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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Prórroga para Kosovo

OCHO HORAS después de que expirara el plazo dado a serbios y albanokosovares para que llegaran a un compromiso, las potencias occidentales han decidido parar el reloj y extender hasta el mediodía del martes el nuevo ultimátum para imponer la paz en Kosovo. La decisión del Grupo de Contacto sería una noticia alentadora si reflejase un serio acercamiento entre los dos bandos enfrentados, si obedeciera a la necesidad de pulir los flecos que les separan del compromiso. Pero la realidad es muy diferente. Ayer, en Rambouillet, los enviados de Milosevic rechazaron de plano la presencia de una fuerza de la OTAN en Serbia, lo que hasta la víspera había sido descrito como casus belli por Estados Unidos y sus aliados europeos. Más aún, la OTAN daba cuenta de importantes movimientos de blindados serbios hacia la provincia de mayoría albanesa, y los observadores de la OSCE, sobre el terreno informaban de ataques artilleros de las fuerzas de Milosevic al sur de Pristina, en Studencane, y un nuevo éxodo de civiles indefensos.El magro resultado de las dos semanas de encierro en el histórico castillo entre las delegaciones de ambos bandos y los mediadores internacionales es, por el momento, la aceptación final por los serbios - los kosovares lo habían hecho antes- del aspecto político del plan occidental, que declara una amplia autonomía para Kosovo y establece sus mecanismos provisionales. Algo que se daba por descontado con su mera presencia en París, puesto que formaba parte, como la duración de tres años para las medidas acordadas, de los llamados principios de base, por tanto, no negociables. Pero, como Washington se ha encargado de remachar hasta la saciedad, el plan no prevé la aceptación de una de sus partes y el rechazo de otras. Es un tómalo o déjalo unitario, del que la presencia militar aliada para garantizar su cumplimiento forma parte inseparable. Y ese aspecto decisivo, exigido por la comunidad internacional, por los albaneses y por el más elemental sentido común, sigue siendo rechazado por Milosevic, pese a las amenazas de la OTAN y sus más de 400 aviones listos para descender sobre blancos serbios ya elegidos. ¿Quién, a la vista de la ejecutoria de Milosevic en Kosovo -mas de dos mil muertos en un año, cientos de pueblos arrasados, 200.000 huidos-, puede creer en el cumplimiento de un pacto no apoyado por las armas? ¿Quién vigilará la retirada del Ejército serbio? ¿Quién fiscalizará la reducción a 2.500 de los 12.000 paramilitares de Belgrado? ¿Quién desarmaría a la guerrilla albanesa? La memoria de Bosnia está fresca.

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Milosevic logra un plazo de tres días más al prometer concesiones

El punto crucial que se sigue dilucidando en Rambouillet -ahora con tres días de prórroga- es si las potencias occidentales van a permitir que Slobodan Milosevic, el único y contumaz agresor, siga dictando las reglas del juego en Kosovo, como lo hace todavía en Bosnia, donde bloquea desde hace meses la formación de Gobierno en su mitad serbia. El líder de Belgrado, dueño exclusivo hasta ahora de la iniciativa, es, por encima de todo, un oportunista. Su pulso a los grandes poderes se alimenta de la percepción de que la unidad del frente occidental que le amenaza sigue siendo más aparente que real; a la postre, hace ya un año que Washington proclamó solemnemente que "ha llegado el momento de detener la carnicería antes de que se extienda". Milosevic -que fabricó el año pasado un referéndum oponiéndose a la mediación occidental y ha jurado reiteradamente a los suyos que "nadie nos arrebatará un centímetro de Kosovo", lo que, por otra parte, no pretende ninguna potencia de la OTAN- debe saber que la región de mayoría albanesa sólo puede existir dentro de Serbia con una fórmula que garantice un grado suficiente de autonomía. En los cálculos de este maestro de la supervivencia puede resultar políticamente más rentable atribuir a una intervención de la OTAN la cesión de lo inevitable.

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La lógica última de lo que suceda en los tres próximos días apunta a Milosevic como responsable final. Occidente no puede acabar recompensando a quien ha sumido a Europa en el peor infierno desde la Segunda Guerra Mundial. La iniciativa debe volver al bando que nunca debió perderla, el de la razón. Y la más poderosa alianza militar del planeta debe, de una vez por todas, ser capaz, llegado el caso, de evitar que el jefe de un Estado europeo siga exterminando a sus propios ciudadanos.

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