño redondo -simetría radial, en la jerga de los morfólogos- no da mucho juego a los cambios evolutivos, y resulta patente que las medusas se han pasado 600 millones de años haciendo aspavientos arriba y abajo, pero sin lograr ningún progreso digno de mención.
Un salto radical
La aparición de diseños complejos, capaces de generar estructuras mucho más interesantes como patas, alas, esqueletos segmentados y cerebros humanos, requería una invención mucho más radical que la redondez: la simetría bilateral. La inmensa mayoría de los animales que existen sobre la Tierra son simétricos bilateralmente, es decir, tienen una mitad izquierda y una mitad derecha, una de las cuales es imagen especular de la otra.
Se creía hasta ahora que todos los grupos animales con simetría bilateral surgieron de forma aparentemente brusca (en términos geológicos) en la gran explosión cámbrica, hace unos 530 millones de años. Esto incluye a los cordados (el gran grupo al que pertenecen la totalidad de los peces, las aves y los vertebrados terrestres, incluido el lector), los artrópodos (entre cuyos miembros actuales se cuentan los insectos, los cangrejos y las gambas) y otra veintena de grandes planes de diseño que dan cuenta de casi toda la diversidad animal actual y pasada, en gran parte ya extinta.
La brusquedad de este acontecimiento esencial es francamente difícil de explicar con el aparato teórico de la selección natural. Darwin era plenamente consciente de que su teoría, que requiere cambios lentos, continuos y graduales, se compadecía mal con los saltos bruscos en el registro fósil. La mayoría de esos saltos son extinciones masivas, y al menos algunas de ellas pueden explicarse por acontecimientos catastróficos como impactos de meteoritos, que no afectan al fondo de la cuestión. Pero la gran explosión cámbrica es todo lo contrario de una extinción masiva, y permanece inexplicada.
De ahí la importancia del eslabón perdido y hallado ahora por Baguñà y su equipo. Los acelos representan un experimento natural para generar animales bilaterales realizado antes de la explosión cámbrica, tal vez hasta 60 millones de años antes. Su mera existencia implica que la evolución estaba explorando vías de salir del aburrido mundo de las medusas mucho antes de encontrar la que resultó más fructífera. La gran explosión ya no lo es tanto.
Más aún, Baguñà considera probable que los acelos representen verdaderos intermediarios entre las primitivas medusas con simetría radial y los animales bilaterales de la explosión cámbrica. La embriología viene aquí en su apoyo.
El embrión de los animales bilaterales tiene tres capas de células: el ectodermo (que formará la piel y el sistema nervioso), el endodermo (precursor del tubo digestivo) y el mesodermo (del que se forman los músculos). Los organismos radiales carecen de mesodermo. Y los acelos muestran un tipo de mesodermo muy peculiar, que probablemente representa un invento evolutivo preliminar.
"Considerar la explosión cámbrica como el origen de todos los animales bilaterales es probablemente un error", dice Baguñà. "Lo más seguro es que, durante los 50 millones de años anteriores a la explosión, fueran surgiendo varios linajes bilaterales a partir de los organismos de simetría radial, y que casi todos ellos se extinguieran sin dejar rastros fósiles evidentes, debido a su falta de conchas u otras partes duras".
No es arriesgado predecir que los acelos ocuparán pronto un lugar de honor en los libros de texto. Cuando los abuelos siguen vivos, es de bien nacidos rendirles todos los honores.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.