Elogio de la sencillez
El barítono norteamericano Thomas Hampson y el pianista alemán Wolfram Rieger volvieron a cautivar anteayer en Madrid. Reúnen las condiciones idóneas para ello. Hampson es un cantante increíblemente comunicativo, que desentraña e interpreta el lied con una extraña sencillez y facilidad. Rieger es un pianista de acompañamiento excepcional: dialoga con la voz desde el sonido y desde el silencio, matiza, subraya, complementa, puntualiza con un toque de fantasía y nunca se excede. Cuando Hampson, despues de tres bises, le empujó para que saludara en solitario, el teatro se venía abajo de aclamaciones. No pasa el pianista desapercibido y de ello se beneficia la esencia intimista y profunda del lied. (Dos cabalgan juntos titulé el comentario a la anterior actuación en Madrid de esta pareja. Siguen en perfecta compenetración).El recital estaba enmarcado entre dos grandes poetas: Heinrich Heine y Walt Whitman. Del primero se recurrió a los seis lieder puestos en música por Schubert en el ciclo El canto del cisne; del segundo, a obras de varios compositores con algún lazo americano, sea el lugar de nacimiento, el exilio o la nacionalidad escogida. Bernstein y Hindemith, desde luego, pero también Rorem, Naginski y Thacker Burleigh. Entre estos dos bloques, una de las especialidades de Hampson y Rieger: Mahler, y una rareza, El muchacho de Shropshire de George Butterworth, con textos de Housman. Mitad en alemán, mitad en inglés, el programa tenía un sutil equilibrio y se salía de la rutina habitual.
Ciclo de lied
Recital de Thomas Hampson (barítono). Wolfram Rieger (piano). Canciones de Schubert, Mahler, Butterworth y otros. Fundación Caja Madrid. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 8 de marzo.
Tal vez en Mahler se alcanzaron los momentos mas intensos de la noche. La ausencia de retórica, la claridad con que Hampson y su acompañante se enfrentan al compositor es sorprendente. Fuerte fantasía, por ejemplo, fue un prodigio de naturalidad. Todo era diáfano, afectivo sin afectación, musical hasta las cejas en función del texto. Se vivía el canto en su faceta mas expresiva.
Hampson agradeció al público su entusiasmo e hizo unas simpáticas disertaciones sobre lo popular y lo culto, con las baladas en una mano y Mahler en la otra. Con todo ello se creó un clima envolvente de familiaridad. Nadie se levantaba, esperando que aquello continuase. Y continuó, claro, aunque con una mayor relajación por parte del cantante y con algún síntoma de cansancio. Poco importaba a estas alturas. La fusión entre escenario y público era tal que parecía un reencuentro entre amigos. En realidad, lo era. ¿No es eso, al fin y al cabo, una de las aspiraciones soñadas de un recital de canto?
Babelia
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