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Pujol y el poder catalán

Josep Ramoneda

Sin aportar nada nuevo en su listado de agravios y reivindicaciones, Pujol insistió en su conferencia de Esade en la doctrina del hecho diferencial y apeló a criterios de eficacia para justificar su reclamación de mayor poder político y económico.El fundamento ideológico del discurso de Pujol es que Cataluña es diferente y que debemos sacar las conclusiones políticas pertinentes de ello. Un argumento recurrente que Pujol agudiza para atacar como unitarista la propuesta federal de su adversario Maragall. En sentido descriptivo el hecho diferencial es una obviedad: todos somos diferentes. En sentido político significa que cada país tiene una gente, una tradición, una cultura y una historia que le singulariza. Otra obviedad. En sentido administrativo y competencial me parece problemático negar a cualquier otra autonomía el derecho a tener, si las quiere, las mismas competencias que Cataluña. Los hechos diferenciales objetivos se acaban pronto: la lengua, el derecho civil, la cultura y poco más. ¿En nombre de qué principio democrático se puede negar a Extremadura o a Castilla y León una policía propia o una competencia exclusiva en la administración de justicia, si la quieren? Cataluña no se puede construir mirando de reojo a las otras comunidades. Esta obsesión por ser una autonomía de primera categoría, además de ser discutible democráticamente, contribuye a dar una imagen de Cataluña profundamente antipática.

Pujol se pregunta: ¿por qué Cataluña necesita mayor poder político? Esta pregunta se puede responder de dos maneras: en el orden de los principios o en el terreno de lo pragmático. Para un nacionalista no deben caber dudas: Cataluña necesita mayor poder político porque es una nación y toda nación tiene derecho a tenerlo. Pero Pujol utiliza el argumento pragmático: "Si en el término de unos años no se resuelve la doble insuficiencia política y económica de Cataluña, que ahora vive un presente positivo" puede en cambio "encontrarse con un futuro problemático". Dejemos aparte la contradicción del planteamiento: si en las actuales circunstancias el presente ha sido positivo, ¿por qué en las mismas condiciones el futuro ha de ser problemático? Son contradicciones de quien siempre quiere estar tocando las campanas y presidiendo la procesión. Al tener que defender su discutible gestión de gobierno y seguir manteniendo la llama de la reivindicación las contradicciones son inevitables. Pero ¿en qué se concretan las dificultades de futuro? Pujol habla de "una autonomía disminuida", con riesgo de que incluso la identidad catalana se resienta de ello; una pérdida de capacidad de modernización y de competitividad; y una enorme dificultad para mantener el Estado del bienestar.

Dejemos de lado la cuestión esotérica de la identidad catalana de imposible evaluación objetiva, ¿qué garantiza que con mayor poder político y económico Cataluña mejore competitividad y bienestar? La gestión del Gobierno de Pujol no es precisamente una prueba convincente, pero puede pensarse que otros lo harían mejor. La creación en veinte años de una administración anquilosada, con los vicios de las más añejas burocracias, es un obstáculo contra el que no les será fácil luchar a los que lleguen después al poder, pero no es precisamente la burocracia española un modelo universal de eficacia. El sistema clientelar conocido como modelo catalán no es un ejemplo de modernidad, en la medida en que lastra considerablemente la innovación y la creación de valor añadido indispensables para definir un país con capacidad de adaptación a los cambios de escala. La lógica jacobina con que el gobierno nacionalista, tan descentralizador cuando habla con Madrid, ha roturado Cataluña tampoco es un signo acorde con unos tiempos en que lo local adquiere cada vez más fuerza. Y no entremos en los costes sociales del nacionalismo ideológico, que también los tiene. Con todo lo cual el argumento pragmático escogido por Pujol es por lo menos discutible. Y conduce a lo que su propuesta de un pacto nacional querría evitar: el debate sobre su gestión de gobierno. Cataluña debe mirar a España a la cara. Con la franqueza que merece lo mucho que se ha andado juntos. Mirarla de reojo desde la suficiencia del hecho diferencial es, por lo menos, descortés.

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