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La pirámide

El espectacular crecimiento de infraestructuras y de orquestas sinfónicas es una de las conquistas que ponen en primer plano los políticos de uno y otro signo a la hora de hacer un balance sobre la evolución de la música en España en el último cuarto de siglo. No les faltan motivos para sentirse satisfechos. Los nuevos auditorios y las nuevas orquestas han cambiado el paisaje sonoro del país, con unas consecuencias que saltan a la vista y aún están lejos de tocar fondo. Dicho esto, sorprende en los más recientes edificios, desde el Palacio Euskalduna de Bilbao (abrió sus puertas la semana pasada) al Auditorio de Barcelona (se inaugura el 22 de marzo), la tendencia a no querer asumir una filosofía propia de programación y funcionamiento, limitándose en la medida de lo posible a ser simples contenedores para espectáculos ajenos o ciclos alquilados. Incluso en algún caso las actividades culturales se relegan a un discreto segundo plano frente a la realización de congresos de todo tipo, como formularon con claridad los representantes donostiarras, por poner otro ejemplo, en su más bien decepcionante (culturalmente hablando) presentación en Madrid del Auditorio Kursaal. Tal vez el juego exclusivo de la oferta y la demanda sea a largo plazo beneficioso, pero al menos en una primera apreciación resulta chocante que unos edificios levantados con fondos públicos no tengan detrás unos proyectos culturales de fuste, que aglutinen con coherencia unas iniciativas de riesgo creativo no siempre en línea con la prioridad de los intereses económicos, turísticos o empresariales.Coincide esta situación española con la celebración el próximo mes de los 10 primeros años de existencia de la Pirámide del Louvre y el sentido que en este periodo de tiempo ha tenido su auditorio de 420 plazas. El balance no puede ser más positivo y parte de una planificación complementaria al museo y a las actividades desarrolladas en otros espacios de la capital parisiense. El Auditorio del Louvre, dotado de un excelente equipamiento en medios audiovisuales, nació con la idea de prolongar y enriquecer la visita de las colecciones pictóricas del museo, integrando un espacio de confrontación de disciplinas que van desde la Museografía y la Arquitectura hasta la Estética, la Filosofía, la Literatura o el Cine, explorados, eso sí, en sus relaciones con la Historia del Arte.

La Música ha tenido en el Louvre un protagonismo destacado, tanto en vivo, especialmente en el género camerístico, como a través de proyecciones inéditas procedentes de archivos audiovisuales, o mediante películas mudas a las que se han añadido acompañamientos musicales. Los ciclos de música filmada han permitido poner al alcance del público parisiense impagables documentos sobre algunos de los grandes maestros de la interpretación histórica, y a ello hay que añadir las proyecciones en alta definición de eventos destacados de la década como El anillo del nibelungo de Barenboim-Kupfer en el Festival de Bayreuth.

Las bienales de clásicos en imágenes han facilitado el descubrimiento y la difusión de filmaciones de gran interés como las últimas sonatas de Schubert por Alfred Brendel con la realizadora belga Chantal Ackerman detrás de la cámara (se pudo ver el año pasado en la Filmoteca Española), los Siete pecados capitales de Weill, en la versión de Peter Sellars, o la ópera dodecafónica Von heute auf morgen de Schoenberg rodada por Jean-Marie Straub.

El índice de asistencia a los actos musicales del Auditorio del Louvre se sitúa en un 98% entre septiembre de 1998 y febrero de 1999. La divagación sobre el Auditorio del Louvre viene a cuento por los resultados tan acordes con las intenciones que se obtienen con una adecuada planificación en función de unos proyectos determinados. Ojalá me equivoque, pero creo que es de alto riesgo el abandono a la iniciativa exterior que se percibe en alguno de los modernos auditorios españoles. Hay una cosa clara. Rentabilizar la cultura no es únicamente una cuestión de cuenta de resultados, sino de inversiones en ideas de futuro que estimulen la vida cotidiana de los ciudadanos, haciéndola más bella y más imaginativa.

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