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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Menos alemanes

LA ARITMÉTICA parlamentaria y la presión de la derecha han obligado al Gobierno de Schröder a retroceder en sus ambiciones sobre la nueva la ley de nacionalidad. El nuevo texto, aunque más modesto en su alcance, consagra, a pesar de todo, un cambio fundamental respecto al derecho de sangre, que dificultaba sobremanera el acceso a la nacionalidad alemana de los extranjeros instalados desde hace años en Alemania o de sus hijos nacidos en suelo germano.Al perder la mayoría en la Cámara territorial (Bundesrat), por donde también ha de pasar esta ley, el Gobierno de socialdemócratas y verdes ha tenido que rebajar el texto inicial para obtener el apoyo de los liberales. Sólo así se garantiza la aprobación de una ley cuya entrada en vigor se retrasa como mínimo hasta principios del 2000. Pero el principal retroceso del Gobierno es su renuncia a la posibilidad de que muchos de estos millones de extranjeros, turcos en su mayoría, puedan conservar su nacionalidad de origen, además de acceder a la alemana. Es cierto que no son muchos los países europeos que acepten un sistema de doble nacionalidad, pero ése era uno de los compromisos adquiridos.

Los hijos de extranjeros nacidos en Alemania tendrán que elegir entre ser alemanes o conservar la ciudadanía original de sus padres al alcanzar la edad de 23 años. Los adultos podrán elegir entre convertirse en alemanes tras ocho años de residencia en lugar de los quince exigidos actualmente. En principio, una vez que ingresen en el censo los extranjeros que cumplan las condiciones de la nueva ley, los votos de los nuevos electores deberían favorecer más a la izquierda que les ha dado acceso a la ciudadanía que a una derecha en cuyo seno ha crecido de modo preocupante la xenofobia y el racismo. Sobre esta plataforma ganaron los democristianos en el land de Hesse. Es una bandera que comenzaron a agitar los socialcristianos de Baviera, con repercusiones que pueden dañar la convivencia social en Alemania y que incluso, con un discurso contra la solidaridad, ha logrado contaminar las discusiones sobre las finanzas europeas.

El Gobierno de Schröder debería evitar verse contaminado por este discurso insolidario de una nueva derecha cada vez más ensimismada, que algunos grupos extremistas han convertido en coartada para llegar a agresiones físicas contra los extranjeros. Pero esta deriva ultranacionalista y xenófoba no es exclusiva de Alemania. La aplastante victoria del dirigente austriaco de extrema derecha Jörg Haider en las elecciones regionales de Carintia es otra prueba de que el cáncer marrón es un peligro real en Europa.

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