Años irracionales
En matemáticas, tratando de demostrar una cosa, más de una vez se ha terminado probando lo contrario. El teorema de Gödel es un caso notable y otro gran ejemplo fue el descubrimiento por los pitagóricos de los números irracionales. Un número irracional no es un número loco, es simplemente un número que no puede expresarse como la división de dos números enteros, es decir, como una fracción. Pitágoras debió familiarizarse con las fracciones en sus viajes por Egipto y Babilonia e hizo de ellas el fundamento de su filosofía. Todo en el universo, pensaba, desde la música hasta la cosmología, puede expresarse en términos de fracciones, es decir, en números racionales. Pues bien, cuando los pitagóricos, en aplicación de sus creencias, se empeñaron en expresar como fracción la magnitud de la diagonal del cuadrado de lado uno descubrieron que es la raíz cuadrada de dos y que no existen números enteros cuya división produzca tal número. Es decir, descubrieron que la raíz cuadrada de dos es un número irracional.Los pitagóricos no salían de su asombro. Ustedes también estarán asombrados por este preámbulo a un artículo sobre política internacional, así que, antes de seguir con los pitagóricos, les diré a qué se debe. Este año se cumplen diez del final de la guerra fría y me puse a evaluar cuánto había avanzado la humanidad por las perspectivas que se abrieron en los primeros años noventa. ¿Recuerdan? El fin del comunismo iba a llevar la democracia y el mercado hasta Vladivostok. La globalización iba a bombear capitales desde el corazón del capitalismo a los países asiáticos e iberoamericanos de modo que la periferia creciera y se enriqueciera el centro. En Oriente Próximo, Israel y sus vecinos iban a construir la paz justa de los valientes. En el África subsahariana, aunque la situación era fea, la grandeza moral de Mandela animaba a soñar.
Pues bien, para mi sorpresa, encontré que una primera evaluación global de la evolución de esas cosas resultaba negativa. No puede ser, me dije, y recomencé la estimación con más detalle. ¿El resultado? Más negativo. Y así varias veces. ¡Nadie piensa eso!, me alertó una voz interior. ¡En Occidente estamos contentos! Me acordé entonces de los pitagóricos y de los números irracionales y me puse a temblar. Luego verán por qué.
Antes quiero que echen un vistazo a mis cálculos. Es sólo un resumen, pero va a lo esencial. Primero, las cosas buenas, y hay tres bien grandes. Una, el crecimiento económico de Estados Unidos durante la década ha sido extraordinario y sus empresas han llevado muy lejos el progreso técnico. Dos, China ha mantenido su crecimiento y su estabilidad, al tiempo que recuperaba Hong Kong. Que los chinos sean más prósperos, estén tranquilos y se sientan menos ofendidos con el resto del mundo no es cosa baladí. Tres, once países de la Unión Europea han lanzado el euro dando la más seria muestra de que quieren estrechar su unidad económica y política y su influencia mundial. Sé que todas estas luces tienen sombras, que hay quien dice que el boom estadounidense es una burbuja, que sobre el euro pende el paro como la espada de Damocles y que China incuba problemas sociales. Cierto, pero dejémoslo de momento.
Y es que en la lista de cosas malas hay mucho que anotar. Rusia se ha ido hundiendo en la confusión y en la pobreza. Una marcha atrás como pocas se recuerdan en la historia. Decenas de millones de rusos malviven en unas condiciones de miseria y criminalidad que están extinguiendo sus esperanzas en la democracia y en el mercado. Otro tanto reza para las gentes de Ucrania y Bielorrusia, y algo peor para las del Cáucaso y Asia Central. En los países bálticos y los de centroeuropa, las cosas tampoco han sido fáciles; sin embargo, sus gentes consideran que todo habrá merecido la pena cuando entren en la Unión Europea. Desgraciadamente, eso no está cerca, aunque todo se andará. De los Balcanes no hablemos. Tito debe estar riéndose en el infierno al ver que todo lo que se nos ocurre a los occidentales para sujetar a los sangrientos nacionalismos balcánicos es montar protectorados.
En la ribera del Mediterráneo, Argelia está ensangrentada y la lista de países a los que se les ha complicado la vida es larga. Con Oslo, los palestinos han ganado un poco de soberanía, han perdido prosperidad y han cosechado abundante frustración. Por el creciente fértil y en Mesopotamia cabalga la guerra. El pueblo iraquí es la principal víctima. Quienes dependen del petróleo están pasando momentos difíciles, incluida Arabia Saudí. Todo esto significa que el fundamentalismo musulmán crece. No en Irán. Pero el desastre de Afganistán clama al cielo y reclama que se recuerde que fue causado aquí en la Tierra, para que no se repita en otro sitio.
En Asia no hay buenas noticias. Japón, que antes batía marcas de crecimiento, desde el fin de la guerra fría las bate de recesión. En Corea y al sur de China, el aire fresco de la liberalización financiera entró y se llevó por delante el trabajo de una generación. En Indonesia, Tailandia y Corea, decenas de millones de personas se han visto arrojadas a la pobreza. Indonesia amenaza fragmentarse y en Malaisia y Singapur reaparecen las tensiones raciales. En el sureste asiático se esfumó la prosperidad y puede esfumarse la paz. En India y Pakistán, lo nuevo son las pruebas nucleares.
En América Latina hay más democracia, mejor gobernación, menos guerrillas, México entró en la NAFTA (zona de libre comercio del Atlántico norte) y se ha creado Mercosur. Pero el crecimiento económico ha resultado irregular e insuficiente. La crisis del peso mexicano se superó, pero ahora le toca al real, y Brasil ve impotente cómo se van los capitales por el sumidero de la desconfianza. El funcionamiento de la globalización ha cambiado, ahora el dinero vuelve desde la periferia al centro y los mercados emergentes se sumergen. La enorme desigualdad social que alberga la región no se ha corregido. El otro gran peligro se ha confirmado. La corrupción vinculada al narcotráfico es el partido más importante en varios países.
Finalmente está el África subsahariana. Un genocidio con un millón de muertos no se da todas las décadas. En los noventa ya lo ha habido. Unos ochocientos mil tutsis y algunos centenares de miles de hutus. En Occidente hemos presenciado sin pestañear una matanza de las que hacen prehistoria. Junto a esto, que haya otra docena de guerras viejas y nuevas, casi pasa inadvertido. Y Mandela se va.
¡Ustedes dirán! Para mí, pese a lo que va bien en Estados Unidos y en Europa, el saldo global es negativo, y también la tendencia. Son más los que pierden que los que ganan, y mientras los que pierden pierden casi todo, los que ganan sólo ganan más. Sentirse a gusto en este panorama es autoengaño. No hablo de quién tiene la culpa. Dejémoslo para otra ocasión. No creo que nadie, tampoco la hiperpotencia que dice el ministro Vedrine, haya liderado el mundo durante estos años irracionales. Claro que, si lo hubiera hecho, ¡menudo resultado! Al principio de los noventa se hablaba de a quién correspondía el mérito de las buenas perspectivas; que, no hace falta decirlo, decíamos que era nuestro, de los occidentales. Hoy explicamos que las ocasiones perdidas en estos años irracionales las han perdido otros. Y al decir años irracionales me vienen a la cabeza los números con ese nombre y me siento como Hipasos.Volviendo al principio. Cuando los pitagóricos descubrieron que una magnitud tan familiar como la diagonal de un cuadrado, es decir, un segmento que podía construirse con facilidad y que podía medirse con una regla, no era un número racional, sino irracional, se quedaron atónitos. Eso tiraba por tierra toda la matemática y toda la filosofía de Pitágoras. Su conmoción fue tan grande que sólo se les ocurrió tratar de guardar el secreto. La leyenda cuenta, sin embargo, que un pitagórico llamado Hipasos reveló al mundo la existencia de los números irracionales. La reacción de sus correligionarios no se hizo esperar, invitaron a Hipasos a un paseo por el mar (todo esto pasó en Crotona, no lejos de Sicilia) y lo tiraron por la borda.
Carlos Alonso Zaldívar es diplomático. zaldivar@netvision.net.il
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