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Madrid profundo

Se puede pensar que eso que se entendería por "el Madrid profundo" se encuentra ubicado, por ejemplo, en el asentamiento de Malmea, distrito de Fuencarral, en el que "viven" más de cien familias rumanas en unas penosas condiciones que ya denunciaron Unicef, algunas asociaciones de voluntarios e incluso algún concejal de la propia Junta de Fuencarral bastante antes de que una mujer de 20 años tuviera la culpa de tener ganas de hacer pis, tuviera la culpa de que su techo fuera una loneta inflamable, tuviera la culpa de carecer de electricidad, tuviera la culpa de que los niños den una patada con su piernecita y tiren una vela, tuviera la culpa de que su bebé muriera ardiendo (un mínimo, casi insuficiente sacrificio) mientras ella hacía pis a la intemperie.Pero no. Malmea no es el Madrid profundo, sino el Madrid epidérmico, el Madrid desnudo, el de la piel sucia al que hay que instalarle duchas y letrinas.

Así que se podría pensar que eso que se entiende por "el Madrid profundo" se corresponde con lo que llamamos "hipermercados de la droga", esos poblados de las afueras, tipo La Rosilla, La Celsa, Las Mimbreras o Las Barranquillas, en los que se han asentado o realojado miles de familias cuyos ingresos, en general, provienen del negocio de la droga (negocio, por cierto, que internacionalmente se conoce con el nombre de narcotráfico, que cotiza en la Bolsa negra de todos y cada uno de los países desarrollados y que, en el último eslabón de su cadena, suele coincidir con un barrizal en los límites de las capitales del primer mundo, en el que se encuentran estacionados varios vehículos de esos que antes se llamaban cochazos y a cuyos bordes aparcan los adictos lo que casi es su cuerpo para dormir un sueño ilustrado a medias entre el realismo mágico colombiano y el realismo sucio norteamericano).

Pero no. Tampoco La Rosilla o La Celsa son eso que se entiende por "el Madrid profundo", sino que, como todos sabemos, ése es el Madrid hipodérmico.

El Madrid profundo al que me refiero se encuentra en los márgenes del paseo de la Castellana, en eso que llamamos nuestras zonas nobles. A un lado, el barrio de Salamanca, donde siempre se han concentrado las mejores familias, donde está Hermés; a otro, en esas calles donde se emplazan con elegancia varias embajadas y múltiples oficinas de alto standing, pero standing chic, del de ejecutivo de nueva generación. Son calles cuyos nombres tienen muy buen aspecto, como Montesquinza, Marqués del Riscal, Fernando el Santo o Zurbarán.

Pues bien, si uno se interna por esos enormes pasos de carruajes, se adentra por esos umbríos portales de altísimos artesonados, se topará con ese personaje entre galdosiano y cuñado de Pepe Isbert que es el tradicional portero de la finca señorial. Cuando digo portero, me refiero a portero portero, no a conserje, que también es nueva generación y se esfuerza sobremanera en que quede suficientemente claro: pues que conserje es otro aire, otro look, otro status, otra actitud.

El portero portero al que me refiero se encontrará apenas visible en un esquinado cubículo cuya decoración, indefectiblemente, constará de varias estampas del Sagrado Corazón de Jesús (sangrante) y un calendario de pared que reza Carnicerías Paco. Si uno se acerca a solicitarle, por ejemplo, información sobre el piso u oficina en alquiler de su feudo, el portero portero en cuestión, que entrelaza con indolencia un cordelito (de esos de atar) entre los dedos, tardará al menos 30 segundos en alzar los ojos con la indiferencia de quien ya lo ha visto todo y con un rictus de poner en cuestión cualquier expectativa (cualquiera de tus expectativas). Curado del espanto de tanto cuerpo diplomático, mareado de tanta esencia Armani, el portero portero en cuestión se levantará (en el mejor de los casos), cansino y precedido de un tufillo a guisote madrileño, y rebuscará en un cajoncillo renqueante hasta dar con la llave necesaria (el cordelito, para eso era el cordelito).

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Y yo, de pronto, recordando ese mundo de Antoñita la Fantástica leído en mi infancia, en el que seguro que el portero portero pensaría que cada cosa estaba en su sitio y no como ahora, que los porteros en lugar de ser porteros son conserjes, que los chabolistas en lugar de ser chabolistas son millonarios, que los pobres en lugar de ser pobres son rumanos.

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