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Tribuna
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La épica de la miseria

Nacido en la ciudad ecuatoriana de Quito el año 1919, Oswaldo Guayasamín provenía de un medio familiar pobre y, sólo con dificultades, logró estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes de su ciudad natal, especializándose en arquitectura y pintura. Estos estudios, que concluyeron en 1941, fueron decisivos para el desarrollo de su ulterior lenguaje plástico, ya que fue entonces cuando triunfaba internacionalmente el muralismo mexicano, una eficaz mixtura moderna de estas dos ramas artísticas. Del muralismo mexicano Guayasamín absorbió también, como era de esperar, el espíritu: el de la reivindicación de una nueva suerte de épica de la miseria y el indigenismo. Interpretando el asunto desde una perspectiva local, como correspondía a esta estética, insuflada también por los encendidos versos americanistas de Neruda, Guayasamín elaboró su particular lenguaje, en el que se mantuvo constante a través de medio siglo de fecunda producción.Fue este interés por el muralismo el que le llevó a México a principios de los años cuarenta y allí fue cuando trabajó con Orozco, aunque finalmente le habría de marcar más la influencia de Tamayo. A través de este último se entiende, por otra parte, la filiación del estilo maduro de Guayasamín, pues fue gracias al modelo de este refinado pintor mexicano como comprendió la suprema lección moderna de Picasso.

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Capacidad de trabajo

Dotado con un verbo plástico de poderosa línea expresionista, un notable talento para la decoración y para la narratividad serial, Guayasamín comenzó pronto a recibir importantes encargos monumentales, que supo resolver con una asombrosa capacidad de trabajo. Recorrió el continente americano de norte a sur, empezando por una larga estancia en los Estados Unidos de Norteamérica y recalando a continuación en Perú, Chile, Argentina y Bolivia. A partir de esta experiencia realizó la serie de pinturas conocida como Huacayñan, vasto relato visual que llegó a sumar más de un centenar de cuadros, en el que narraba, mediante contundentes imágenes, la miserable explotación de los indios y negros latinoamericanos.En 1956 visitó, por primera vez, Europa, participando en la III Bienal Hispanoamericana de Barcelona de ese año, donde fue premiado, galardón al que se sumó, en 1957, el de la Bienal de São Paulo de Brasil, concedido al mejor artista latinoamericano. Su pasión por la pintura serial tuvo continuación en la serie que, a partir de 1962, se tituló La edad de la ira. También ejecutó importantes murales en diversos países, entre ellos en el nuestro, como se puede comprobar en el que está instalado en el aeropuerto madrileño de Barajas. Sobresaliente retratista, pintó la efigie de numerosos jefes de Estado, políticos y personalidades de todo el mundo. Hace unos años, Guayasamín donó una parte importante de su obra a la ciudad de Quito, donde existe actualmente, por tanto, un Museo Guayasamín. Con la muerte de este apasionado y versátil pintor desaparece el último de los artistas de la épica redentorista de la dramática identidad latinoamericana.

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