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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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El sabio chino JOSÉ CARLOS LLOP

El otro día me regalaron una antología de los Diarios de León Bloy, editada por Bitzoc. Decir Bloy en Mallorca es decir Cristóbal Serra -que ha sido su antólogo y traductor-, pero decir Cristóbal Serra no es decir sólo León Bloy. ¿He dicho sólo León Bloy? Sí. ¿Me lo perdonará el airado don León? No lo creo. Pero es que decir Cristóbal Serra es nombrar un mapa en el que Bloy es una ciudad: nada más que una ciudad; también nada menos. Y que me perdone el francés tanto atrevimiento mientras voy a por ese mapa, que si no es del tesoro sí es por lo menos uno de mis tesoros. Yo no sé si Cristóbal Serra es un poderoso cartógrafo en una isla perdida o si es un cartógrafo perdido en una isla poderosa. Él trazó los planos de Cotiledonia -la isla de los dobeítas, "que sufren por su afición desordenada al dinero"- y ha sido el mejor discípulo de otro cartógrafo insular: no me refiero al mallorquín Jafuda Cresques, sino a Jonathan Swift, el deán que inventó el viaje a Liliput y a Laputa, el hombre, en fin, que inventó a Cristóbal Serra y a Gulliver. Cristóbal Serra no es un deán, pero hace años que tengo la sospecha de que es un sabio chino. Desde luego, no figura en los diccionarios de literatura española y de hecho ríe como ríen los chinos: los chinos lloran de felicidad, él empezó a reír de dolor y de olvido de ese dolor, y aún sigue riendo, pero eso no lo sabe nadie porque nadie sabe, cuando alguien ríe, de qué se está riendo. Cristóbal Serra, mientras reía como un chino -o sea, sufría- inventó a Péndulo, su trasunto surrealista, que le valió de Octavio Paz -un magno accidente orográfico del mapa Serra- el apelativo de ermitaño y estas palabras: "Habita el secreto con la misma naturalidad que otros nadan en el ruido". Pues bien: Serra sigue habitando el secreto mientras aumentan las filas de los ruidosos. A los mallorquines que nos abrió siendo muy jóvenes las puertas de ese secreto -pienso ahora en otros cuatro: el filósofo Paco Monge, el escritor Eduardo Jordá, el editor Basilio Baltasar y el profesor de Historia del Derecho Antonio Planas-, nos impidió que el mundo fuera como estaba decidido que llegara a ser. Esto parece complicado -o tonto: cualquier complicación lo es- y es sencillo. Lo he escrito en otras ocasiones: una isla es el mundo; no sólo nuestro mundo. O sea, que Cristóbal Serra nos impidió que la isla en la que habíamos nacido fuera la que es, e hizo que se convirtiera en un mapa distinto sin dejar de ser la que era. Sonriente bajo el bonete y sin los bigotes de Fu-Manchú, pero como quien se saca un conejo de la manga y se toma luego el té con Lao Tzé. Y ustedes perdonen. Porque Bloy es su última traducción, pero Lao Tzé -El libro del Tao- fue la primera. ¿Empieza Bloy donde acaba Lao Tzé? Ambos se tocan en la Biblia -como luego Blake-, que es libro capital de Serra: en él interpretó a Jonás, descifró nuevamente El Apocalipsis y reescribió la vida de Jesús a través de las visiones de Catalina Emmerick. Suena gigantesco, pero es cierto. Y si se conoce a Serra, inmediatamente se da uno cuenta de que además de cierto es veraz: o sea, que esconde la verdad que la literatura necesita y no todos los escritores poseen. Pero volvamos a las traducciones, que es el mapa donde estamos. Después de Lao Tzé vinieron Las Encantadas de Melville, donde el peso fatal del caparazón de las tortugas era el peso que Serra mantenía en secreto. El cuento del tonel de Swift fue un homenaje a su inventor irlandés -hay veces (y eso se ve en alguna que otra película de John Ford) que Irlanda se inventa a Mallorca-. Y Un bárbaro en Asia y Ecuador, de Henri Michaux, encierra el viajero imposible que Serra fue y no fue, para acabar desternillándose, junto con Eduardo Jordá, en su traducción conjunta del Disparatario de Edward Lear, allí donde "había un viejo de Manchuria y un ancianete de Tonkín". Ambos chinos, en fin. Todos ellos son las ciudades, los ríos, los lagos y montañas del mapa llamado Cristóbal Serra. Pero en ese mapa faltaba un volcán. El volcán -de una fuerza tumultuosa, incendiaria y profética- es León Bloy, de quien Serra nos hablaba hace más de 20 años. Ahora el rostro de Serra está ya completo. Porque él nos muestra ese volcán y él fue quien cegó ese volcán cuya lava le hubiera impedido vivir en nuestra isla. Desde entonces no ha parado de reír como ríen los sabios chinos, ni de mirar como miran las tortugas en las islas Galápagos.

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